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X ENCUENTRO NACIONAL DE JÓVENES CATÓLICOS DE RUSIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS JÓVENES REUNIDOS EN SAN PETERSBURGO
(EN LÍNEA)

Viernes, 25 de agosto de 2023

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Queridos jóvenes, queridas jóvenes: que la paz y la alegría de Jesús estén con ustedes.

Hace tres semanas, hemos celebrado en Lisboa la Jornada Mundial de la Juventud con jóvenes de todo el mundo. Hoy siento una gran alegría por estar aquí, compartiendo este momento de fe y de esperanza con ustedes. El lema de esta Jornada Mundial de la Juventud fue: “María se levantó y partió sin demora”. Quiero proponerles tres ideas en torno a este lema, para que luego puedan seguir trabajándolas ustedes en la reflexión que hagan los grupos, cada cual desde su propia experiencia.

Primera idea: llamados y en salida. Dios llama a caminar, Dios nos manda salir y caminar. Cada uno de ustedes, como María, es llamado por Dios. Sí, llamado por Dios, elegido y llamado. Todos somos elegidos y llamados. Pregúntense ustedes: ¿yo soy elegido, elegida? ¿Soy llamado? Sí, el Señor los llamó desde el comienzo de sus vidas, los llamó por sus nombres. Llamados antes de los talentos que tenemos, antes de nuestros méritos, antes de nuestras oscuridades y heridas, antes de todo hemos sido llamados. Llamados por nuestro nombre, tú a tú. Dios no va al montón, no. Dios va del tú a tú.

Isabel, que era estéril, y María, la Virgen: dos mujeres que se convirtieron en testimonio, ¿de qué?, de la fuerza transformadora de Dios. Dios transforma. Es esa experiencia del amor desbordante de Dios que no se puede dejar de compartir. Por eso, María se levantó y se fue sin demora, fue rápido. Tiene que levantarse con prisa. Cuando Dios llama, no podemos quedarnos sentados. Levantarnos y con prisa, porque el mundo, el hermano, el que sufre, el que está al lado y no conoce la esperanza de Dios necesita recibirlo, necesita recibir la alegría de Dios. Me levanto con prisa para llevar la alegría de Dios. Esta primera idea: somos llamados y en salida.

Segunda idea: el amor de Dios es para todos y la Iglesia es de todos. El amor de Dios se reconoce por su hospitalidad. Dios acoge siempre, crea, crea espacio para que todos tengamos lugar y se sacrifica por el otro, está atento a las necesidades del otro. María se quedó tres meses con Isabel, ayudándola en sus necesidades. Estas dos mujeres están creando espacio para las nuevas vidas que nacen: Juan Bautista y Jesús. Pero también crean espacio una para la otra, se comunican. La Iglesia es una madre de corazón abierto, que sabe acoger y recibir, sobre todo a quien tiene necesidad de mayor cuidado. La Iglesia es una madre amorosa, porque es la casa de los amados y es la casa de los llamados. ¡Cuántas heridas, cuánta desesperanza se pueden curar donde uno se pueda sentir recibido! Y la Iglesia nos recibe. Por eso, sueño con una Iglesia donde ninguno sobra, donde ninguno está de más. Por favor, que la Iglesia no sea una “aduana” para seleccionar a quienes entran y a quienes no. No, todos, todos. La entrada es libre. Y después que cada uno sienta la invitación de Jesús a seguirlo, a ver cómo está delante de Dios; y para este viaje están las enseñanzas y los Sacramentos. Recordemos el Evangelio: cuando el señor del banquete manda a llamar a los cruces del camino dice: “Vayan y traigan a todos” (cf. Mt 22,9). No se olviden esta palabra: todos. La Iglesia es para todos: jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores. Esto quería decir Jesús: todos, todos, todos.

Y la tercera idea: es vital que los jóvenes y los ancianos se abran uno al otro. Los jóvenes, al encontrarse con los ancianos, tienen la oportunidad de recibir la riqueza de sus experiencias y sus vivencias. Y los ancianos, al encontrarse con los jóvenes, encuentran en ellos la promesa de un futuro de esperanza. Es importante, ustedes, jóvenes, que dialoguen con los ancianos, que dialoguen con los abuelos, que escuchen a los abuelos, que escuchen esa experiencia de vida que va más allá de la de los padres. El punto de encuentro entre María e Isabel son los sueños. Ambas soñaban. Los jóvenes sueñan, los viejos sueñan. Es precisamente el sueño, la capacidad de soñar, la visión del mañana lo que ha mantenido y sostiene unidos a las generaciones, como nos recuerda el profeta Joel: “Sus ancianos tendrán sueños, sus jóvenes tendrán visiones” (cf. 2,28). Así los ancianos sueñan con tantas cosas: la democracia, la unidad de las naciones…; los jóvenes profetizan, son llamados a ser artesanos del ambiente y de la paz. Isabel, con la sabiduría de los años -era vieja-, fortalece a María, que era joven y estaba llena de gracia, guiada por el Espíritu.

Queridos jóvenes: no quiero echar un sermón largo. Los invito a ser constructores de puentes. Constructores de puentes entre las generaciones, reconociendo los sueños de aquellos que han ido por delante en el camino. La alianza entre las generaciones mantiene viva la historia y la cultura de un pueblo. Deseo para ustedes, jóvenes rusos, la vocación de ser artesanos de la paz en medio de tantos conflictos, en medio de tantas polarizaciones que hay de todos lados, que acechan nuestro mundo. Los invito a ser sembradores de semillas, de semillas de reconciliación, pequeñas semillas que en este invierno de guerra no brotarán por el momento en la tierra helada, pero en una primavera futura van a florecer. Como dije en Lisboa: tengan la valentía de sustituir los miedos por los sueños. Sustituir los miedos por los sueños. Sustituyan los miedos por los sueños. No sean administradores de miedos sino emprendedores de sueños. ¡Dense el lujo de soñar a la grande!

Queridos jóvenes: gracias por este tiempo que me han regalado, por haber querido compartir conmigo un poco de sus sueños y sus esperanzas, de sus temores y sus sufrimientos. Gracias a Bárbara por su testimonio de familia. Gracias a Alexander por su testimonio de vida. Gracias. Y gracias a todos ustedes por el testimonio que están dando hoy en esta reunión.

Los invito a que miren a María, encuentren al Señor, concíbanlo en el corazón y rápido, con prisa llévenlo a quienes están lejos, llévenlo a quienes los necesitan. Sean signo de esperanza, signo de paz y de alegría, como María, porque con la misma “humildad de su servidora”, puedan ustedes también cambiar la historia que les toca vivir. Juéguense por el futuro, anclados con las raíces de los abuelos. Los saludo con afecto. Estoy contento de comunicarme con ustedes. Les doy mi bendición. Rezo por ustedes y, por favor, no se olviden de rezar por mí.



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