III JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Plaza de San Pedro
Domingo de Ramos, 27 de marzo de 1988
1. «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).
Celebramos la liturgia del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro. Esta es también la Jornada internacional de la Juventud. El Domingo de Ramos reúne todos los años en esta plaza a muchos jóvenes, que se sienten como llamados por el acontecimiento que se conmemora este día. Efectivamente, durante la entrada de Jesús en Jerusalén, entre los que gritaban “Hosana al Hijo de David”, no faltaron los jóvenes. El himno litúrgico canta: “Pueri hebraeorum portantes ramos olivarum obviaverunt Domino”.
Pueri: es decir, los jóvenes hebreos. Obviaverunt: es decir, fueron al encuentro de Cristo. Cantaron “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt 21, 9). Cada año, el Domingo de Ramos sucede lo mismo: Los jóvenes van al encuentro de Cristo, enarbolan las palmas, cantan el himno mesiánico, para saludar a Aquel que viene en el nombre del Señor. Así sucede aquí en Roma, como en otros lugares del mundo. El año pasado fue así en Buenos Aires, donde pude celebrar la Jornada de la Juventud especialmente con los jóvenes de América Latina.
Todos vosotros, jóvenes, allí donde estéis y cualquier día que os reunáis para celebrar vuestra fiesta, sentiréis la necesidad de repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Sólo Tú.
2. Las “palabras de vida eterna” nos describen hoy la pasión y la muerte de Cristo según el Evangelio de San Marcos.
Hemos escuchado esta descripción. Hemos escuchado también las palabras del Profeta Isaías, que desde las profundidades de los siglos preanuncia al Mesías, como varón de dolores: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” (Is 50, 6).
De hecho fue precisamente así, como había previsto el Profeta.
Y, fue también así, como había proclamado el Salmista —también él desde la profundidad de los siglos—: “Me taladran las manos y los pies, puedo contar todos mis huesos... Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica” (Sal 21/22, 17-19).
Así fue. Y aún más. Las palabras con que el Profeta (David) comienza su Salmo estuvieron en los labios de Cristo durante la agonía en Getsemaní: “Dios mío; Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (¿Elí, Elí, lamá sabactaní?) (Mt 27, 46; Sal 21/22, 2).
La pasión y la muerte de Cristo emergen de los textos del Antiguo Testamento para confirmarse como la realidad decisiva de la Nueva y Eterna Alianza de Dios con la humanidad.
3. Hemos escuchado finalmente las palabras impresionantes del Apóstol Pablo en la Carta a los Filipenses. Son una síntesis del misterio pascual. El texto es conciso, pero al mismo tiempo tiene un contenido insondable, como lo es el misterio. San Pablo nos lleva al límite mismo de lo que en la historia de la creación comenzó a suceder entre Dios y el hombre, y que encontró su culmen y su plenitud en Jesucristo. En definitiva, en la cruz y resurrección.
Jesucristo “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó...” (Flp 2, 6-9).
Así “las palabras de vida eterna” fueron pronunciadas por medio de la cruz y de la muerte. No eran sólo teoría. Fueron una realidad tremenda entre Aquel que “Es” ab aeterno, que no pasa, y aquel que pasa, para el que está establecido que debe morir una sola vez. Al mismo tiempo el hombre, como ser creado a imagen y semejanza de Dios, espera las palabras de vida eterna. Las encuentra en el Evangelio de Cristo. Se confirman de forma definitiva en su muerte y resurrección.
¿A quién iremos?
Cristo es Aquel que “en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor”, no cesa de manifestar “plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación, revelando el misterio del Padre y de su amor”. Esto dice el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral Gaudium et spes (22a).
4. ¿Por qué, pues, precisamente este día, Domingo de Ramos, se ha convertido en la Iglesia desde hace algunos años en la “fiesta de los jóvenes”?: Jornada de los jóvenes. Es cierto que esta jornada de la juventud se celebra en cada país y en ambientes y períodos diversos, pero el Domingo de Ramos queda siempre para ella como un punto central de referencia.
¿Por qué? Parece que los mismos jóvenes dan a esta pregunta una respuesta espontánea. Una respuesta así la dais todos vosotros, que desde hace años peregrináis a Roma precisamente para celebrar este día (y esto se realizó especialmente el Año de la Redención y el Año dedicado a la juventud).
Con este hecho, ¿acaso no queráis hacer ver vosotros mismos que buscáis a Cristo en el centro de su misterio? Lo buscáis en la plenitud de esa verdad que es El mismo en la historia del hombre: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). Vosotros buscáis a Cristo en la palabra definitiva del Evangelio, como lo hizo el Apóstol Pablo: En la cruz, que es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Co 1, 24), como confirmó la resurrección.
En Cristo —crucificado y resucitado— buscáis precisamente esa fuerza y esa sabiduría.
5. Cristo revela plenamente el propio hombre al hombre —cada uno de nosotros—. ¿Podría revelarlo “plenamente” si no hubiera pasado también este sufrimiento, y este despojo sin límites? ¿Si no hubiera finalmente gritado en la cruz: “Por qué me has abandonado?” (cf. Mt 27, 46).
El campo de la experiencia del hombre es limitado. Inefable es también el cúmulo de sus sufrimientos. El que tiene “palabras de vida eterna”, no dudó en fijar esta palabra en todas las dimensiones de la temporalidad humana...
“Por eso Dios lo levantó”. Por eso, “Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (cf. Flp 2, 9. II). Y de este modo da testimonio de “la sublimidad de su vocación” (cf. Gaudium et spes, 22): ninguna dificultad, ningún sufrimiento o despojo, pueden separarnos del amor de Dios (cf. Rm 8, 35): De ese amor que está en Jesucristo.
6. Así, pues, esta “Jornada para los jóvenes” queda en la Iglesia como un momento elocuente de vuestra “peregrinación a través de la fe”.
Este año dirigimos nuestra mirada a la Madre de Dios presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, presente también en la agonía del Gólgota. Allí precisamente se encuentra el punto culminante de la peregrinación de María, de la que el Concilio, siguiendo las iniciativas de la Tradición, nos enseña que nos precede a todos en el camino: Va delante en la peregrinación “de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo” (cf. Lumen gentium, 63).
En este Año mariano deseo a todos los jóvenes que, mirando a María como “modelo”, descubran todas las profundidades escondidas en el misterio de Cristo.
Ya que Cristo dice siempre de nuevo a los jóvenes, como dijo en el Evangelio: “Sígueme” (Lc 18, 22). El análisis de esta llamada se encuentra en la Carta enviada a los jóvenes y a las jóvenes del mundo en el año 1985.
Es necesario que sintáis esta llamada. Y es necesario que la maduréis constantemente para darle vuestra respuesta.
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
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