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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 26 de febrero de 1989

 

Muy queridos hermanos y hermanas:

1. Hoy dedicamos este encuentro, para la oración mariana, a la contemplación del tercer misterio de dolor: Jesús es coronado de espinas.

Este hecho es atestiguado por los Evangelios, que, a pesar de no entretenerse en demasiados detalles, han subrayado, por otra parte, los gestos agresivos y de insensata diversión de los soldados de Pilato.

Los soldados ―escribe Marcos, a quien siguen Mateo y Juan― le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: '¡Salve, Rey de los judíos!'. Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante Él" (Mc 15, 16-19, cf. Mt 27, 27-30; Jn 19, 2-3).

Sólo Mateo añade un signo-mofa de realeza: primeramente ponen la caña en la mano derecha de Jesús, casi como un cetro real (Mt 27, 29); después se la cogen de las manos y con ella le golpean la cabeza (Mt 27, 30).

2. Estamos ante una imagen de dolor, que evoca todas las locuras homicidas, todos los sadismos de la historia. También Jesús ha querido estar en manos de la maldad, a menudo dramáticamente cruel, de los hombres.

Juan nos lleva a transformar nuestra contemplación en oración, adoradora y trepidante, ante el sufrimiento de Jesús, coronado de espinas: "Volvió ―escribe― a salir Pilato y les dijo: 'Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él'. Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: 'Aquí tenéis al hombre' " (Jn 19, 4-5).

En realidad aquel Hombre es el Hijo de Dios que, mediante un sufrimiento inefable, lleva a cumplimiento el plan salvífico del Padre. Él se ha tomado tan en serio nuestros dramas que ha participado de ellos, los ha asumido, ha enriquecido su sentido, los ha transformado en una inesperada posibilidad de vida, de gracia, de comunión con Dios y, por tanto, de gloria.

3. Desde ese día, toda generación humana está llamada a pronunciarse ante aquel "Hombre" coronado de espinas. Nadie puede permanecer neutral. Es necesario pronunciarse. Y no sólo con las palabras, sino con la vida.

El cristiano acepta en su cabeza la corona de espinas cuando sabe mortificar sus arrogancias, su orgullo, las distintas formas de utilitarismo y hedonismo, que acaban destruyéndolo como persona y, a menudo, lo inducen a ser cruel con los demás.

La Cuaresma invita a todos a un camino de liberación de las esclavitudes que lo atormentan. Nuestro Rey, el Hombre-Dios, está ante nosotros: Él nos "da un corazón nuevo para poder vivir nuestros malestares, nuestro sufrimiento de forma salvífica, por amor a Él y a nuestros hermanos.

La Virgen Santísima nos precede en este camino fatigoso y nos alienta a apresurar el paso, señalándonos la radiante meta de la Pascua.



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