JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 18 de noviembre de 1984
1. "Andaré en la presencia de Yavé / en la tierra de los vivientes". (cf. Sal 116, 9).
Rezando el Ángelus en el mes de noviembre, nos unimos en primer lugar a la fe de la Virgen de Nazaret, a la fe que alcanzó particular expresión salvífica en el momento de la Anunciación:
"He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según su palabra" (Lc 1, 38).
Nos unimos también a la fe de todos los santos apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, doctores de la Iglesia, hombres y mujeres que se distinguieron en el campo de la santidad a lo largo de los siglos.
Esta fe fue el camino y luz de cada uno de ellos. Iluminó el camino y condujo a la Jerusalén celestial.
Unida de este modo en el misterio de la Comunión de todos los Santos a María y a todos los hijos e hijas del Pueblo de Dios a lo largo de los siglos, la Iglesia no cesa de confesar:
"Creo en la resurrección de los muertos, creo en la vida eterna".
2. Con esta fe nos inclinamos ante la tumba de nuestros difuntos, de todos los difuntos del entero globo terrestre; de los que se están purificando todavía en el camino de su unión con Dios.
Parece como si oraran con las palabras del Salmista:
"Oye, ¡oh Yavé!, el clamor con que te invoco, / ten de mí piedad y escúchame. / Yo, Yavé, tu rostro buscaré. / No me escondas tu rostro..." (Sal 26/27, 7-9).
Con la Iglesia peregrina sobre la tierra, todos los fieles difuntos parecen repetir desde lo hondo de su purificación y su espera dolorosa:
"Andaré en la presencia de Yavé / en la tierra de los vivientes...".
Y la Iglesia peregrina sobre la tierra, siguiendo sus huellas, con su oración incesante responde:
"Espera en Yavé, esfuérzate, / ten gran valor / y espera en Yavé" (Sal 26/27, 14).
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