JUAN PABLO II
REGINA COELI
Domingo 10 de junio de 1984
1. "Envía tu Espíritu, Señor, / y renueva la faz de la tierra".
En la solemnidad de Pentecostés la Iglesia ruega por toda la creación: "Cuán grandes son tus obras, Señor, / la tierra está llena de tus criaturas" (Sal 103, 24).
Entre las criaturas de la tierra está el hombre, creado a imagen y semejanza del Creador.
En toda la creación está impreso et signo del Espíritu creador: Omnipotencia y Amor del Eterno.
En el hombre este signo es particular: sólo él en el mundo visible ha sido hecho a imagen y semejanza del Dios invisible.
En la solemnidad de Pentecostés la Iglesia recuerda el séptimo día de la creación, cuando el Creador vio que todo lo que había creado era bueno ―y, juntamente con el hombre―, "era muy bueno" (Gén 1, 24-31).
2. Sin embargo, la creación está sometida a la destrucción y a la muerte.
Pero el hombre ha grabado en su historia, casi desde el comienzo mismo, la trágica realidad del pecado.
Quizá nuestra generación, ahora más que nunca, ve lo muy amenazados que están el hombre y la tierra, patria de los hombres.
La Iglesia, el día de Pentecostés, recuerda la muerte que hace "volver al polvo" al hombre y a las demás criaturas de la tierra, y, por lo tanto, grita con la misma certeza de la fe "Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra".
Cuanto mayor es la amenaza del hombre y del mundo, tanto más ferviente es el grito de la Iglesia.
3. Así ruega la Iglesia por medio del Corazón de la Virgen Inmaculada: Madre de Cristo crucificado y resucitado.
El Espíritu Santo descendió sobre Ella. Sobre Ella la primera de todos.
En Ella comenzó "la renovación de la tierra".
En Ella está el comienzo del mundo mejor (initium mundi melioris).
Dirijamos a Ella, el día de Pentecostés, nuestro saludo pascual. Ella, María, persevera con nosotros en oración, persevera en oración con la Iglesia.
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