JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 2 de julio de 1989
1. El 2 de junio pasado, hace exactamente un mes, celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Quiero reanudar junto con vosotros la meditación sobre las riquezas de este Corazón divino, continuando la reflexión ya iniciada hace tiempo acerca de las letanías dedicadas a Él.
Una de las invocaciones más profundas de tales letanías reza así: "Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, ten misericordia de nosotros". Encontramos aquí el eco de un artículo central del Credo en el que profesamos nuestra fe en "Jesucristo, Hijo único de Dios", que "bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre". La santa humanidad de Cristo es, por consiguiente, obra del Espíritu divino y de la Virgen de Nazaret.
2. Es obra del Espíritu. Esto afirma explícitamente el Evangelista Mateo refiriendo las palabras del Ángel a José: "Lo engendrado en Ella (María) es del Espíritu Santo", (Mt 1, 20); y lo afirma también el Evangelista Lucas, recordando las palabras de Gabriel a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35).
El Espíritu ha plasmado la santa humanidad de Cristo: su cuerpo y su alma, con toda la inteligencia, la voluntad, la capacidad de amar. En una palabra, ha plasmado su corazón. La vida de Cristo ha sido puesta enteramente bajo el signo del Espíritu. Del Espíritu le viene la sabiduría que llena de estupor a los doctores de la ley y a sus conciudadanos, el amor que acoge y perdona a los pecadores, la misericordia que se inclina hacia la miseria del hombre, la ternura que bendice y abraza a los niños, la comprensión que alivia el dolor de los afligidos. Es el Espíritu quien dirige los pasos de Jesús, lo sostiene en las pruebas, sobre todo lo guía en su camino hacia Jerusalén, donde ofrecerá el sacrificio de la Nueva Alianza, gracias al cual se encenderá el fuego que Él trajo a la tierra (Lc 12, 49).
3. Por otra parte, la humanidad de Cristo es también obra de la Virgen. El Espíritu plasmó el Corazón de Cristo en el seno de María, que colaboró activamente con Él como madre y como educadora.
― como Madre, Ella se adhirió consciente y libremente al proyecto salvífico de Dios Padre, siguiendo trémula, en silencio lleno de adoración, el misterio de la vida que de Ella había brotado y se desarrollaba:
― como educadora, Ella plasmó el Corazón de su propio Hijo, introduciéndolo, junto son San José, en las tradiciones del pueblo elegido, inspirándole el amor a la ley del Señor, comunicándole la espiritualidad de los "pobres del Señor". Ella lo ayudó a desarrollar su inteligencia y seguramente ejerció influjo en la formación de su temperamento. Aun sabiendo que su Niño la trascendía por ser "Hijo del Altísimo" (cf. Lc 1, 32), no por ello la Virgen fue menos solícita de su educación humana (cf. Lc 2, 51).
Por tanto podemos afirmar con verdad: en el Corazón de Cristo brilla la obra admirable del Espíritu Santo; en Él se hallan también los reflejos del corazón de la Madre. Tanto el Corazón de Cristo: dócil a la acción del Espíritu, dócil, a la voz de la Madre.
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