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CARTA APOSTÓLICA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL XVII CENTENARIO DEL BAUTISMO DEL PUEBLO ARMENIO

 

1. "Dios, admirable y siempre providente, según tu presciencia, has dado inicio a la salvación de los armenios".

El antiguo himno litúrgico, que canta la iniciativa de Dios en la evangelización de vuestro noble pueblo, amadísimos hermanos y hermanas, brota de mi corazón colmado de gratitud en este feliz aniversario, en el que celebráis el XVII centenario del encuentro de vuestros antepasados con el cristianismo. La Iglesia católica entera se alegra al recordar el providencial baño bautismal, gracias al cual vuestra noble y querida nación comenzó definitivamente a formar parte del grupo de pueblos que han acogido la vida nueva en Cristo.

"Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo" (Ga 3, 27). Estas palabras del apóstol san Pablo revelan la singular novedad que da al cristiano el hecho de haber recibido el bautismo. En efecto, en este sacramento el hombre es incorporado a Cristo, de forma que puede afirmar con confianza:  "Ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).

Este encuentro personal e irrepetible regenera, santifica y transforma al ser humano, haciéndolo un perfecto adorador de Dios y templo vivo del Espíritu Santo. El bautismo, injertando al discípulo en la verdadera vid que es Cristo, lo convierte en un sarmiento capaz de producir fruto. Hecho hijo en el  Hijo, llega a ser heredero de la felicidad eterna preparada desde el origen del mundo.

Por consiguiente, todo bautismo es un acontecimiento marcado por el encuentro de amor entre Cristo Señor y la persona humana, en el misterio de la libertad y de la verdad. Es un acontecimiento que entraña una dimensión eclesial, como sucede en todos los sacramentos:  la incorporación a Cristo conlleva también la incorporación a la Iglesia, Esposa del Verbo, Madre inmaculada y afectuosa. Al respecto afirma el apóstol san Pablo:  "En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12, 13).

Esta incorporación a la Iglesia resulta especialmente evidente en la historia de algunos pueblos, para los que la conversión ha sido un hecho comunitario, vinculado a acontecimientos o circunstancias particulares. Cuando sucede eso, se habla de "bautismo de un pueblo".

2. Hace diecisiete siglos, amadísimos hermanos y hermanas del pueblo armenio, tuvo lugar para vosotros esta conversión común a Cristo. Ese evento marcó profundamente vuestra identidad; no sólo la identidad personal, sino también la comunitaria, pues con razón se puede hablar de "bautismo" de vuestra nación, aunque en realidad la penetración del cristianismo en vuestra tierra había comenzado mucho tiempo antes. La tradición atribuye sus inicios a la predicación y a la labor de los mismos apóstoles san Tadeo y san Bartolomé.

Con el "bautismo" de la comunidad armenia, comenzando por sus autoridades civiles y militares, nació una identidad nueva del pueblo, que llegaría a ser parte constitutiva e inseparable del mismo ser armenio. Desde entonces ya no será posible pensar que, entre los componentes de esa identidad, no figure la fe en Cristo, como constitutivo esencial. Más aún, la misma cultura armenia recibirá del anuncio del Evangelio un impulso de extraordinario vigor:  la "armenidad" dará una connotación profundamente característica a ese anuncio y, al mismo tiempo, este anuncio será una fuerza propulsora para un desarrollo sin precedentes de la misma cultura nacional. También la invención del alfabeto armenio, hecho determinante para la estabilidad y definitividad de la identidad cultural del pueblo, estará íntimamente vinculada al "bautismo" de Armenia y, antes que como un instrumento de comunicación de conceptos y noticias, será querida y concebida como un auténtico medio de evangelización. El nuevo alfabeto, obra de san Mesrop-Masthoc, en colaboración con el santo Catholicós Sahak, permitió a los armenios aprovechar las mejores líneas de la espiritualidad, de la teología y de la cultura de los sirios y los griegos, y fundir todo ello de modo original con la aportación de la especificidad de su genio.

3. La conversión de Armenia, que tuvo lugar en los albores del siglo IV y que tradicionalmente se sitúa en el año 301, dio a vuestros antepasados la conciencia de ser el primer pueblo oficialmente cristiano, mucho antes de que el cristianismo fuera reconocido como religión propia del imperio romano.

