JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Castelgandolfo
Domingo 28 de julio de 1991
1. Se acerca la fiesta de san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de cuyo nacimiento estamos celebrando precisamente este año el 500° aniversario.
Echando una mirada al conjunto de la obra que llevó a cabo, podemos preguntarnos: ¿cuál fue el secreto de la extraordinaria influencia ejercida por este campeón de la Reforma católica? La respuesta no deja lugar a dudas: hay que buscar ese secreto en su profunda vida interior. Tenía la firme convicción de que el apóstol, todo apóstol, debe mantenerse íntimamente unido a Dios para "dejarse guiar por su mano divina" (Constituciones, X).
Se atuvo constantemente a este primado de la vida interior, a pesar de los múltiples compromisos y de las diversas ocupaciones que llenaban sus jornadas. Fue, en verdad, "contemplativo en la acción" y así quiso que fueran los miembros de la orden que fundó. En resumidas cuentas, para él la contemplación fue siempre la condición indispensable de todo apostolado fructuoso.
2. La eficacia de esta unión con Dios, alimentada por la oración, está testimoniada por la fecundidad sobrenatural de la acción evangelizadora de los primeros jesuitas, formados en la escuela de Ignacio y a quienes él mismo envió a las diversas regiones de Europa, a Asia —hasta el extremo Oriente— y a las nuevas tierras de América.
Tanto los religiosos jesuitas como los cristianos más generosos y abiertos a la acción apostólica han de tener presente, con celo atento, este testimonio nobilísimo. La misión de difundir el Evangelio es compleja y exigente. Por eso, es necesario reafirmar que la urgencia de los compromisos apostólicos no debe llevarnos a olvidar la necesidad primaria de la oración y la contemplación. La Iglesia, hoy más que ayer, tiene necesidad de apóstoles que sepan ser, como san Ignacio, contemplativos en la acción.
A la Virgen María, que como verdadera contemplativa conservaba y meditaba en su corazón los misterios de su Hijo Jesús (cf. Lc 2, 19. 51), le pedimos que alimente en nosotros el espíritu de oración, a fin de que nuestro testimonio cristiano sea creíble, convincente y, por tanto, espiritualmente fecundo.
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Después del Ángelus
Va ahora mi más cordial y afectuoso saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española aquí presentes, así como a las personas que se unen a nosotros en el rezo del “Ángelus” mediante la radio y la televisión, y en la plaza de San Pedro.
Por mediación de la Santísima Virgen, encomiendo a todos al Señor para que os asista siempre con su gracia en vuestros propósitos de vida cristiana.
Con mi bendición apostólica.
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