DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE
«LUTERO 500 AÑOS DESPUÉS» ORGANIZADO POR
EL COMITÉ PONTIFICIO DE CIENCIAS HISTÓRICAS
Sala Clementina
Viernes 31 de marzo de 2017
Queridos hermanos,
señores y señoras:
Os recibo con placer y os saludo cordialmente. Agradezco al padre Bernard Ardura sus palabras, con las cuales ha resumido el significado de este congreso vuestro sobre Lutero y su reforma.
Confieso que el primer sentimiento que experimento frente a esta loable iniciativa del Comité Pontificio de Ciencias Históricas es un sentimiento de gratitud a Dios, acompañado de un cierto estupor ante la idea de que no hace mucho tiempo un congreso de este tipo habría sido del todo impensable. Hablar de Lutero, protestantes y católicos juntos, por iniciativa de un organismo de la Santa Sede: realmente tocamos con la mano los frutos de la acción del Espíritu Santo, que supera todas las barreras y transforma los conflictos en ocasiones de crecimiento en la comunión. Del conflicto a la comunión es, efectivamente, el título del documento de la Comisión Luterano-Católica romana, en vista de la conmemoración común del quinto centenario del inicio de la Reforma de Lutero.
Me alegré al saber que tal conmemoración ofreció a estudiosos procedentes de diversas instituciones la oportunidad de observar juntos aquellos eventos. Profundizar seriamente sobre la figura de Lutero y su crítica contra la Iglesia de su tiempo y del papado contribuyen indudablemente a superar ese clima de desconfianza y rivalidad mutua que durante demasiado tiempo caracterizó en el pasado las relaciones entre católicos y protestantes. El estudio atento y riguroso, libre de prejuicios y polémicas ideológicas, permite a las Iglesias, hoy dialogantes, discernir y asumir aquello que de positivo y legítimo había en la Reforma, y distanciarse de los errores, exageraciones y fracasos, reconociendo los pecados que llevaron a la división.
Todos somos conscientes de que el pasado no se puede cambiar. Sin embargo, hoy, después de cincuenta años de diálogo ecuménico entre católicos y protestantes, es posible hacer una purificación de la memoria, que no consiste en realizar una corrección impracticable de lo que ocurrió hace quinientos años, sino en «contar esta historia de una manera diferente» (Comisión Luterana-Católica romana para la unidad, Del conflicto a la comunión, 17 de junio de 2013, 16), sin rastro alguno de aquel rencor por las heridas sufridas que deforma la visión que tenemos los unos de los otros. Hoy, como cristianos, estamos llamados todos a liberarnos de los prejuicios hacia la fe que profesan otros con un acento y un lenguaje diferente, a intercambiarnos mutuamente el perdón por los pecados cometidos por nuestros padres y a invocar juntos de Dios el don de la reconciliación y de la unidad.
Mientras acompaño con la oración vuestro valioso trabajo de investigación histórica, invoco sobre todos vosotros la bendición de Dios omnipotente y misericordioso. Y os pido, por favor, que recéis por mí. Que Dios nos bendiga a todos. ¡Gracias!
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