Fue sobre todo el historiador Agatángelo quien, en un relato lleno de simbolismo, narra detalladamente los hechos que la tradición coloca en el origen de esa conversión de todo vuestro pueblo. El relato comienza con el encuentro providencial y dramático de dos héroes que están en la raíz de los acontecimientos:  Gregorio, hijo del parto Anak, criado en Cesarea de Capadocia, y el rey armenio Tirídates III. En realidad, al inicio se trató de un enfrentamiento:  Gregorio, a quien el rey ordenó ofrecer un sacrificio a la diosa Anahit, se negó radicalmente, explicando al soberano que uno solo es el creador del cielo y de la tierra, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Gregorio, sometido por ello a crueles tormentos y asistido por la fuerza de Dios, no se doblegó. El rey, al ver su inquebrantable constancia en la confesión cristiana, mandó que lo arrojaran a un pozo profundo, un lugar estrecho y oscuro, infestado de serpientes, donde antes nadie había sobrevivido. Pero Gregorio, alimentado por la Providencia a través de la mano piadosa de una viuda, permaneció muchos años en ese pozo sin morir.

El relato prosigue refiriendo los intentos que mientras tanto realizaba el emperador romano Diocleciano para seducir a la santa virgen Hrip'sime, la cual, para evitar el peligro, huyó de Roma con un grupo de compañeras, buscando refugio en Armenia. La belleza de la joven atrajo la atención del rey Tirídates, que se enamoró de ella y quiso hacerla suya. Frente al obstinado rechazo de Hrip'sime, el rey se enfureció y mandó que la mataran a ella y a sus compañeras con crueles suplicios. Según la tradición, como castigo por ese horrendo delito, Tirídates se transformó en un jabalí salvaje, y ya no pudo recuperar su figura humana, salvo cuando, obedeciendo a una indicación del cielo, liberó a Gregorio del pozo en el que había permanecido durante trece años.

Obtenido el prodigio de volver a tener figura humana por la oración del santo, Tirídates comprendió que el Dios de Gregorio era el verdadero y decidió convertirse, juntamente con su familia y el ejército, y promover la evangelización del país entero. Así los armenios fueron bautizados y el cristianismo se impuso como religión oficial de la nación. Gregorio, que mientras tanto había recibido en Cesarea la ordenación episcopal, y Tirídates recorrieron el país, destruyendo los lugares de culto de los ídolos y construyendo templos cristianos.

A raíz de una visión del Hijo unigénito de Dios encarnado, se construyó luego una iglesia en Vagharshapat, que, por ese prodigioso evento, tomó el nombre de Echmiadzin, es decir, lugar donde "el Unigénito descendió". Los sacerdotes paganos fueron instruidos en la nueva religión y se convirtieron en ministros del nuevo culto, mientras que sus hijos constituyeron el núcleo del clero y del sucesivo monacato.

Gregorio se retiró pronto al desierto para llevar vida eremítica, y el hijo más joven Aristakes fue ordenado obispo y constituido cabeza de la Iglesia armenia. En calidad de tal, participó en el concilio de Nicea. El historiador armenio conocido con el nombre de Moisés de Corene define a Gregorio "nuestro progenitor y padre según el Evangelio"[1] y, para mostrar la continuidad entre la evangelización apostólica y la del Iluminador, refiere la tradición según la cual Gregorio habría tenido el privilegio de ser concebido cerca de la sagrada memoria del apóstol Tadeo.

Los antiguos calendarios de la Iglesia aún indivisa lo celebran, tanto en Oriente como en Occidente, el mismo día como apóstol incansable de verdad y santidad. San Gregorio, padre en la fe de todo el pueblo armenio, también hoy intercede desde el cielo para que todos los hijos de vuestra gran nación puedan reunirse finalmente en torno a la única mesa preparada por Cristo, divino Pastor de la única grey.

4. Esta narración tradicional, junto con aspectos legendarios, incluye elementos de gran significado espiritual y moral. La predicación de la buena nueva y la conversión de Armenia se fundan, ante todo, en la sangre de los testigos de la fe. Los sufrimientos de Gregorio y el martirio de Hrip'sime y de sus compañeras atestiguan que el primer bautismo de Armenia fue precisamente un bautismo de sangre.

