SANTA MISA Y ADMINISTRACIÓN DEL SACRAMENTO
DE LA CONFIRMACIÓN A OCHOS MINUSVÁLIDOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Capilla Matilde
Sábado 11 de abril de 1981
Hoy estoy especialmente contento al administraros, queridos muchachos de Cologno Monzese, el sacramento de la confirmación. Estoy contento porque, con este sacramento vais a recibir, como sabéis bien, un don maravilloso: el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. El descenderá sobre vosotros y habitará en vosotros como en el templo más bello y precioso.
Con el bautismo ya habíais sido hechos cristianos, hijos de Dios, hermanos de Jesús y miembros de esa comunidad de los discípulos de Jesús que es la Iglesia. Pero este don debe ser enriquecido ahora y llevado a perfección. Y esta nueva gracia es precisamente el sacramento de la confirmación. Hoy el Espíritu Santo lleva a perfección lo que comenzó en vosotros el día del bautismo. Por esto, con el sacramento de la confirmación estaréis todavía más perfectamente unidos a Jesús y os convertiréis en miembros adultos y responsables en la Iglesia. Si hasta ahora erais como niños que sólo recibían, ahora seréis muchachos y adultos que también tienen que aprender a dar, a crecer y a realizar algo bello y grande por el Señor y por los hermanos.
Pero diréis: ¿Qué podemos hacer, si somos débiles?
Escuchad lo que nos ha dicho San Pablo: "El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza... intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom 8, 26-27). El Espíritu Santo os comunica fuerza y energía. Entre los siete dones que os trae, hay uno que se llama fortaleza. ¿Recordáis lo que sucedió el día de Pentecostés? El Espíritu Santo descendió con su fuerza, como un viento impetuoso en el Cenáculo, donde estaban reunidos los Apóstoles. Y aquellos hombres recibieron una fortaleza extraordinaria y sin miedo alguno comenzaron a predicar y a dar testimonio de que Jesús era el Salvador del mundo. Y San Pablo, que también había experimentado la fuerza del Espíritu Santo, decía: "Muy gustosamente continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2 Cor 12, 9). Nosotros rezaremos, pues, para que el Espíritu Santo os conceda la fuerza de la fe para creer siempre en el Señor que nos salva; la fuerza de la esperanza para confiar siempre plenamente en su ayuda y en su bondad para con nosotros; la fuerza del amor para amar cada vez más y con todo el corazón al Señor y, en El y por El, a los hermanos; la fuerza de la paciencia para saber aceptar nuestra condición con valentía y ofreciendo nuestros sufrimientos para el bien de las almas; la fuerza del buen ejemplo para saber dar testimonio a los otros de la bondad y de la esperanza.
Además de este don de la fortaleza, el Espíritu Santo os dará el don de la sabiduría, que es como una luz interior del alma que os hará ver y gustar la belleza del Señor, su verdad y su amor. Habéis oído lo que ha dicho Jesús en el Evangelio de hoy: "Yo te alabo. Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños" (cf. Mt 11, 25).
Vosotros sois pequeños, pero el Espíritu Santo os podrá enseñar muchas cosas importantes. Os hará comprender quién es Dios, os hará entender y amar el Evangelio, alejará de vosotros las sombras de la mentira y las tinieblas del error y del pecado, os dará ojos puros para ver todo lo que hay de bello y de bueno en el mundo espiritual; ojos lúcidos para ver por todas partes la presencia y la providencia de Dios Padre junto a nosotros, ojos iluminados por la alegría para enseñar a los demás el camino de la verdad y del amor fraterno.
Cuando el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, estaba también en el Cenáculo María, la Madre de Jesús y nuestra Madre espiritual. También hoy está presente María de manera espiritual junto a cada uno de vosotros como una madre. Que María nos ayude a abrir nuestro corazón y nuestra mente para recibir y custodiar siempre este don maravilloso del Espíritu Santo.
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