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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL CON OCASIÓN DEL
40 ANIVERSARIO DE LA III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO EN PUEBLA

Sala del Consistorio
Jueves, 3 de octubre de 2019

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Hermanos y hermanas, bienvenidos:

Agradezco al Reverendo Padre Bernard Ardura, Presidente del Comité Pontificio de Ciencias Históricas, sus amables palabras —y viéndolo así parece el vice-papa— me congratulo con el Comité y con la Comisión Pontificia para América Latina de haber querido conmemorar, con el Congreso que tiene lugar ahora en Roma, los 40 años de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla de los Ángeles.

Me alegra poder encontrarme, aunque sea brevemente, con los relatores y organizadores de este evento. Les aseguro que me hubiera gustado tener más tiempo y compartir tantas vivencias y experiencias con ustedes.

Si me permiten algún recuerdo personal, por entonces era Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, y seguí con mucha atención e interés todo el intenso y apasionado proceso de preparación de esa tercera Conferencia. Tuve presente tres hechos sobresalientes que, sin duda, iban a encaminar el evento.

El primero de ellos fue la decisión de San Juan Pablo II de realizar su primer viaje apostólico precisamente a México y de pronunciar el discurso inaugural de la Conferencia, que indicó con claridad los caminos para su desarrollo. Fue como la inauguración de su largo, itinerante y fecundo pontificado misionero.

El segundo hecho que me pareció fundamental desde el principio de la preparación de la Conferencia fue tomar la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de San Pablo VI como telón de fondo y fuente de referencia para toda su realización. Evangelii nuntiandi es el mejor documento pastoral del post-concilio y hoy todavía tiene vigencia. Y una cosa personal: cuando me tuve que quedar en Roma, por razones ajenas a mi voluntad, pedí que me trajeran muy pocos libros, muy pocos, no más de siete, y entre ellos estaba el texto primero que yo tuve de Evangelii nuntiandi subrayado, Redemptoris Mater de san Juan Pablo II con todos los papeles que yo había tomado para dar retiros espirituales, y el documento de Puebla totalmente evidenciado en diversos colores. Esto para decirles como seguí de cerca en aquel momento todo esto. No pocas veces he repetido que, para mí, la Evangelii nuntiandi es un documento decisivo, de gran riqueza, en el camino post-conciliar de la Iglesia. Más aún Evangelii gaudium es un elegante plagio de Evangelii nuntiandi y del documento de Aparecida. Saben, salto de ahí.  Siguiendo su estela y junto con el Documento de Aparecida, vino la Exhortación apostólica Evangelii gaudium.

El tercer hecho importante fue tomar como punto de partida las intuiciones y opciones proféticas de la Conferencia de Medellín para, en Puebla, dar un paso más adelante en el camino de la Iglesia latinoamericana hacia su madurez.

Sé que ustedes están estudiando con proyección los contenidos de la Conferencia de Puebla. Recuerdo algunos de los más significativos: la novedad de una autoconciencia histórica de la Iglesia en América Latina; una buena eclesiología que retoma la imagen y el camino del pueblo de Dios en el Concilio Vaticano II; una mariología bien inculturada; los capítulos más ricos y creativos sobre la evangelización de la cultura y de la piedad popular en América Latina; esto de la evangelización de las culturas, Puebla puso fundamentos muy serios para ir adelante: la crítica valiente del desconocimiento de los derechos humanos y libertades en aquellos tiempos que se vivían en la región y las opciones por los jóvenes, los pobres y los constructores de la sociedad.

Muchos de ustedes lo vivieron de cerca, y tenemos a “l’enfant terrible” de aquella época que supo profetizar y llevar adelante las cosas.

Se puede decir que Puebla sentó las bases y abrió caminos hacia Aparecida. Curioso que de Puebla se salta a Aparecida. Santo Domingo, que tiene sus méritos, pero quedó ahí. Porque Santo Domingo estuvo muy condicionada por los compromisos. Y el santo Obispo de Mariana, que fue el redactor ahí, tuvo que negociar con todos para que saliera; algo sirve, que es bueno, pero no tiene la convocatoria ni de Puebla ni de Aparecida. Bueno, son los vaivenes de la historia, sin disminuir la calidad de Santo Domingo, pero Puebla fue un pilar y salta a Aparecida.  Bastaría afirmar sólo esto para destacar la buena oportunidad de conmemorar sus 40 años, no sólo mirando hacia atrás, sino proyectándola hasta nuestros días eclesiales.

Y sigan trabajando por favor en estas cosas, en estos documentos del episcopado latinoamericano que tienen mucho jugo, mucho meollo, mucho jugo. Y que son capaces de llevar adelante riquezas muy grandes de América latina, sobre todo su piedad popular. Algunos en Argentina preguntaban: pero ¿por qué es tan rica la piedad popular? Porque no fue clericalizada. Como a los curas no les importaba, el pueblo se organizó a su manera. Es verdad que san Pablo VI, en el número 48 de Evangelii nuntiandi, tiene que decir: “bueno, algunas cosas hay que purificar”, pero después de alabar el movimiento y de cambiar el nombre. Antes era religiosidad popular, ahora es piedad popular, él cambió el nombre, Aparecida va más allá y habla de espiritualidad popular. Gracias por todo lo que están haciendo. Juntos los invito a rezar a la Virgen de Guadalupe y pedir su bendición.

 



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