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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

 Domingo 20 de febrero de 2000

 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Concluyen hoy las celebraciones del jubileo de los diáconos permanentes, organizadas por la Congregación para el clero. Deseo dirigir, ante todo, un cariñoso saludo a los numerosos diáconos que han venido a Roma desde todo el mundo, junto con sus familias, para esta circunstancia especial. De modo particular, os saludo a vosotros, queridos hermanos que habéis recibido la ordenación diaconal esta mañana en la basílica vaticana.

Me alegra mucho la presencia de todos vosotros, entre otras cosas, porque me brinda la oportunidad de subrayar la importancia del papel específico que desempeñáis: con la ordenación sacramental, el diácono asume una singular diaconía, que se expresa sobre todo en el servicio al Evangelio. Durante el rito, el obispo consagrante pronuncia estas palabras: "Recibe el evangelio de Cristo, del que desde ahora eres heraldo. Cree en lo que lees, enseña lo que crees y vive lo que enseñas". Queridos hermanos, vuestra misión consiste en abrazar el Evangelio, profundizar con fe en su mensaje, amarlo y testimoniarlo con palabras y con obras. La tarea de la nueva evangelización necesita vuestra contribución, dada con coherencia y entrega, con valentía y generosidad, en el servicio diario de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Vosotros, diáconos llamados con el celibato a una existencia totalmente consagrada a Dios y a su reino, vivid vuestra misión con alegría y fidelidad. Vividla también vosotros, diáconos casados; Cristo os pide que seáis modelos de verdadero amor dentro de la vida familiar. A unos y otros el Señor os ha elegido como colaboradores suyos en la obra de la salvación.

2. El próximo martes tendré la alegría de celebrar, juntamente con todos mis colaboradores, el jubileo de la Curia romana. Ha sido precedido por algunos encuentros de reflexión y oración, con los que los componentes de la Curia se han preparado para vivir con particular intensidad este momento de gracia, que invita a la conversión del corazón. Cuantos trabajan al servicio de la Santa Sede ―cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos― cruzarán juntos la Puerta santa, símbolo de misericordia e invitación a renovar la vida.

Un vínculo muy estrecho une a la familia de la Curia con el Sucesor de Pedro, que se apoya en su servicio para desempeñar el ministerio que Cristo le ha confiado en beneficio de toda la comunidad eclesial. Por eso, es importante que no sólo cuente con la capacidad y la eficiencia de sus colaboradores, sino también con su comunión en el amor tan profunda que convierta a la Curia, como solía decir el Papa Pablo VI, en "un cenáculo permanente", totalmente consagrado al bien de la Iglesia. La purificación que se busca con la experiencia jubilar contribuirá seguramente a ello.

3. Encomiendo a la Virgen María a todos mis colaboradores de la Curia, así como a los diáconos permanentes y a los demás componentes de la comunidad eclesial. Que María santísima interceda para que, gracias a la armoniosa fusión de todas las energías presentes en el pueblo de Dios, resulte cada vez más eficaz la obra que la Iglesia realiza en el mundo para la salvación de la humanidad.

 



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