JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 12 de marzo de 1989
Queridísimos hermanos y hermanas:
1. En este V domingo de nuestro camino cuaresmal, en el momento de la oración mariana, nos detenemos a meditar el quinto misterio doloroso del santo Rosario: Jesús muere en la cruz.
La crucifixión y muerte de Jesús implican cielo y tierra, como los demás acontecimientos fundamentales de la historia de la salvación: la creación, el nacimiento de Jesús, la resurrección, la venida final o parusía del Señor. El Evangelista Lucas anota: "Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra" (23, 44).
En este evento se expresa con la máxima evidencia cómo Jesús ha sido signo de "contradicción" (cf. Lc 2, 34). Efectivamente, las personas se dividen en dos grupos: el que lo reconoce y adora y el que se burla de Él.
2. San Lucas nos introduce en la contemplación de Jesús en oración: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34) Es el más excelente modelo de todo martirio. Es la más sublime escuela de amor: en el dolor, Jesús trata de excusar a quien le hace sufrir y corresponde al mal con el bien. San Esteban, el primer mártir cristiano, repetirá la misma oración de Jesús.
Los Evangelistas captan los personajes de la crucifixión en sus actitudes contrastantes.
"Los jefes" y "los soldados" (Lc 23. 32. 39), desilusionados en sus expectativas, se mofan de Jesús. El pueblo, sin embargo, "miraba" (Lc 23, 35). También los dos "malhechores" (Lc 23, 32. 39) revelan actitudes contradictorias. Mientras uno le insulta, el otro testifica una extraordinaria experiencia de reconciliación: reconoce la propia condición de pecador, que lo diferencia radicalmente de Aquel que sufre junto a él ("En cambio, éste nada malo ha hecho": Lc 23, 41b) y se confía plenamente al amor de Jesús (cf. Lc 23, 42).
3. San Juan nos presenta asimismo a María al pie de la cruz: Mujer del dolor, ofrecido por amor; Mujer del don y de la acogida, Madre de Jesús; Madre de la Iglesia; Madre de todos los hombres.
Había también otras mujeres junto a la cruz, pero Jesús "viendo a la madre y allí junto a ella al discípulo que amaba" (Jn 19, 26), prorrumpe en una expresión de resonancias espirituales profundísimas: "Mujer, ahí tienes a tu hijo"; "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19. 26b. 27) En Juan cada hombre se descubre hijo de Aquella que ha dado al mundo al Hijo de Dios.
4. También en el momento de la muerte Jesús ora, proclamando con gran voz su definitiva donación al Padre por la salvación de todos: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46).
Ante el misterio de Cristo que muere para salvarnos, también nosotros decimos: Verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios (cf. Mc 15, 39).
Que María nos ayude a vivir un auténtico camino de fe hacia los días santos, en silencio adorador, en la plena disponibilidad a hacer de nuestra vida, de nuestra historia concreta, un don a compartir con los hermanos, mediante el amor y la esperanza.
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