DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA DE JÓVENES LÍDERES SIRO-MALABARES
Sala Clementina
Sábado, 18 de junio de 2022
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¡Beatitud, excelencias, queridos jóvenes, buenos días y bienvenidos!
Doy las gracias al Obispo Bosco Puthur por las palabras de saludo y de presentación.
Como líderes juveniles de las varias eparquías siro-malabares de la diáspora y de la Visitación apostólica en Europa habéis venido a Roma junto a vuestros pastores. En toda peregrinación buscamos en primer lugar al Señor Jesús, Él que es el camino, la verdad y la vida. Queremos seguirle y recorrer su camino, el del amor, el único camino que conduce a la vida eterna. No es un camino cómodo, pero es fascinante, y Él no nos abandona nunca, nunca nos deja solos. Si le hacemos sitio en nuestra existencia, compartiendo con Él alegrías y dolores, experimentamos la paz que solo Dios puede dar.
Jesús no dudó en preguntar a sus discípulos si realmente querían seguirlo o si preferían tomar otro camino (cf. Jn 6,67). En ese momento, Simón Pedro tuvo el valor de responder: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (v. 68). Yo también hoy, en un tiempo marcado por la cultura “líquida” o incluso “gaseosa”, os digo, queridos jóvenes, que la vida se llena de sentido y es fecunda cuando decimos “sí” a Jesús. Cada uno de vosotros puede preguntarse: ¿Estoy convencido de que la vida se llena de sentido y es fecunda cuando decimos sí a Jesús? ¿Estoy convencido? ¿He experimentado sentirme amado gratuitamente, no por mi mérito sino por puro don? ¿Estoy convencido de que mi vida es un don? Esta experiencia es la que da sentido a toda la vida; y da la fuerza para decir “sí” al servicio y a la responsabilidad y “no” a la superficialidad y al descarte.
Vosotros sois los jóvenes de la diáspora siro-malabar. El Apóstol Tomás llegó a la costa occidental de la India, sembró el Evangelio y brotaron las primeras comunidades cristianas. Según la tradición, este año se cumplen 1950 años del martirio de Tomás, que selló así su amistad con Jesús, a quien había dicho: «Señor mío y Dios mío». (Jn 20,28). La Iglesia es “apostólica” porque está fundada sobre el testimonio de los Apóstoles; y crece continuamente no por proselitismo, sino por testimonio. Cada bautizado participa en su construcción en la medida en que es testigo. Y vosotros estáis llamados a serlo en primer lugar entre vuestros coetáneos de la diáspora siro-malabar, pero también entre los que no pertenecen a vuestra comunidad y entre los que ni siquiera conocen al Señor Jesús.
Hay un terreno común en el que se encuentran todos los jóvenes, y es el deseo de un amor genuino, hermoso y grande. Os digo: ¡no tengáis miedo de este amor! Es el amor que Jesús nos revela y que san Pablo define como “magnánimo y paciente, nos busca su interés, sino el bien y la verdad” (cf. 1 Cor 13,4-6). Os exhorto a descubrir los testimonios de amor de los santos y de las santas de todos los tiempos, también de nuestro tiempo: ellos demuestran más que cualquier discurso que el cristianismo no consiste en una serie de prohibiciones, que sofocan el deseo de felicidad, sino en un proyecto de vida capaz de llenar el corazón. No tengáis miedo de rebelaros contra la extendida tendencia a reducir el amor a algo banal, sin belleza, sin comunión, sin fidelidad y sin responsabilidad. Esto es lo que sucede cuando usamos a los demás para nuestros propios fines egoístas, como objetos: se rompen los corazones y queda la tristeza.
La próxima Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa tendrá este tema: «María se levantó y partió sin demora» (Lc 1,39). Después de haber aceptado el anuncio del Ángel y de haber respondido su “sí” a la llamada de convertirse en madre del Salvador, María se dirige inmediatamente donde su prima Isabel, que está en el sexto mes de embarazo (cf. Lc 1,36-39). No se encierra en casa a pensar en el gran privilegio que ha recibido y los grandes problemas que conlleva; no, María no se deja paralizar por el orgullo o el miedo. No es de las personas que para estar bien necesita un buen sofá para estar cómoda y segura. Si su pariente anciana necesita ayuda, no duda y emprende inmediatamente su camino (cf. Discurso en la Vigilia, Cracovia, 30 de julio de 2016).
Y cuando llega a casa de Isabel, en ese encuentro lleno del Espíritu Santo, brota del corazón de la Virgen el Magníficat. Esto hace pensar en la fecundidad del encuentro entre jóvenes y ancianos. Os pregunto: ¿todavía tenéis abuelos?, ¿al menos alguno de ellos? ¿Cómo es tu relación con ellos? Mientras abrís vuestras alas al viento, es importante que descubráis vuestras raíces y recibáis el testigo de quienes os han precedido. Vosotros los jóvenes tenéis la fuerza, los ancianos la memoria y la sabiduría. Os exhorto a hacer como María con Isabel, a ir a visitar a vuestros parientes ancianos, para recibir su sabiduría.
La joven madre de Jesús conocía bien las oraciones de su pueblo, que le habían enseñado sus padres y abuelos. Hay un tesoro escondido en las oraciones de nuestros ancianos. En el Magnificat, María recoge el patrimonio de fe de su pueblo y lo recompone en su propio canto, pero que al mismo tiempo toda la Iglesia canta con ella. Para que también vosotros, jóvenes, podáis hacer de vuestra vida un canto de alabanza, un don para toda la humanidad, es fundamental arraigarse en la tradición y en la oración de las generaciones precedentes. En particular, para vosotros, en la historia de vuestra Iglesia, en su riqueza espiritual y litúrgica, para ser descubierta siempre de nuevo, con la ayuda de vuestros obispos y sacerdotes. Sobre todo, os invito a conocer bien la Palabra de Dios, leyéndola todos los días y comparándola con vuestra vida. Así Jesús, el Resucitado, calentará vuestros corazones, iluminará vuestros pasos, incluso en los momentos difíciles y oscuros (cf. Lc 24, 13-35).
Una última cosa: María nos enseña también a vivir en actitud eucarística, es decir, a dar gracias, a cultivar la alabanza, a no fijarnos sólo en los problemas y las dificultades. En la dinámica de la vida, las súplicas de hoy se convertirán en motivos de agradecimiento de mañana. Así, vuestra participación en el Santo Qurbana [Santo Sacrificio] y en el sacramento de la Reconciliación será a la vez culmen y punto de partida: vuestras vidas se renovarán cada día, convirtiéndose en alabanza perenne al Todopoderoso (cf. Mensaje para la XXXII JMJ 2017).
Queridos hermanos y hermanas, muchas gracias por vuestra visita. Bendigo de corazón a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a vuestras comunidades. Y os pido por favor que no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias y buen camino!
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