Index   Back Top Print

[ ES  - FR  - IT  - PT ]

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 29 de agosto de 1979

 

Jesús y los niños

1. Deseo comenzar el discurso de hoy partiendo de dos frases pronunciadas por Cristo sobre el tema del niño y que se complementan mutuamente. Se podría decir que constituyen un programa evangélico dedicado al niño mismo. Estamos llamados a reflexionar sobre este programa de manera especial en este año que, por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas, se celebra como el Año Internacional del Niño.

Cristo ha dicho la frase que todos conocemos bien: "Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 19, 14). Como recordamos, dirigió estas palabras a los Apóstoles que, teniendo en cuenta el cansancio del Maestro, querían actuar más bien de otra manera, es decir, querían impedir a los niños acercarse a Cristo. Querían alejarlos, quizá para que no le quitaran el tiempo. Cristo, en cambio, reivindicó los derechos de los niños, motivándolos según la propia perspectiva.

La segunda frase que en este momento me viene a la mente tiene acentos de gran severidad. En efecto, defiende al niño de cuantos lo escandalizan: "Al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le hundieran en el fondo del mar" (Mt 18, 6). La advertencia es muy severa; pero es un mal grande el escándalo dado a todo ser inocente. Se causa gran daño al alma juvenil, inoculando el mal allí donde deben desarrollarse la gracia, la verdad, la confianza y el amor. Sólo Aquel que personalmente ha amado mucho el alma inocente de los niños y el alma juvenil, podio expresarse sobre el escándalo tal como lo ha hecho Cristo. Sólo Él podía amenazar con estas palabras tremendas a quienes dan escándalo.

2. Debemos tener en cuenta toda la verdad que se refiere al niño, verdad que emerge de estas dos proposiciones evangélicas, para comprender y apreciar el trabajo de la última Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1977. El tema, como sabemos, se refería a la catequesis con especial atención a la catequesis de los niños y de los jóvenes. La sesión sinodal, como de costumbre, había reunido a los representantes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo. El rico intercambio de experiencias encontró resonancia, al menos parcialmente, en el documento final informativo y también en el mensaje que el Sínodo dirigió a toda la Iglesia. Al mismo tiempo, los participantes se habían dirigido al Papa Pablo VI para que, sirviéndose del rico material del mismo Sínodo, preparase y publicase un documento personal, como ya había ocurrido después del Sínodo sobre la evangelización. La muerte de Pablo VI y, a continuación, el repentino fallecimiento de Juan Pablo I, han retrasado hasta ahora la publicación del documento.

Por otra parte, el problema de la "catequesis" resulta por sí mismo vivo y urgente. En efecto, la catequesis es, por así decirlo, signo infalible de la vida de la Iglesia y fuente inagotable de su vitalidad. Todo esto ha encontrado su propia expresión en el conjunto de los trabajos del Sínodo, y se manifiesta sobre todo en la vida cotidiana de la Iglesia: de las parroquias, de las familias, de las comunidades. No quisiera repetir ahora lo que con tanta competencia se ha dicho, escrito y publicado sobre este tema. Solamente intento subrayar y poner de relieve que, a través de la catequesis de los niños y de los jóvenes, se realiza continuamente la llamada tan elocuente de Cristo: "Dejad que los niños vengan a mí y no los estorbéis..." (Mc 10, 14). Todos los sucesores de los Apóstoles, toda la Iglesia en su conciencia evangelizadora, deben trabajar en todas partes para que ese deseo y esa llamada de Cristo se realice en la medida que requieren las múltiples necesidades de nuestro tiempo.

Juntamente con esta llamada va la advertencia del Señor contra el escándalo. La catequesis de los niños y de los jóvenes tiende en cualquier parte y siempre a hacer crecer en las almas juveniles lo que es bueno, noble, digno. Se convierte en escuela de un sentido mejor y más maduro de humanidad, que se desarrolla en el contacto con Cristo. En efecto, no hay instrumento más eficaz para proteger del escándalo, para que no arraigue el mal, la corrupción, el sentido de la inutilidad de la vida, la frustración, que injertar el bien, infundiéndolo profunda y vigorosamente en las almas juveniles. Pertenece a la tarea formativa de la catequesis vigilar para que este bien brote y madure.

