JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de marzo de 1979
La limosna
1. “Arrepentíos y dad limosna” (cf. Mc 1, 15 y Lc 12, 33).
La palabra “limosna” no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres. Encontramos la misma convicción en los textos de los Profetas del Antiguo Testamento, a quienes recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los Profetas consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a Dios, no puede existir “religión” auténtica sin reparar las injurias e injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin embargo, en tal contexto los Profetas exhortan a la limosna.
Y tampoco emplean la palabra “limosna”, que, por lo demás, en hebreo es “sadaqah”, es decir, precisamente “justicia”. Piden ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en virtud de la misericordia, cuanto sobre todo en virtud del deber de la caridad operante.
“¿Sabéis qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos, y quebrantar todo yugo; partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante el hermano” (Is 58, 6-7).
La palabra griega “eleemosyne” se encuentra en los libros tardíos de la Biblia, y la práctica de la limosna es una comprobación de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12, 32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10, 21 y paral.). Por otra parte, cuando Judas —frente a la mujer que ungía los pies de Jesús— pronunció la frase: “¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?” (Jn 12, 5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: “Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre” (Jn 12, 8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.
2. ¿Qué significa la palabra “limosna”?
La palabra griega “eleemosyne” proviene de “éleos”, que quiere decir compasión y misericordia, inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas: en francés: “aumône”; en español: “limosna”; en portugués: “esmola”; en alemán: “Almosen”; en inglés: “Alms”.
Incluso la expresión polaca “ jalmuzna” es la transformación de la palabra griega.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término, del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término “limosna”, en nuestra conciencia social, un significado negativo. Son diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen incluso hoy. En cambio, la “limosna” en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como “el hacer participar a los otros de los propios bienes”, no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.
Vemos cuán necesario es liberarse del influjo de las varias circunstancias accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias con frecuencia impropias, que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, en nuestro caso: la aspiración a una sociedad justa en la que no haya necesidad de limosna, porque reine en ella la justa distribución de bienes).
Cuando el Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término “limosna”, al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.
Además, en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras significativas: “Pobres siempre los tenéis con vosotros” (Jn 12, 8). Con tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata? ¿De qué participación? ¿Acaso sólo de “limosna”, entendida bajo la forma de dinero, de socorro material?
3. Ciertamente Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro, el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: “Esta viuda... echó todo lo que tenía para el sustento” (Lc 21, 3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.
Recordemos aquí a San Pablo: “Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Cor 13, 3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna” (Enarrat. in Ps. CXXV, 5).
Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, “limosna” significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura “hacia el otro”. Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la “metánoia”, esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: “¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y ésta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración” (Enarrat. in Ps. XLII, 8): la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir “no” a sí mismos; y, finalmente, la limosna, como apertura “a los otros”. El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metánoia. Sólo con una actitud total —en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo— el hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.
La “limosna” así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado:
“Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 35-40).
Y los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo: “La mano del pobre es el gazofilacio de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe” (Sermo VIII, 4), y con San Gregorio Nacianceno: “El Señor de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres” (De pauperum amore, XI).
Por tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la “ayuda”, con el “compartir” la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.
En el Evangelio, y aún en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos textos que lo confirman. La “limosna” entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aún plenamente hacia Dios.
4. En el ciclo de nuestras reflexiones cuaresmales será preciso volver sobre este tema. Hoy, antes de concluir, detengámonos todavía un momento sobre el verdadero significado de la “limosna”. En efecto, es muy fácil falsificar su idea, como ya hemos advertido al comienzo. Jesús hacía reprensiones también respecto a la actitud superficial “exterior” de la limosna (cf. Mt 6, 2-4; Lc 11, 41). Este problema está siempre vivo. Si nos damos cuenta del significado esencial que tiene la “limosna” para nuestra conversión a Dios y para toda la vida cristiana, debemos evitar a toda costa todo lo que falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de caridad: todo lo que puede deformar su imagen en nosotros mismos. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle, y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por el sentido ordinario negativo de la palabra “limosna”.
Vemos, pues, qué campo de trabajo —amplio y a la vez profundo— se abre ante nosotros, si queremos poner en práctica la llamada: “Arrepentíos y dad limosna” (cf. Mc 1, 15 y Lc 12, 33). Es un campo de trabajo no sólo para la Cuaresma, sino para cada día. Para toda la vida.
Saludos
(Antes de comenzar la catequesis)
El Papa hace progresos continuos, porque cada miércoles viene un poco más tarde; y lo hace sin excusarse pues no es culpa suya...; al contrario, hay que felicitarle.
* * *
(A los alumnos de enseñanza primaria y secundaria de Roma)
Queridísimos alumnos y alumnas de enseñanza primaria y secundaria de Roma, que habéis venido con vuestros compañeros de otras ciudades italianas y con otros muchachos y muchachas miembros de asociaciones católicas:
El Papa os acoge con afecto paterno y os agradece de todo corazón la visita que habéis querido hacerle.