El martirio constituye un elemento constante en la historia de vuestro pueblo. Su fe permanece indisolublemente unida al testimonio de la sangre derramada por Cristo y por el Evangelio. Toda la cultura e incluso la espiritualidad de los armenios están impregnadas de un sano orgullo por el signo supremo del don de la vida en el martirio. Se escuchan los ecos de los gemidos por el sufrimiento padecido en comunión con el Cordero inmolado por la salvación del mundo. Su emblema es el sacrificio de Vardan Mamikonian y de sus compañeros que, en la batalla de Avarayr (año 451) contra el sasánida Iazdegerd II, que quería imponer al pueblo la religión mazdea, dieron la vida a fin de permanecer fieles a Cristo y defender la fe de la nación. Como narra el historiador Eliseo, en vísperas del enfrentamiento, a los soldados los exhortaron a defender la fe con estas palabras:  "Quienes creían que el cristianismo era para nosotros como un vestido, ahora sabrán que no podrán arrebatárnoslo, como no nos pueden quitar el color de la piel"[2]. Se trata de un testimonio elocuente del valor de esos creyentes:  morir por Cristo significaba para ellos participar en su pasión, afirmando los derechos de la conciencia. No podía permitirse renegar de la fe cristiana, que el pueblo consideraba como el bien supremo.

Desde entonces episodios análogos se han repetido muchas veces, hasta las matanzas sufridas por los armenios en los últimos años del siglo XIX y primeros del siglo XX, que culminaron en los trágicos acontecimientos de 1915, cuando el pueblo armenio sufrió violencias inauditas, cuyas dolorosas consecuencias son aún visibles en la diáspora a la que se han visto obligados muchos de sus hijos. Es un recuerdo que no puede perderse. En diversas ocasiones, durante el siglo que acaba de concluir, mis predecesores quisieron rendir homenaje a los cristianos de Armenia, que perdieron la vida de forma violenta[3]. Yo mismo he querido recordar los sufrimientos padecidos por vuestro pueblo:  son los sufrimientos de los miembros del Cuerpo místico de Cristo [4].

Los acontecimientos sangrientos, además de marcar profundamente el alma de vuestro pueblo, han modificado muchas veces incluso la geografía humana, obligándolo a continuas migraciones en todo el mundo. Es digno de admiración el hecho de que, dondequiera que se han establecido los armenios, han llevado la riqueza de sus valores morales y de sus estructuras culturales, indisolublemente unidas a las eclesiales. Los cristianos armenios, guiados por la certeza de la ayuda divina, han sabido repetir constantemente la oración de san Gregorio de Narek:  "Si mis ojos contemplan el espectáculo del doble riesgo en el día de la miseria, ¡que vea tu salvación, oh próvida Esperanza! Si dirijo mi mirada a las alturas, hacia el sendero terrible que lo abarca todo, ¡que me salga al encuentro con dulzura tu ángel de paz!"[5]. De hecho, la fe cristiana, incluso en los momentos más trágicos de la historia armenia, ha sido el estímulo que ha marcado el inicio del renacimiento del pueblo probado.

Así la Iglesia, siguiendo a sus hijos peregrinos por el mundo en  busca  de paz y serenidad, ha constituido para ellos la verdadera fuerza moral, llegando a ser, en muchos  casos, la  única institución a la que podían hacer referencia, el único centro autorizado que sostuvo sus esfuerzos e inspiró sus pensamientos.

5. Un segundo elemento de gran valor en vuestra atormentada historia, queridos hermanos y hermanas armenios, es la relación entre evangelización y cultura. El apelativo "Iluminador", con que se designa a san Gregorio, pone muy bien de relieve su doble función en la historia de la conversión de vuestro pueblo. En efecto, en el lenguaje cristiano, "iluminación" es el término tradicional para indicar que, mediante el bautismo, el discípulo, llamado por Dios de las tinieblas a su luz admirable (cf. 1 P 2, 9), está inundado por el esplendor de Cristo, "luz del mundo" (Jn 8, 12). En él el cristiano  encuentra el íntimo significado de su vocación y de su misión en el mundo.

Pero el término "iluminación", en la acepción armenia, se enriquece con un ulterior significado, pues indica también la difusión de la cultura a través de la enseñanza, encomendada en particular a los monjes-maestros, continuadores de la predicación evangélica de san Gregorio. Como subraya el historiador Koriun, la evangelización de Armenia entrañó la victoria sobre la ignorancia[6]. Con la difusión de la alfabetización y del conocimiento de las normas y de los mandatos de la sagrada Escritura, por fin el pueblo pudo construir una sociedad gobernada de modo sabio y prudente. También Agatángelo destaca que la conversión de Armenia implicó la emancipación de los cultos paganos, que no sólo ocultaban al pueblo las verdades de la fe, sino que además lo mantenían en una situación de ignorancia[7].

