JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 18 de febrero de 2001
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Esta mañana, en la basílica de San Pedro, he tenido la alegría de presidir una divina liturgia, con ocasión del XVII centenario del bautismo del pueblo armenio. En efecto, la tradición histórica fija su conversión a la fe cristiana en el año 301, cuando el rey Tirídates III, con sus familiares y toda la comunidad, fueron bautizados por san Gregorio "el Iluminador". Desde aquel momento el Evangelio y la identidad armenia han caminado juntos, sin separarse jamás.
Por tanto, Armenia es considerada la primera nación que abrazó el cristianismo, incluso antes de que lo aceptara el Imperio romano.
2. Al recorrer los diecisiete siglos de historia de este pueblo, se comprueba que el martirio constituye un elemento constante en su historia. En diversas ocasiones ha debido pagar con grandes sufrimientos la voluntad de permanecer fiel a su identidad cristiana, hasta los trágicos sucesos de fines del siglo XIX y de comienzos del siglo XX. En esta circunstancia especial, queremos rendir homenaje al sacrificio de los cristianos armenios, los cuales, también en la diáspora, han llevado consigo la luz del Evangelio, conservando íntegro su patrimonio espiritual y cultural.
Al saludar con afecto a estos hermanos y hermanas nuestros, les aseguramos la solidaridad constante de toda la Iglesia. Armenia es cuna de una civilización singular, como lo atestiguan sus tesoros de arte y de cultura. Quiera Dios que, después de atravesar tantos momentos difíciles, pueda vivir ahora en paz y contribuir, con sus dones peculiares, al crecimiento cultural y espiritual de la humanidad.
3. Encomendamos estos deseos a María santísima, a quien nuestros hermanos armenios veneran con profunda devoción. Su liturgia tiene un carácter marcadamente mariano; llaman a la Virgen Astvazazin, Madre de Dios, y se dirigen a ella con el título de Reina de Armenia. Uno de los principales cantores de la Virgen es el gran doctor de la Iglesia armenia san Gregorio de Narek. La Virgen santísima proteja siempre al amado pueblo armenio y lo introduzca en una era de renovada esperanza y prosperidad.
Después del Ángelus
En este momento de oración, quiero asegurar mi cercanía a las poblaciones de El Salvador, nuevamente probadas por un violento terremoto. Confío en que la solidaridad internacional ofrezca su apoyo generoso a esa querida nación.
No puedo olvidar tampoco que, por desgracia, en Oriente Medio sigue dominando la violencia. En particular, de Israel y de los territorios palestinos llegan a diario noticias dolorosas de que se siguen sacrificando vidas humanas a la lógica del odio y de la venganza, mientras que las perspectivas de paz se alejan cada vez más. Oremos para que la espiral de violencia, particularmente atroz en estos últimos días, ceda su lugar a la búsqueda de la confianza y del respeto recíprocos, de modo que se reanude, con determinación, el camino del diálogo y se llegue finalmente a la paz con justicia.
Ayer se hizo pública la Carta que he querido dirigir a los fieles de la diócesis de Roma, después de la excepcional experiencia del gran jubileo, invitando a todos a recordar el camino recorrido durante los años pasados, desde el Sínodo pastoral hasta la Misión ciudadana. Enriquecidos con estos auténticos dones de Dios, se trata ahora de proyectar el futuro. Esto es lo que la Iglesia de Roma se propone hacer en un gran Congreso, programado para el próximo mes de junio, y que ahora se está preparando en las parroquias y en todos los ámbitos eclesiales. Acompaño con mi oración diaria al cardenal Vicario, a los obispos, a los sacerdotes y a todos los queridos fieles romanos en este nuevo compromiso espiritual y apostólico.
(Saludo en castellano)
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, de modo particular al grupo de la parroquia de San Isidoro obispo, de Valencia. Os animo a que con vuestro testimonio personal seáis testigos del amor de Dios en el mundo y así, alentados por la caridad fraterna y el espíritu de servicio, deis prueba de adhesión a Cristo y a su Iglesia. ¡Que Dios os bendiga!
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