3. Uno de los frutos más importantes de las diversas experiencias pastorales, ante las que se ha encontrado el Sínodo de los Obispos, es la comprobación del carácter evolutivo y a la vez orgánico de la catequesis. Esta no puede limitarse sólo a la comunicación de informaciones religiosas, sino que debe ayudar a encender en las almas esa luz que es Cristo. Esta luz debe iluminar eficazmente todo el camino de la vida humana. La catequesis debe ser, pues, objeto de un trabajo sistemático y de una colaboración. Aún cuando deba llegar primariamente a aquellos a quienes se dirige sobre todo, esto es, a los niños y a los jóvenes, sin embargo no puede limitarse sólo a ellos. Es y será siempre condición de una catequesis eficaz de los niños y de los jóvenes la catequesis de los adultos, en varias formas, en distintos niveles, y en diversas ocasiones. Esto es importante sobre todo si se tiene presente el deber de catequizar propio de la familia, o si se considera el desarrollo de la problemática de la fe y de la moral. Efectivamente deben afrontarla especialmente los adultos cual cristianos auténticos y maduros.

4. El Sínodo de los Obispos de 1977 para mí está siempre unido al recuerdo del cardenal Albino Luciani, que estaba junto a mí en el aula sinodal. Espero que el documento, que será publicado en breve, pueda transmitir a toda la Iglesia ese espíritu de amor por la catequesis que animó al entonces Patriarca de Venecia y luego Papa Juan Pablo I.


Saludos

(Antes de la catequesis)
Me siento feliz de encontrarme hoy con vosotros en la plaza de San Pedro y de poderos hablar sobre un tema muy importante y muy relacionado con la catequesis. Pero antes quiero saludar cordialmente a todos los grupos y a todas las personas de los diversos países y lenguas con el deseo de que vuestra presencia en Roma os resulte fructuosa para vosotros y para la misma Roma.

(En español)

Amadísimos hermanos y hermanas:

Os saludo con afecto a todos y cada uno de los aquí presentes y os doy mi más cordial bienvenida.

Quiero recordar hoy algunas frases evangélicas sobre los niños, dado que, por iniciativa de las Naciones Unidas, se celebra este año el Año Internacional del Niño.

"Dejad a los niños y no les impidáis acercarse a mí, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 19.14) . Estas palabras las dirigió Jesús a los Apóstoles, que querían alejar a los niños de su presencia. Cristo, en cambio, reivindicó sus derechos sobre los niños, motivándolos según su propia perspectiva.

En otra ocasión; dijo también el Señor: "Al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos, que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar" (Mt 18, 6). Con esta frase, Jesús defiende al niño de quienes lo escandalizan.

La catequesis es un problema muy urgente. Es signo infalible de la vida de la Iglesia y fuente inagotable de su vitalidad. Todo esto encontró profundo eco en el Sínodo de los Obispos de mil novecientos setenta y siete. No existe, de hecho instrumento más eficaz, para proteger del escándalo, que inculcar el bien, infundiéndolo profundamente en los espíritus juveniles.

La catequesis debe ser, pues, objeto de un trabajo sistemático y de colaboración, al constatarse su carácter evolutivo y al mismo tiempo orgánico. No puede limitarse únicamente a la comunicación de conocimientos religiosos, sino que debe ayudar a encender en las almas de todos: niños, jóvenes y adultos, la luz que es Cristo.

(A los peregrinos de Suiza)
Mi palabra cobra tono especialmente cordial al saludar al nutrido grupo de peregrinos de la diócesis de Lugano (Suiza), presidido por su obispo, mons. Ernesto Togni.

Me complazco ante todo en que hayáis querido venir hasta Roma a renovar juntos vuestra fe, ante la tumba del Apóstol Pedro y también ante su humilde sucesor.

Os deseo, pues. que volváis de esta meta con una fe más robusta y gozosa, con nuevo vigor para afrontar la dureza de la vida y con un amor más ardiente que os haga cada vez más "Iglesia" y cada vez más sensibles a las necesidades de todos los hombres, hermanos nuestros.

Y os acompañe mi paterna bendición apostólica, que me complaceré la llevéis a vuestros seres queridos, a los enfermos y amigos, y a cuantos se hallan en necesidad particular, con deseos de serenidad cristiana para todos.

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)

Queridísimos jóvenes:

Como siempre. llegue a vosotros de modo particular mi saludo y mi abrazo afectuoso.