Por esta razón, la Iglesia armenia siempre ha considerado parte integrante de su misión la promoción de la cultura y de la conciencia nacional y se ha esforzado para que esa síntesis permanezca viva y fecunda.

6. La narración tradicional de los hechos vinculados a la conversión de los armenios nos ofrece un motivo más de reflexión. En san Gregorio el Iluminador y en las santas vírgenes resplandece la gran fuerza de la fe, que impulsa a no ceder ante las tentaciones del poder y del mundo, y capacita para resistir a los sufrimientos más atroces así como a las lisonjas más seductoras. En el rey Tirídates se pueden ver las consecuencias que provoca el alejamiento de Dios:  el hombre pierde su dignidad, embruteciéndose, de forma que queda prisionero de sus propios instintos. De todo el relato se desprende una verdad importante:  no existe una sacralidad absoluta del poder, y de ninguna manera se puede admitir que quede justificado todo lo que hace. Al contrario, se debe reconocer la responsabilidad personal de las propias opciones:  si estas son equivocadas, permanecen tales, aunque sea un rey quien las realice. La humanidad se reconstituye en su integridad cuando la fe desenmascara el pecado y el inicuo se convierte y vuelve a encontrar a Dios y su justicia.

En los edificios cristianos, construidos en el lugar donde se rendía culto a los ídolos, se refleja la verdadera identidad del cristianismo:  recoge lo que hay de naturalmente válido en el sentido religioso de la humanidad y, al mismo tiempo, sabe proponer la novedad de una fe que no admite componendas. De ese modo, edificando el pueblo santo de Dios, contribuye también a suscitar una nueva civilización en la que se subliman los valores más auténticos del hombre.

7. Mientras tienen lugar las celebraciones del XVII centenario de la conversión de Armenia, mi pensamiento se eleva al Señor del cielo y de la tierra, al que deseo expresar la gratitud de toda la Iglesia por haber suscitado en el pueblo armenio una fe tan sólida y valiente, y por haber sostenido siempre su testimonio.

De buen grado me uno a esta feliz conmemoración, para contemplar juntamente con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, el innumerable ejército de santos que ha surgido en esa tierra bendita y ahora resplandece en la gloria del Padre. Se trata de figuras que constituyen un rico tesoro para la Iglesia:  son mártires, confesores de la fe, monjes y monjas, hijos e hijas renacidos de la fecundidad de la palabra de Dios. Entre esas figuras ilustres, quiero recordar aquí a san Gregorio de Narek, que sondeó las profundidades tenebrosas de la desesperación humana y vislumbró la luz fulgurante de la gracia, que también en ella resplandece para el creyente, y a san Nerses Shnorhali, el Catholicós que conjugó un extraordinario amor a su pueblo y a su tradición con una clarividente apertura a las demás Iglesias, en un esfuerzo ejemplar de búsqueda de la comunión en la plena unidad.

Al pueblo armenio quiero manifestar ante todo mi gratitud por su larga historia de fidelidad a Cristo, fidelidad que ha conocido la persecución y el martirio. Los hijos de la Armenia cristiana han derramado su sangre por el Señor, pero toda la Iglesia ha crecido y se ha robustecido en virtud de su sacrificio. Si hoy Occidente puede profesar libremente su fe, se debe en parte a los que se inmolaron, haciendo de su cuerpo una defensa para el mundo cristiano, hasta sus últimos confines. Su muerte fue el precio de nuestra seguridad:  ahora resplandecen vestidos con vestiduras blancas y cantan al Cordero el himno de alabanza en la felicidad del cielo (cf. Ap 7, 9-12).

El patrimonio de fe y de cultura del pueblo armenio ha enriquecido a la humanidad con tesoros de arte e ingenio, que ahora se hallan esparcidos por todo el mundo. Mil setecientos años de evangelización hacen de esa tierra una de las cunas de la civilización cristiana hacia la que se dirige, con gran admiración, la veneración de todos los discípulos del Maestro divino.

Los armenios, embajadores de paz y laboriosidad, han recorrido el mundo y, con el duro trabajo de sus manos, han dado una valiosa contribución para transformarlo y hacerlo más cercano al proyecto de amor del Padre. El pueblo cristiano se alegra de su presencia generosa y fiel, y les desea que encuentren siempre simpatía y comprensión en todo el mundo.