Como sabéis, este encuentro tiene lugar en el tiempo litúrgico de Cuaresma, que se propone como meta la preparación fervorosa a la Pascua.
Estoy seguro de que vuestros profesores y consiliarios os han instruido acerca de la importancia de este tiempo, y os han exhortado a meditar sobre el misterio de nuestra redención: Jesús, Hermano nuestro, ha tomado nuestro lugar para expiar el pecado y. por ello, ha tenido que padecer la pasión y muerte de cruz. Os deseo que al reflexionar sobre el amor infinito de Dios, sintáis cada vez con más fuerza el deber de la oración y la mortificación, mediante las cuales, purificados en el espíritu y el cuerpo, nos unimos más íntimamente al Padre celestial.
Y ahora es necesario pasar a las obras: volver a vivir de modo más digno el acontecimiento único e irrepetible de la historia del género humano, es decir, la resurrección del Salvador Divino, utilizando los medios que El mismo ha puesto a nuestra disposición, los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía que proporcionan el gozo inefable de poder participar del triunfo de Cristo. Así acogeréis con fidelidad la invitación de San Pablo: «Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3, 1-2).
Y con este augurio os doy la bendición apostólica que deseo se extienda a todos vuestros seres queridos.
(A varios grupos de religiosos y religiosas)
Deseo extender ahora mi saludo y bendición a los religiosos y religiosas que hoy son muy numerosos en esta sala.
— Una mención especial ante todo a los sacerdotes y religiosas que toman parte en el XIX Congreso de Ecónomos Católicos de Italia. Os estoy muy agradecido, queridos hijos e hijas, por vuestro servicio tan poco considerado a veces, pero por ello mismo más precioso y meritorio ante Dios. El Señor os sostenga en vuestro trabajo.
— A las religiosas de Santa Dorotea Frassinetti, que estos días están celebrando en Roma su capítulo general, deseo con las mismas palabras del Concilio Vaticano II que puedan de verdad «cumplir con seguridad y guardar fielmente su profesión, y avanzar con espíritu alegre por la senda de la caridad» (Lumen gentium, 43).
— Un saludo lleno de buenos deseos dirijo también a las participantes en el congreso nacional sobre Comunicaciones Sociales y a las religiosas que siguen el curso de "Maestras de formación". Llevad por doquier el signo sonriente de vuestra bondad solícita, que refleja el mismo espíritu de Cristo y de su Evangelio. Haced sentir en todo lugar vuestra presencia cristiana.
(A otros grupos)
También a los que toman parle en el congreso de las secciones de «Asistencia espiritual a las Fuerzas Armadas de Italia», auguro que su dedicación a la animación cristiana y promoción de los valores supremos de la paz y del respeto recíproco entre las individuos, se vea coronada por el éxito, que sólo en la fuerza del Señor encuentra su cumplimiento pleno.
Finalmente, reservo un saludo particularmente afectuoso a la peregrinación de la Asociación de antiguos prisioneros de cárceles o campos de concentración, aquí presentes con un grupo de familiares y allegados de soldados desaparecidos en la campaña de Rusia. Queridísimos: Vosotros, que lleváis en vuestras almas y vuestros cuerpos las señales de heridas antiguas y aún dolientes, tenéis un puesto muy especial en el corazón del Papa, que no deja de recordaros en la oración. A todos imparto una bendición especial.
(A los enfermos)
Deseo asegurar a todos los enfermos y a cuanto sufren, que estoy muy cerca de ellos con el corazón y la plegaria.
Queridísimos: En este tiempo de Cuaresma sobre todo, os invito a unir vuestros sufrimientos a los de Cristo pendiente de la cruz, y a ofrecerlos por la salvación de todos los hombres.
Os acompaño con mi aliento y mi bendición, que con sumo gusto extiendo a vuestras familias y a cuantos cuidan de vosotros.
(A los nuevos esposos)
Va ahora a vosotros, grupo de nuevos esposos, un saludo particular y mi bendición paterna: que vuestra vida matrimonial, iniciada con el rito sagrado del que todavía tenéis llenos los ojos y más aún el alma, progrese y mejore cada día, reforzada por el amor recíproco y por un sentido de responsabilidad mutuo y efectivo. Conservad mucho tiempo, conservad siempre la carga de vitalidad que hoy os sostiene y os hace mirar hacia adelante con esperanza gozosa.
Dios os bendiga, como os bendigo yo de corazón en su nombre.
(A un grupo de zaireños)
Unas palabras de bienvenida a las setenta personas que acompañan al Presidente del Zaire en su visita. Mañana tendré el gusto de recibir al General Mobutu Sese Seko, y expresarle mi solicitud por el pueblo zaireño. A vosotros os dedico un saludo cordialísimo y os prometo oraciones por vosotros, vuestras familias y todos vuestros compatriotas.
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