DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
DURANTE LA PRESENTACIÓN DE LAS CREDENCIALES DE LOS EMBAJADORES DE
TANZANIA, LESOTO, PAKISTÁN, MONGOLIA, DINAMARCA, ETIOPIA Y FINLANDIA
ANTE LA SANTA SEDE
Sala Clementina
Jueves, 17 de mayo de 2018
Excelencias:
Me complace daros la bienvenida con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan ante la Santa Sede como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Tanzania, Lesoto, Pakistán, Mongolia, Dinamarca, Etiopía y Finlandia. Quisiera pediros por favor que transmitáis mis sentimientos de gratitud y respeto hacia vuestros Jefes de Estado, con la seguridad de mi oración por ellos y por vuestros conciudadanos.
El trabajo paciente de la diplomacia internacional en la promoción de la justicia y la armonía en el concierto de las naciones se basa en la convicción compartida de la unidad de nuestra familia humana y de la dignidad innata de cada uno de sus miembros. Por esta razón, la Iglesia está convencida de que el objetivo general de toda actividad diplomática debe ser el desarrollo, el integral de cada persona, hombre y mujer, niño y anciano, y el de las naciones dentro de un marco global de diálogo y de cooperación al servicio del bien común. Este año, en que se conmemora el septuagésimo aniversario de la adopción por las Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, debería representar un llamamiento a un renovado espíritu de solidaridad con todos nuestros hermanos y hermanas, especialmente con cuántos sufren el azote de la pobreza, de la enfermedad y de la opresión. Nadie puede ignorar nuestra responsabilidad moral de desafiar la globalización de la indiferencia, de ese pasar de largo ante trágicas situaciones de injusticia que exigen una respuesta humanitaria inmediata.
Estimados embajadores, el nuestro es un tiempo de cambios realmente trascendentales, que requiere sabiduría y discernimiento por parte de todos aquellos que se preocupan por un futuro pacífico y próspero para las generaciones venideras. Espero que vuestra presencia y actividad dentro de la comunidad diplomática en la Santa Sede contribuya al crecimiento de ese espíritu de colaboración y participación mutua, esencial para una respuesta eficaz a los desafíos radicales de hoy. Por su parte, la Iglesia, convencida de la responsabilidad que tenemos los unos con los otros, promueve todos los esfuerzos posibles para cooperar, sin violencia y sin engaño, en la construcción del mundo en un espíritu de auténtica fraternidad y paz (cf. Gaudium et spes, 92).
Una de las cuestiones humanitarias más apremiantes a las que se enfrenta la comunidad internacional es la necesidad de acoger, proteger, promover e integrar a quienes huyen de la guerra y el hambre o se ven obligados a dejar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación del medio ambiente. Como tuve la oportunidad de reiterar este año en mi mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, este problema tiene una dimensión intrínsecamente ética que trasciende las fronteras nacionales y las concepciones limitadas sobre la seguridad y el interés propio. A pesar de la complejidad y delicadeza de las cuestiones políticas y sociales involucradas, las naciones y la comunidad internacional están llamadas a contribuir con sus mejores capacidades en la tarea de pacificación y reconciliación, mediante decisiones y políticas que se caractericen sobre todo por la compasión, la clarividencia y el valor.
Estimados Embajadores, al comienzo de vuestra nueva misión, os expreso mis mejores deseos. También aprovecho la oportunidad para aseguraros la atención constante de las diversas oficinas de la Curia Romana para ayudaros a cumplir con vuestras responsabilidades. Sobre vosotros y vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y todos vuestros conciudadanos, invoco bendiciones divinas de alegría y paz.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 17 de mayo de 2018.
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