8. Un pensamiento particular quiero dedicar, también, a cuantos están comprometidos para que Armenia resurja del sufrimiento de tantos años de régimen totalitario. El pueblo espera signos concretos de esperanza y solidaridad, y estoy seguro de que el recuerdo agradecido de sus orígenes cristianos es para todo armenio motivo de consuelo y de estímulo. Ojalá que la memoria viva de los prodigios realizados por Dios entre vosotros, amadísimos fieles armenios, os ayude a redescubrir en plenitud la dignidad del hombre, de todo hombre, de cualquier condición, y os impulse a apoyar en bases espirituales y morales la reconstrucción del país.

Formulo fervientes votos para que los fieles prosigan con valentía su compromiso y sus ya notables esfuerzos, de forma que en la Armenia del futuro vuelvan a florecer los valores humanos y cristianos de la justicia, la solidaridad, la igualdad, el respeto, la honradez, la  hospitalidad, que  están en la base de la convivencia humana. Si eso sucede, el jubileo del pueblo armenio habrá producido plenamente su fruto.

Estoy seguro de que la celebración del XVII centenario del bautismo de vuestra amada nación será un momento significativo y singular para continuar con empeño el camino del diálogo ecuménico.

Las ya cordiales relaciones entre la Iglesia apostólica armenia y la Iglesia católica han recibido, en los últimos decenios, un decisivo impulso también gracias a los encuentros de las más altas autoridades de esa Iglesia con el Papa. No podemos olvidar, en este contexto, las memorables visitas al Obispo y a la comunidad cristiana de Roma que realizó Su Santidad Vazken I en 1970, el inolvidable Karekin I en 1996 y 1999, y la reciente de Karekin II. Además, la entrega a Su Santidad Karekin II, en presencia del patriarca armenio-católico, de la reliquia del padre de la Armenia cristiana, que yo mismo tuve la alegría de realizar recientemente para la nueva catedral de Erevan, constituye una confirmación ulterior del profundo vínculo que une a la Iglesia de Roma con todos los hijos de san Gregorio el Iluminador.

Es un camino que debe continuar con confianza y valentía, para que todos seamos cada vez más fieles al mandato de Cristo:  ut unum sint! Desde esta perspectiva, la Iglesia armenio-católica debe dar su decisiva contribución "con la oración, con el ejemplo de vida, con la escrupulosa fidelidad a las tradiciones orientales, con un mejor conocimiento mutuo, con la colaboración y estima fraterna de las cosas y de los espíritus"[8].

Con los armenios y para los armenios presidiré dentro de pocos días una solemne eucaristía de alabanza para dar gracias a Dios por el don de la fe que han recibido, orando para que el Señor "congregue en la unidad a todos los pueblos en su santa Iglesia, construida sobre el cimiento de los Apóstoles y de los Profetas, y la conserve inmaculada hasta el día de su regreso"[9]. En esa celebración estarán presentes en la única mesa del Pan de vida los hermanos y hermanas que ya viven en comunión plena con la Sede de Pedro y de ese modo enriquecen a la Iglesia católica con su aportación insustituible. Pero tengo un vivo deseo de que ese sagrado rito de acción de gracias abrace idealmente a todos los armenios, dondequiera que se encuentren, para expresar con una única voz la gratitud de cada uno a Dios por el don de la fe, en el beso santo de la paz.

9. Mi pensamiento se dirige a la "Madre de la Luz, María, la Virgen santísima, que engendró según la carne a la Luz que procede del Padre, y se convirtió en la aurora del Sol de justicia"[10]. Venerada con profundo afecto con el título de Astvazazin (Madre de Dios), se encuentra presente en todos los momentos de la atormentada historia de ese pueblo. Sobre todo los textos litúrgicos y homiléticos abren de par en par los tesoros de la devoción mariana que, a lo largo de los siglos, ha marcado la devoción filial de los armenios a la Esclava del gran misterio de la salvación. Además de hacer memoria diariamente en la divina liturgia y en todas las horas del Oficio divino, la oración de la Iglesia prevé fiestas a lo largo del año que recuerdan su vida y sus principales misterios. A ella los fieles se dirigen con confianza, para pedirle que interceda ante su Hijo:  "Templo de la Luz sin sombras, tálamo inefable del Verbo, tú, que destruiste la triste maldición de la madre Eva, implora a tu Hijo unigénito, que nos ha reconciliado con el Padre, que aparte de nosotros cualquier turbación y conceda la paz a nuestras almas"[11]. María, Virgen del Perpetuo Socorro, es venerada como la Reina de Armenia.

