JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 15 de enero de 1984
1. "Te hago luz de las naciones" para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (Is 49, 6).
Estas palabras del segundo canto del Siervo de Yavé se cumplen en Jesús, Siervo del Padre, proclamado por Simeón luz de las gentes y gloria del pueblo de Israel (cf. Lc 2, 32).
Tanto el Siervo del libro de Isaías como Jesús -según es ya sabido- traen la luz y la salvación por medio del sacrificio.
Esto es lo que subraya claramente el Salmo responsorial de la liturgia de hoy:
"Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, / y, en cambio me abriste el oído; / no pides sacrificio expiatorio; / entonces yo digo: 'Aquí estoy' " (Sal 39, 7-8).
No sólo el Siervo, no sólo Jesús está llamado a cumplir la voluntad del Padre, a ofrecer la vida por la salvación del mundo; todo el Pueblo de Dios, la Iglesia, debe hacer lo mismo. Por ello hemos repetido a, coro:
"Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".
2. Asociada a Cristo Salvador y a su sacrificio contemplamos en primer lugar a la Virgen María, a quien Simeón, iluminado por el Espíritu, dirige palabras misteriosas y proféticas:
"Y a ti una espada te traspasará el alma" (Lc 2, 35).
Este anuncio se cumplirá para María en la pasión y muerte de su Hijo. Junto a Él, atravesado por la lanza, se halla en el Calvario la Madre, cuya alma está atravesada por una espada. Y a una espada se compara la Palabra de Dios (cf. Heb 4, 12). Por causa de la Palabra que crea y destruye, que da muerte y vida; por causa de la Palabra que María no siempre comprende enseguida, pero la acoge, medita y confronta en su corazón; por causa de Cristo-Palabra del Padre contradicha por los hombres, su alma está atravesada de dolor como por una espada. La Palabra acogida y vivida con obediencia total al Padre, constituye a la Virgen en colaboradora generosa de Cristo Salvador. Su sacrificio unido al de Cristo trae luz y salvación a las gentes.
Todo creyente está llamado a ofrecer su vida con Cristo por la redención del mundo. Como María todos debemos "completar" en nuestra carne "lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).
3. Quiero atraer hoy vuestra atención sobre un acontecimiento espiritual de importancia particular. El miércoles próximo, 18 de enero, comenzará la Semana anual de Oración por la Unidad de los Cristianos. En el mundo entero los cristianos de las distintas denominaciones se unirán para orar por el restablecimiento de la unidad plena. La cruz de Nuestro Señor precisamente nos llama a la unidad. Porque Cristo murió "para reunir en uno a todos los hijos de Dios, que están dispersos" (Jn 11, 52 b), ayer, hoy y siempre.
Invito calurosamente a todos los católicos a intensificar durante esta semana la oración y unirla a la de los otros bautizados, para que el Señor de todos nos conceda alabarle con una sola voz y un sólo corazón.
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