JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 13 de febrero de 2000
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Está aún vivo el recuerdo de la extraordinaria celebración del jubileo de los enfermos en la plaza de San Pedro, el viernes pasado, fiesta de nuestra Señora la Virgen de Lourdes.
La enfermedad nos ayuda a comprender el misterio del hombre. Como el leproso, del que habla el Evangelio de este domingo, cuando estamos enfermos experimentamos la fragilidad humana y sentimos el fuerte deseo de curarnos. En Jesús, que se compadece de nosotros, encontramos el apoyo y la respuesta a nuestras expectativas más profundas. En su cruz, todo sufrimiento tiene una posibilidad de sentido; la enfermedad no deja de ser una prueba, pero iluminada por la esperanza.
Sí, Dios no quiere la enfermedad; no ha creado el mal y la muerte. Pero, desde el momento en que éstos, a causa del pecado, han entrado en el mundo, su amor tiende totalmente a sanar al hombre, a liberarlo del pecado y de cualquier mal, y a colmarlo de vida, paz y alegría. Éste es el anuncio consolador del jubileo y, de modo particular, de este gran jubileo, que recuerda los dos mil años de la encarnación de Cristo.
2. Prosiguiendo el itinerario jubilar, que cada vez presenta mayores oportunidades espirituales, el viernes próximo, 18 de febrero, memoria litúrgica del Beato Angélico, su patrono, se celebrará el jubileo de los artistas. En esa ocasión, tendré la alegría de encontrarme con estos hermanos, que, dotados por Dios de especiales capacidades intuitivas y expresivas que cultivan con el estudio y la experiencia, son intérpretes privilegiados del misterio del hombre. Vendrán a Roma para manifestar su fe en Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, epifanía de la belleza divina en la figura humana. Cristo es la fuente suprema de inspiración del arte universal, y la época contemporánea, aunque esté marcada por el ateísmo, lo confirma: los mayores artistas de todos los continentes han sentido la exigencia de confrontarse con Jesús y su inagotable misterio. Por este motivo, la Iglesia considera de modo especial el diálogo con el arte.
3. Encomendemos a la Virgen toda hermosa esta singular celebración jubilar. En ella, inmune del contagio de la culpa original, resplandece la luz de Cristo, la Belleza que ha redimido al mundo. Que la Virgen nos ayude a amar esta Belleza y hacerla resplandecer constantemente en nuestra existencia.
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