Fúlgida gloria, en el ejército de los santos armenios que han cantado a la Madre de Dios, es sin duda san Gregorio de Narek, el gran Vardapet (doctor) mariano de la Iglesia armenia, al que yo quise recordar también en la encíclica Redemptoris Mater[12]. Saluda a la santísima Virgen como "Sede escogida de la voluntad de la Divinidad increada"[13]. Que, con sus palabras, se eleve la súplica de la Iglesia en fiesta, para que este jubileo del bautismo de Armenia sea motivo de renacimiento y de alegría: 

"Acoge el canto de bendición de nuestros labios,
y dígnate conceder a esta Iglesia
los dones y las gracias de Sion y de Belén,
para que seamos dignos de participar en la salvación,
en el día de la gran manifestación
de la gloria indestructible
del inmortal Salvador e Hijo tuyo, el Unigénito"[14].

Sobre todo el pueblo armenio y sobre sus próximas celebraciones invoco la plenitud de las bendiciones divinas, haciendo mía la expresión del historiador Agatángelo:  «Que ellos, dirigiendo estas palabras al Creador, digan:  "tú eres el Señor, Dios nuestro" y que él les diga:  "Vosotros sois mi pueblo"»[15], para gloria de la santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Vaticano, 2 de febrero de 2001

JUAN PABLO II


Notas

[1] Historia de Armenia, Venecia 1841, p. 265.

[2] Historia de Vartan y de la guerra de los armenios contra los persas, cap. V, Venecia 1840, p. 121.

[3] Cf. Benedicto XV, Discurso con ocasión del sagrado Consistorio (6 de diciembre de 1915):  AAS VII (1915) 510; Carta a los gobernantes de los pueblos beligerantes (1 de agosto de 1917):  AAS IX (1917) 419; Pío XI, Discurso en el Consistorio para la beatificación de los venerables Juan Bosco y Cosme de Carboniano (21 de abril de 1929):  Discorsi II, 64; carta encíclica Quinquagesimo ante (23 de diciembre de 1929):  AAS XXI (1929) 712; Pío XII, Discurso a los fieles armenios (13 de marzo de 1946):  Discorsi e messaggi VIII, 5-6.

[4] Homilía durante la liturgia divina en rito armenio (21 de noviembre de 1987), n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de noviembre de 1987, p. 2; Discurso en la inauguración de la exposición Roma-Armenia (24 de marzo de 1999), n. 2:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de abril de 1999, p. 5; Discurso con ocasión de la visita de Su Santidad Karekin II (9 de noviembre de 2000):  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de noviembre de 2000, p. 8.

[5] El libro de la lamentación, Palabra II, b, ed. Studium 1999, pp. 164-165.

[6] Cf. Historia de la vida de san Mesrob y del inicio de la literatura armenia, Venecia 1894, pp. 19-24.

[7] Cf. Agatángelo, Historia, 2, Venecia 1843, pp. 196-198.

[8] Decreto Orientalium Ecclesiarum del concilio Vaticano II sobre las Iglesia orientales, 24.

[9] Antiguo "Cántico para todas las fiestas de santa María Virgen", en Laudes et hymni ad SS. Mariae Virginis honorem ex Armeniorum Breviaro excerpta, Venecia 1877, XVII, 118.

[10] Catholicós Isaac III, Himno para la fiesta de la santa Cruz, en Laudes et hymni ad SS. Mariae Virginis honorem ex Armeniorum Breviaro excerpta, Venecia 1877, XIII, 88-89.

[11] San Nerses Shnorhali, Himno en honor de santa María Virgen, en tiempo de Cuaresma, en Laudes et hymni ad SS. Mariae Virginis honorem ex Armeniorum Breviaro excerpta, Venecia 1877, IX, 81.

[12]. Cf. Redemptoris Mater, 31:  AAS 79 (1987) 404.

[13] Discurso panegírico a la Bienaventurada Virgen María, Venecia 1904, pp. 16 y 24.

[14] Ib.

[15] Historia, 2, Venecia 1843, p. 200.

 



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