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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 21 de mayo de 2000

 

1. En esta hora vuelvo con el corazón al cerro del Tepeyac. Ante la tilma con la imagen de la Madre de Dios, tan venerada en todos los pueblos americanos, imploro su materna protección sobre la Iglesia. Al saludar nuevamente con gran afecto a todos los peregrinos mexicanos, os aliento a tener presentes los ejemplos de estos nuevos santos. Que su intercesión haga que México siga siendo siempre fiel y en su suelo se multipliquen cristianos de la talla de los santos canonizados y de otros grandes hijos de la Iglesia en esa tierra.

2. Al final de esta solemne celebración, dirijamos nuestro pensamiento y nuestra oración a la Reina del cielo, con espíritu de gratitud por la materna asistencia con que acompañó a los nuevos santos en el camino hacia la perfección cristiana. Como hijos de la Iglesia en México, siempre amaron e invocaron a la Virgen, sobre todo bajo el hermoso título de Nuestra Señora de Guadalupe. A ella, Estrella de la evangelización en el continente americano, encomendemos uno de los objetivos fundamentales del gran jubileo: «suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad» (Tertio millennio adveniente, 42).

3. El domingo próximo, a las diez de la mañana, en esta plaza, tendré la alegría de celebrar el jubileo de esta amada diócesis de Roma, a cuya guía me puso el Señor hace veintidós años.

Invocaremos juntos sobre la Iglesia y sobre la ciudad de Roma la gracia y la bendición del Señor, para que este Año santo, preparado esmeradamente con el Sínodo diocesano y la Misión ciudadana, constituya un acontecimiento de fe y conversión para los romanos y dé frutos de bien para las personas y las familias, así como para toda la vida de esta ciudad tan amada. A la vez que invito a todo el pueblo de Dios a participar, encomiendo a la intercesión de María, Salus populi romani, esta gran cita jubilar.

 



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