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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 3 de marzo de 1985

 

"Este es mi Hijo amado; escuchadle" (Mc 9, 7).

1. Al realizarse la Transfiguración, como antes en el acto del bautismo en las aguas del Jordán, el Padre celestial da solemne testimonio de Jesús: "Este es mi Hijo amado ". Pero aquí, en el monte de la Transfiguración, donde lo contemplamos con la liturgia de hoy, Dios Padre añade un mandato preciso: "Escuchadle". Escuchar al Hijo de Dios significa ante todo acoger la intimación preliminar que, desde el comienzo de su ministerio público, pregona como proclama de los tiempos nuevos: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15).

Este mandato, queridísimos hermanos y hermanas, resuena con tonos especialmente apremiantes durante la Cuaresma. El itinerario cuaresmal está totalmente orientado a la conversión del corazón, es decir, a esa transformación profunda del modo de pensar y de vivir, que arranca al hombre de los esquemas y costumbres mundanas para plasmarlo según el modelo de Cristo.

La conversión del corazón no puede menos de incluir la penitencia. En cierto sentido, como he explicado en la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia, la penitencia es su elemento principal, más aún, el elemento constitutivo. "La penitencia significa el cambio profundo del corazón bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del reino" (n. 4), es el empeño por "restablecer el equilibrio y la armonía rotos por el pecado" y, por lo tanto, "cambiar dirección incluso a costa de sacrificio" (n. 26).

2. Los propósitos de conversión y de arrepentimiento, para ser auténticos y duraderos, deben traducirse en actos concretos de penitencia. No puede dejar de haber una coherencia fiel y límpida entre lo que el hombre es en su propia intimidad y las acciones que forman la trama de su existencia. "La penitencia es, por tanto, la conversión que pasa del corazón a las obras y, consiguientemente, a la vida entera del cristiano" (Reconciliatio et paenitentia, 4).

Un estilo de vida sinceramente caracterizado por la Cuaresma dedica amplio espacio a las obras de penitencia. Es un estilo de austeridad, de autodisciplina, de prudentes privaciones que tienden a vigorizar la voluntad. Se comienza con la aceptación serena de los sufrimientos que la vida cotidiana exige inevitablemente como consecuencia de la condición de criaturas limitadas de varios modos. Se llega a buscar intencionadamente las ocasiones de penitencia y de mortificación, con el convencimiento cada vez más profundo de que son fuente de esa riqueza espiritual que da valor a la vida.

El binomio conversión-penitencia, vivido lealmente en su doble dimensión íntima y exterior, coloca al cristiano en las huellas del Maestro divino que, a través de la pasión, llega al sepulcro y al alba pascual. Es el itinerario al que nos llama la Cuaresma. Que en él nos acompañe la protección materna de María Santísima.



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