JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 24 de junio de 1987
Jesucristo, el Hijo enviado por el Padre
1. El prólogo del Evangelio de Juan, al que dedicamos a anterior catequesis, al hablar de Jesús como Logos, Verbo, Hijo de Dios, expresa sin ningún tipo de dudas el núcleo esencial de la verdad sobre Jesucristo; verdad que constituye el contenido central de la autorrevelación de Dios en la Nueva Alianza y como tal es profesada solemnemente por la Iglesia. Es la fe en el Hijo de Dios, que es “de la misma naturaleza del Padre” como Verbo eterno, eternamente “engendrado”, “Dios de Dios y Luz de Luz”, y no “creado” (ni adoptado). El prólogo manifiesta además la verdad sobre la preexistencia divina de Jesucristo como “Hijo Unigénito” que está “en el seno del Padre”. Sobre esta base adquiere pleno relieve la verdad sobre la venida del Dios-Hijo al mundo (“el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, (Jn 1, 14), para llevar a cabo una misión especial de parte del Padre. Esta misión (missio Verbi) tiene una importancia esencial en el plan divino de salvación. En ella se contiene la realización suprema y definitiva del designio salvífico de Dios sobre el mundo y sobre el hombre.
2. En todo el Nuevo Testamento hallamos expresada la verdad sobre el envío del Hijo por parte del Padre, que se concreta en la misión mesiánica de Jesucristo. En este sentido, son particularmente significativos los numerosos pasajes del Evangelio de Juan, a los que es preciso recurrir en primer lugar.
Dice Jesús hablando con los discípulos y con sus mismos adversarios: “Yo he salido y vengo de Dios, pues yo no he venido de mí mismo, antes es Él quien me ha mandado” (Jn 8, 42). “No estoy solo, sino yo y el Padre que me ha mandado” (Jn 8, 16). “Yo soy el que da testimonio de mí mismo, y el Padre, que me ha enviado, da testimonio de mí” (Jn 8, 18). “Pero el que me ha enviado es veraz, aunque vosotros no le conocéis. Yo le conozco porque procedo de Él y Él me ha enviado” (Jn 7, 28-29). “Estas obras que yo hago, dan en favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado” (Jn 5, 36). “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4, 34).
3. Muchas veces, como se ve en el Evangelio joánico, Jesús habla de Sí mismo —en primera persona— como de alguien mandado por el Padre. La misma verdad aparecerá, de modo especial, en la oración sacerdotal, donde Jesús, encomendando sus discípulos al Padre, subraya: “Ellos... conocieron verdaderamente que yo salí de ti, y creyeron que tú me has enviado” (Jn 17, 8). Y continuando esta oración, la víspera de su pasión, Jesús dice: “Como tú me enviaste al mundo, así los envié yo a ellos al mundo” (Jn 17, 18). Refiriéndose de forma casi directa a la oración sacerdotal, las primeras palabras dirigidas a los discípulos la tarde del día de la resurrección, dicen así: “Como me envió mi Padre, así os envío yo” (Jn 20, 21 ).
4. Aunque la verdad sobre Jesús como Hijo mandado por el Padre la pone de relieve sobre todo los textos joánicos, también se encuentra en los Evangelios sinópticos. De ellos se deduce, por ejemplo, que Jesús dijo: “Es preciso que anuncie el reino de Dios también en otras ciudades, porque para esto he sido enviado” (Lc 4, 43). Particularmente iluminadora resulta la parábola de los viñadores homicidas. Estos tratan mal a los siervos mandados por el dueño de la viña “para percibir de ellos la parte de los frutos de la viña “y matan incluso a muchos. Por último, el dueño de la viña decide enviarles a su propio hijo: “Le quedaba todavía uno, un hijo amado, y se lo envió también el último, diciendo: A mi hijo le respetarán. Pero aquellos viñadores se dijeron para sí: “Éste es el heredero. (Ea! Matémosle y será nuestra la heredad. Y asiéndole, le mataron y le arrojaron fuera de la viña” (Mc 12, 6-8). Comentando esta parábola, Jesús se refiere a la expresión del Salmo 117/118 sobre la piedra desechada por los constructores: precisamente esta piedra se ha convertido en cabeza de esquina (es decir, piedra angular) (cf. Sal 117/118, 22).
