SANTA MISA PARA EL OPUS DEI
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Castelgandolfo
Domingo 19 de agosto de 1979
Queridísimos jóvenes universitarios y profesores del "Opus Dei":
Habéis querido encontraros con el Papa en torno a la Mesa Eucarística, mientras os halláis en Roma, provenientes de diversos Ateneos de Italia, para participar en cursos de actualización doctrinal y de formación espiritual. Y os agradezco este testimonio de fe y amor a la Eucaristía y al Papa, Vicario de Cristo en la tierra.
Vuestra institución tiene como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo ciertamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor a Cristo. Realmente es un gran ideal el vuestro, que desde los comienzos se ha anticipado a esa teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia del Concilio y del postconcilio.
En efecto, este es el mensaje y la espiritualidad del "Opus Dei": vivir unidos a Dios en el mundo, en cualquier situación, tratando de mejorarse a sí mismos con la ayuda de la gracia y dando a conocer a Jesucristo con el testimonio de la vida.
Y ¿qué hay más bello y más entusiasmante que este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa, queréis amarla, iluminarla, salvarla: ¡benditos seáis y siempre animosos en este vuestro intento!
Os saludo desde lo más íntimo de mi corazón, recordando la profunda y conmovedora exhortación que San Pablo escribía a los Efesios: "Llenaos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todas las cosas a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 19-20).
Nosotros precisamente queremos entretenernos aquí, en oración con Cristo, en Cristo y por Cristo: queremos gozar de la alegría que proviene de la verdad; queremos alabar juntos al Señor, que en el inmenso misterio de su amor no sólo ha querido encarnarse, sino que ha querido permanecer con nosotros en la Eucaristía. Efectivamente, la liturgia de hoy está toda centrada en este supremo misterio, y el mismo Jesús es el Maestro divino que nos enseña cómo debemos entender y vivir este sublime e incomparable sacramento.
1. Ante todo, Jesús afirma que la Eucaristía es una realidad misteriosa, pero auténtica.
Jesús, en la Sinagoga de Cafarnaún, afirma claramente: "Yo soy el pan bajado del cielo... El pan que yo daré es mi carne, vida del mundo... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron los padres y murieron" (cf. Jn c. 6).
Jesús dice precisamente: "carne" y "sangre", "comer" y "beber", aun sabiendo que chocaba con la sensibilidad y la mentalidad de los judíos. Es decir, Jesús habla de su Persona real, toda entera, no simbólica, y hace entender que la suya es una ofrenda "sacrificial", que se realizará por vez primera en la "Ultima Cena", anticipando místicamente el sacrificio de la cruz, y será transmitido a todos los siglos mediante la Santa Misa. Es un misterio de fe, ante el cual no podernos más que arrodillarnos en adoración, en silencio, en admiración.
La Imitación de Cristo nos pone en guardia ante la investigación curiosa e inútil, que incluso puede ser peligrosa, de este sacramento insondable: Qui scrutator est maiestatis, opprimetur a gloria" (Libro IV, cap. XVIII, 1).
Pablo VI, de venerada memoria, en el "Credo del Pueblo de Dios", haciendo una síntesis de la doctrina específica del Concilio de Trento y de su Encíclica Mysterium fidei, dijo: «En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino, que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la Santa Iglesia conveniente y propiamente "transustanciación" »(Insegnamenti di Paulo VI, vol. VI, 1968, pág. 508).
Todos los Padres de la Iglesia han afirmado siempre la realidad de la Presencia divina; recordemos sólo al filósofo Justino que, en la "Apología" exhorta a la adoración humilde y gozosa: «Terminadas las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: ¡Amén! "Amén" en hebreo quiere decir "así sea"... Porque no tomamos estas cosas como pan común y bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador hecho carne por virtud de la Palabra de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por virtud de la oración ,al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias —alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestra carne— es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado» (Primera Apología, 65-67).
Por tanto os digo: sed adoradores convencidos de la Eucaristía, con pleno respeto de las normas litúrgicas, con seriedad devota y consciente, que nada quita a la familiaridad y a la ternura.