Os agradezco vuestra presencia. Vosotros traéis alegría, vivacidad y esperanza, y nos recordáis la responsabilidad que todos tenemos de amaros y edificaron.

Bajo la impresión todavía del encuentro espiritual con el Papa Juan Pablo I en su tierra natal, hoy quiero dejaros como recuerdo un pensamiento suyo. Hablando del amor que se debe tener a Dios, decía en la última audiencia general: "Demasiado grande es Dios, demasiado merece El ante nosotros, para que se le puedan echar, como a un pobre Lázaro, apenas unas migajas de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Es el bien infinito y será nuestra felicidad eterna" (27 de septiembre de 1978; Enseñanzas al Pueblo de Dios, págs. 28-29).

Tened presentes estas palabras sencillas y profundas. Dad todo vuestro amor a Jesús. Ofrecedle toda vuestra vida.

Y os acompañen siempre mi afecto y mi bendición también.

Queridísimos enfermos:

También a vosotros y de modo muy especial, os dirijo un saludo particularmente afectuoso y entrañable, a causa de vuestros sufrimientos y vuestro ejemplo de paciencia y valentía.

Con profunda emoción quiero recordaros lo que dijo Juan Pablo I a un cardenal que después de su elección le regaló un folleto con las estampas del vía crucis: "El camino de los Papas está marcado por la cruz. Ayudad a este pobre Cristo a llevar la cruz, ayudad al Papa a subir el Calvario por el bien de la Iglesia, de las almas y de la humanidad".

Palabras serias que llegan al alma; os las quiero recordar, queridos enfermos, para que ofrezcáis vuestras oraciones y penas por el Papa y por su misión de Padre y Pastor.

Sabed que yo estoy cercano siempre, en el nombre del Señor, con la oración y mi bendición.

Y, en fin, agradezco a los recién casados su presencia, siempre tan cordial y agradable. Sed bienvenidos y recibid mi saludo y buenos augurios para vuestra nueva vida.

También a vosotros quiero recordaros un pensamiento de Juan Pablo 1 sacado de sus famosas cartas imaginarias, publicadas cuando todavía era cardenal: "El cristiano debería distinguirse por su afán de ver el lado bueno de las cosas. Si de verdad Evangelio quiere decir alegre nueva, cristiano significa hombre alegre y repartidor de alegría" (Ilustrísimos, Carta a Hipócrates, BAC, 1978, pág. 175).

Queridos esposos: En vuestra vida procurad ver las cosas por el lado mejor, tratad de entenderos, de comprenderos siempre, de confiaros mutuamente vuestras alegrías y vuestras penas, de orar juntos, y así estaréis constantemente ale-gres y seréis testimonio de la Buena Nueva.

Os acompañe y ayude mi bendición.

(Al grupo de consiliarios eclesiásticos del Centro deportivo italiano)

Y ahora dedico un saludo del todo particular al grupo de consiliarios eclesiásticos del Centro deportivo italiano, reunidos estos días en Frascati para tratar del tema: "Comunidad cristiana, deporte y territorio".

Os deseo de corazón que sepáis unir siempre armónicamente vuestra obligada preocupación pastoral por el ambiente deportivo con una verdadera estima del deporte en cuanto valor de clara promoción humana.

Y a este propósito me complazco en repetiros aquí algunas de las palabras luminosas del Papa Pablo VI de feliz memoria, según el cual, el deporte "ejercido rectamente, es una gran escuela de adiestramiento en las virtudes humanas, que son el pedestal insustituible para construir encima las cristianas, con la ayuda de Dios" (A los dirigentes y futbolistas del equipo de Roma, L'Osservatore Romano, Edición en Lengua española, 10 de febrero de 1974, pág. 4).

Os imparto muy de corazón mi bendición apostólica, que extiendo asimismo a todos los queridísimos jóvenes depor­tistas y a sus directivos, a los que dedicáis vuestro celo pastoral.

Y el Señor esté siempre con vosotros.

(A los damnificados de la guerra, procedentes de los Países Bajos)

Dirijo un saludo especial al grupo de damnificados de la guerra, procedentes de los Países Bajos, con sus familias. Habéis tenido que gastar mucha fuerza física y espiritual para poder afrontar vuestra invalidez física; la solidaridad de vuestros familiares os ha ayudado mucho. Que el Señor bendiga esta voluntad de vivir y esta solidaridad y al mismo tiempo refuerce nuestra disponibilidad a la paz.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana