JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 2 de marzo de 1986
1. Cuando nos reunimos para el "Ángelus", los domingos de Cuaresma, nuestras meditaciones se dirigen hacia ese "itinerarium" interior, por medio del cual el hombre se acerca a Dios en el acto de la conversión.
Examen de conciencia, acto de dolor, propósito, confesión y penitencia. Así se llaman cada una de las etapas de este "itinerarium" en la tradición de la Iglesia, en la catequesis, en la práctica del sacramento de la penitencia. Lo recordó el Sínodo de los Obispos en 1983, mediante el cual la Iglesia trataba de responder -según las necesidades de nuestro tiempo- a la invitación de Cristo: "paenitemini": convertíos.
"Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15; cf. Mt 4, 17).
2. Cuando el rey penitente de la Antigua Alianza confiesa: "Contra ti pequé... tengo siempre presente mi pecado" (Sal 50/51, 5-6), pone de relieve ese momento, que en el "itinerarium" interior nos acerca más a la conversión. El hombre reconoce en su conciencia la verdad del pecado y, al mismo tiempo, nace la necesidad de acabar con él. Apartarse del mal que es el pecado.
Es un momento decisivo. También es un momento difícil. A veces resulta doloroso. Tanto más doloroso, cuanto más se ha arraigado el pecado en el hombre. Cuanto más ha entrado en su vida. Cuanto más se ha habituado el hombre a vivir con él.
Justamente se advierte en este momento decisivo la semejanza con la cruz de Cristo. La pasión de Cristo contiene en sí toda la plenitud de la fatiga salvífica; de la fatiga de la redención, que comporta la victoria absoluta sobre el pecado, a precio de la pasión y de la muerte en cruz. En el curso del "itinerarium" interior, que debe conducir también a la victoria sobre el pecado, cada uno de nosotros está llamado a alcanzar esa plenitud.
"Tibi soli peccavi": Contra ti, contra ti solo pequé. Y he aquí que Tú solo: Tú solo estás conmigo en el momento en que debo convertirme, rompiendo con el pecado en la profundidad de mi "yo" mediante el acto de mi libre voluntad.
De este modo, por obra de la cruz de Cristo, se unen la gracia de la conversión y el libre acto de la voluntad del hombre.
3. El Salmista pide después:
"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Sal 50/51, 12).
Cuando el hombre, bajo el influjo de la gracia de la conversión, se aparta del mal, se encuentra nuevamente a sí mismo ante Dios, que es la fuente inagotable del bien. Y he aquí que en el momento de la conversión el hombre desea el bien con todo el corazón. Quiere el bien: y en esto consiste el propósito. Quiere otra vida, quiere un cambio de conducta. De este modo se desarrolla el "itinerarium" interior de la reconciliación con Dios.
Uniéndonos en nuestra meditación a la Madre que está al pie de la cruz, pidamos que este "itinerarium" se desarrolle durante el tiempo de Cuaresma en cada uno de nosotros. Que Ella, Auxiliadora, ruegue juntamente con nosotros a su Hijo: "Crea en cada uno un corazón puro, / renuévale con espíritu firme".
Este "espíritu firme" es necesario para que la conversión sea eficaz; para que en el sacramento de la penitencia nazca "un hombre nuevo".
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