2. Jesús afirma luego que la Eucaristía es una realidad salvífica:
Jesús, continuando su discurso sobre el "Pan de vida", añade: "Si alguno come de este pan, vivirá para siempre... Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día".
En este contexto Jesús habla de "vida eterna", de "resurrección gloriosa", del "último día". ¡No es que Jesús olvide o desprecie la vida terrena; todo lo contrario! Jesús mismo habla de los talentos que cada uno debe negociar y se complace en las obras de los hombres para la liberación progresiva de las diversas esclavitudes y opresiones y para el mejoramiento de la existencia humana. Pero no es necesario caer en el equívoco de la inmanencia histórica y terrena; es necesario pasar a través de la historia para alcanzar la vida eterna y gloriosa: paso fatigoso, difícil, ambiguo, porque debe ser meritorio. Jesús, pues, está vivo, presente en nuestro camino cotidiano, para ayudarnos a realizar nuestro verdadero destino, inmortal y feliz.
¡Sin Cristo es inevitable extraviarse, confundirse, incluso desesperarse! Lo había intuido con claridad lúcida Dante Alighieri, hombre de mundo y de fe, genio de la poesía y experto en teología, cuando en la paráfrasis del "Padre nuestro", rezado por las almas del Purgatorio, enseñó que en el áspero desierto de la vida, sin la unión íntima con Jesús, "maná" del Nuevo Testamento; "Pan bajado del cielo", el hombre que quiere seguir adelante sólo con sus fuerzas, en realidad va hacia atrás:
"Danos hoy el maná de cada día / sin el cual por este áspero desierto / va hacia atrás quien más en caminar se afana". (Purgatorio, XI, 13-15).
Sólo mediante la Eucaristía es posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el perdón de los enemigos, hasta el amor a quien nos hace sufrir, hasta el don de la propia vida por el prójimo; la castidad en cualquier edad y situación de la vida; la paciencia, especialmente en el dolor y cuando se está desconcertado por el silencio de Dios en los dramas de la historia o de la misma existencia propia. ¡Por esto, sed siempre almas eucarísticas, para poder ser cristianos auténticos!
3. Finalmente, Jesús afirma además que la Eucaristía debe ser una realidad transformante.
Es la afirmación más impresionante y comprometida: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí". ¡Palabras serias! ¡Palabras exigentes! La Eucaristía es una transformación, un compromiso de vida: "¡Ya no vivo yo —decía San Pablo—, es Cristo quien vive en mil" ¡Es Cristo crucificado! (Gál 2 20; 1 Cor 2, 2). Recibir la Eucaristía significa transformarse en Cristo, permanecer en El, vivir para El! El cristiano, en el fondo, debe tener una sola preocupación y una sola ambición: vivir para Cristo, tratando de imitarlo . en la obediencia suprema al Padre, en la aceptación de la vida y de la historia, en. la total dedicación a la caridad, en la bondad comprensiva y sin embargo austera. Por esto, la Eucaristía se convierte en programa de vida.
Queridísimos:
Al finalizar esta meditación, os confío a María Santísima: Ella, que durante 33 años pudo gozar de la presencia visible de Jesús y trató a su divino Hijo con el máximo cuidado y delicadeza, os acompañe siempre a la Eucaristía: os dé sus mismos sentimientos de adoración y de amor.
Después de este místico y fraterno encuentro, volved a vuestro trabajo con propósito renovado de vivir intensamente vuestra espiritualidad:
— sed en todas partes irradiadores de luz con la total y convencida ortodoxia de la doctrina cristiana y católica, con humildad pero con valentía, en la perfecta competencia de vuestra profesión;
— sed portadores de paz, con vuestro amor para con todos, hecho de comprensión, de respeto, de sensibilidad, de paciencia, pensando que cada hombre lleva en sí un dolor y un misterio;
— finalmente, sed sembradores de alegría con vuestra caridad concreta y vuestro sereno abandono en la Providencia, recordando lo que afablemente dijo Juan Pablo I, de venerada memoria: "Sabemos que Dios tiene siempre los ojos fijos sobre nosotros, también cuando nos parezca que es de noche" (10 de septiembre de 1978).
Os acompañe mi paterna y propicia bendición apostólica.
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