JUAN PABLO II
REGINA COELI
Domingo, 5 de mayo de 1985
1. "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante" (Jn 15, 5).
La liturgia de este domingo del tiempo pascual nos habla con la parábola de la vid y los sarmientos.
La parábola pone en evidencia sobre todo la vinculación "orgánica", en cierto sentido, que existe entre Cristo y la Iglesia, entre Cristo y cuantos de Él reciben la vida, como el sarmiento recibe la vida de la vid.
Ello se refiere a cada hombre individual y, al mismo tiempo, se refiere a la entera comunidad del Pueblo de Dios, a la Iglesia.
La Iglesia entera, cual rico "conjunto" de sarmientos, permanece en Cristo, en la vid. De Él recibe la vida. "Sin Él ésta no puede hacer nada", nada verdaderamente salvífico.
La salvación entera, toda la gracia, se encuentra en Él, en Cristo. Y en nosotros: en los hombres, por Él y sólo por Él y por medio de Él.
2. Queremos hoy dar gracias al Padre Eterno. "En efecto, el Padre es el viñador" de esta vida que nos ha sido revelada y nos ha sido dada a nosotros los hombres en Jesucristo crucificado y resucitado.
Damos gracias por el misterio pascual en el que Cristo se reveló una vez para siempre como vid y, a la vez, ha revelado a su Padre como quien cultiva.
Deseamos que todo hombre, todo cristiano madure en calidad de "cultivo divino" del Padre —en el Hijo— en Cristo resucitado.
Deseamos que por medio de esta vinculación "orgánica" con Él, cada uno dé fruto abundante.
3. Y esta súplica concretamente queremos presentar a la Madre de Cristo invitándola —¡laetare!— al gozo pascual de la Iglesia.
Ella nos ayude a permanecer en su Hijo, en Cristo-Vid, para que formemos con Él un solo Cuerpo, vivificado por el Espíritu del Pentecostés pascual.
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