5. La parábola del hijo mandado a los viñadores aparece en todos los sinópticos (cf. Mc 12, 1-12; Mt 21, 33-46; Lc 20, 9-19). En ella se manifiesta con toda evidencia la verdad sobre Cristo como Hijo mandado por el Padre. Es más, se subraya con toda claridad el carácter sacrificial y redentor de este envío. El Hijo es verdaderamente “...Aquél a quien el Padre santificó y envió al mundo” (Jn 10, 36). Así, pues, Dios no sólo “nos ha hablado por medio del Hijo... en los últimos tiempos” (Cfr. Heb 1, 1-2), sino que a este Hijo lo ha entregado por nosotros, en un acto inconcebible de amor, mandándolo al mundo.
6. Con este lenguaje sigue hablando de modo muy intenso el Evangelio de Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3, 16).Y añade: “El Padre mandó a su Hijo como salvador del mundo”. En otro lugar escribe Juan: “Dios es amor. En esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene: Dios ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que tuviéramos vida por Él”; “no hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios, sino que Él nos ha amado y ha enviado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” Por ello añade que, acogiendo a Jesús, acogiendo su Evangelio, su muerte y su resurrección, “hemos reconocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios y Dios en Él” (Cfr. 1 Jn 4, 8-16).
7. Pablo expresará esta misma verdad en la Carta a los Romanos: “Él que no perdonó a su propio Hijo (es decir, Dios), antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?” (Rom 8, 32). Cristo ha sido entregado por nosotros, como leemos en Jn 3, 16; ha sido “entregado” en sacrificio “por todos nosotros” (Rom 8 32). El Padre “envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 10). El Símbolo profesa esta misma verdad: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación (el Verbo de Dios) bajó del cielo”.
8. La verdad sobre Jesucristo como Hijo enviado por el Padre para la redención del mundo, para la salvación y la liberación del hombre prisionero del pecado (y por consiguiente de las potencias de las tinieblas), constituye el contenido central de la Buena Nueva. Cristo Jesús es el “Hijo unigénito” (Jn 1, 18), que, para llevar a cabo su misión mesiánica “no reputó como botín (codiciable) el ser igual a Dios, antes se anonadó tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres... haciéndose obediente hasta la muerte” (Flp 2, 6-8). Y en esta situación de hombre, de siervo del Señor, libremente aceptada, proclamaba: “El Padre es mayor que yo” (Jn 14, 28), y: “Yo hago siempre lo que es de su agrado” (Jn 8, 29).
Pero precisamente esta obediencia hacia el Padre, libremente aceptada, esta sumisión al Padre, en antítesis con la “desobediencia” del primer Adán, continúa siendo la expresión de la unión más profunda entre el Padre y el Hijo, reflejo de la unidad trinitaria: “Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago” (Jn 14, 31). Más todavía, esta unión de voluntades en función de la salvación del hombre, revela definitivamente la verdad sobre Dios, en su Esencia íntima: el Amor; y al mismo tiempo revela la fuente originaria de la salvación del mundo y del hombre: la “Vida que es la luz de los hombres” (cf. Jn 1, 4).
Saludos
Saludo ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo particular, saludo a los Diáconos de la diócesis de Oviedo (España), ordenados el día de Pentecostés; al grupo mexicano Apostolado de la Virgen María y también a los peregrinos de la arquidiócesis de México.
Entre los grupos parroquiales, saludo a los fieles de las parroquias de San Pedro Mártir y del Santísimo Redentor de San Juan de Puerto Rico, así como a la peregrinación franciscana, también de Puerto Rico.
Saludo con mucho aprecio a los numerosos grupos juveniles, de manera especial a las Alumnas del Colegio “Pureza de María Santísima” de Colombia, junto con sus familiares y las Religiosas profesoras. A todos invito a vivir profundamente este Año Mariano que hemos empezado, intensificando la devoción a la Virgen María y haciendo, como ella indicó, lo que Jesús nos diga.
Con gran afecto imparto a todos mi bendición apostólica.
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