ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN EL SANTUARIO DE HARISA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Sábado 10 de mayo de 1997
Queridos jóvenes del Líbano:
1. Me alegra particularmente encontrarme con vosotros esta tarde, durante mi viaje apostólico a vuestro país. Ante todo doy gracias al cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, patriarca de Antioquía de los maronitas, por sus palabras de bienvenida, así como a monseñor Habib Bacha, presidente de la comisión episcopal para el apostolado de los laicos, por haberme presentado a la juventud del Líbano.
Queridos jóvenes, os agradezco las palabras que, a través de vuestros representantes, me vais a dirigir con franqueza y confianza. Comprendo las aspiraciones que os animan y vuestra impaciencia frente a la situación diaria que os parece difícil de cambiar. Descubro así los rostros de chicos y chicas que, con todo el ardor y el impulso de su juventud, tienen el profundo anhelo de mirar hacia el porvenir, pidiendo al Señor que les dé fuerza y valentía, que les comunique su amor y su esperanza, como vamos a implorar en la plegaria inicial de nuestra celebración. Constantemente, en los últimos años, os he sostenido con la oración, suplicando a Cristo que os asista en vuestro camino hacia la paz y en vuestra vida personal y social.
2. Vamos a escuchar el relato evangélico de los discípulos de Emaús. Su experiencia puede ayudaros, porque se asemeja a la de cada uno de vosotros. Entristecidos por los acontecimientos de la Semana santa, desorientados por la muerte de Jesús y defraudados por no poder realizar sus expectativas, los dos discípulos deciden abandonar Jerusalén el día de Pascua y volver a su aldea. La esperanza que había suscitado Cristo durante los tres años vividos con él en Tierra santa parecía haberse desvanecido con su muerte. Y sin embargo, mientras recorren ese camino, los peregrinos de Emaús recuerdan el mensaje del Señor, un mensaje de amor y de caridad fraterna, un mensaje de esperanza y de salvación. Conservan en su corazón el recuerdo de los hechos y los gestos que realizó durante su vida pública, desde las orillas del Jordán hasta el Gólgota, pasando por Tiro y Sidón.
Ambos se acuerdan de las palabras y los encuentros con el Señor, que manifestaba su ternura, su compasión y su amor hacia todo ser humano. Todos quedaban impresionados por su enseñanza y su bondad. Cristo sabía captar, por encima de la fealdad del pecado, la belleza interior del ser creado a imagen de Dios. Sabía percibir el deseo profundo de verdad y la sed de felicidad que anidan en el alma de toda persona. Con su mirada, con su mano extendida y su palabra de consuelo, Jesús llamaba a cada uno a levantarse después de haber caído, porque cada persona tiene un valor que supera lo que ha hecho y no hay pecado que no pueda ser perdonado. Así, recordando todo esto, los discípulos comienzan a meditar la buena nueva que trajo el Mesías.
Mientras los discípulos, a lo largo del camino de Emaús, reflexionan en la persona de Cristo, en su palabra y en su vida, el Resucitado mismo se les acerca y les revela la profundidad de las Escrituras, ayudándoles a descubrir el plan de Dios. Los acontecimientos de Jerusalén —la muerte en la cruz y la resurrección— traen la salvación a todo hombre. La muerte es vencida, el camino de la vida eterna queda definitivamente abierto. Pero los dos hombres no reconocen aún al Señor. Su corazón está ofuscado y turbado. Sólo al final del camino, cuando Jesús parte el pan, cuando repite el gesto de la Cena, memorial de su sacrificio, sus ojos se abren para aceptar la verdad: Jesús ha resucitado y los precede por los caminos del mundo. La esperanza no ha muerto. De inmediato, vuelven a Jerusalén a anunciar la buena nueva. Con la seguridad de estas promesas, también nosotros sabemos que Cristo está vivo y realmente presente en medio de sus hermanos, todos los días y hasta el final de los tiempos.
3. Cristo recorre sin cesar este camino de Emaús, este camino sinodal con su Iglesia. En efecto, la palabra sínodo significa caminar juntos. Cristo ha recorrido este camino junto con los pastores de la Iglesia católica del Líbano, durante la Asamblea especial que se celebró en Roma en noviembre y diciembre de 1995. Queridos jóvenes, quiere volver a recorrerlo también con vosotros. Porque el Sínodo de los obispos para el Líbano se realizó por vosotros: el futuro sois vosotros. Cuando cumplís vuestros quehaceres diarios, en el estudio o en el trabajo; cuando servís a vuestros hermanos; cuando compartís las dudas y las esperanzas; cuando meditáis la Escritura, solos o en la comunidad; cuando participáis en la Eucaristía, Cristo se acerca a vosotros, camina a vuestro lado: él es vuestra fuerza, vuestro alimento y vuestra luz.
Queridos jóvenes, en vuestra vida diaria, no tengáis miedo de que Cristo se os acerque, como hizo con los discípulos de Emaús. En la vida personal, en la vida eclesial, el Señor os acompaña e infunde en vosotros su esperanza. Cristo confía en vosotros, en que seáis responsables de vuestra existencia y de la de vuestros hermanos y hermanas, del futuro de la Iglesia en el Líbano y del futuro de vuestro país. Viva la paz. Hoy y mañana, Jesús os invita a dejar vuestros senderos para seguirlo a él, unidos con todos los fieles de la Iglesia católica y con todo el pueblo libanés.
4. Entonces, ¿aceptáis seguir a Cristo? Si aceptáis seguir a Cristo y dejaros conquistar por él, os mostrará que el misterio de su muerte y resurrección es la clave de lectura, por excelencia, de la vida cristiana y de la vida humana. En efecto, en toda existencia hay tiempos en que Dios parece guardar silencio, como en la noche del Jueves santo; tiempos de desconcierto, como el día del Viernes santo, en que Dios parece abandonar a los que ama; y tiempos de luz, como el alba de la mañana de Pascua, que vio la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. A ejemplo de Cristo, que entregó su vida en manos del Padre, para hacer grandes cosas es preciso que pongáis vuestra confianza en Dios, porque, si contamos únicamente con nosotros mismos, nuestros proyectos ponen de manifiesto con demasiada frecuencia intereses particulares y parciales. Pero todo puede cambiar cuando se cuenta ante todo con el Señor, que viene a transformar, purificar y apaciguar nuestro interior. Los cambios a que aspiráis en vuestra tierra exigen, ante todo y sobre todo, cambios en los corazones.
5. En realidad, a vosotros corresponde hacer que caigan los muros que hayan podido surgir durante los dolorosos períodos de la historia de vuestra nación; no levantéis nuevos muros en vuestro país. Al contrario, debéis construir puentes entre las personas, entre las familias y entre las diversas comunidades. Espero que en la vida diaria realicéis gestos de reconciliación, para pasar de la desconfianza a la confianza. También debéis hacer que cada libanés, en especial cada joven, pueda participar en la vida social, en la casa común. Así nacerá una nueva fraternidad y se crearán sólidos vínculos, pues el arma principal y decisiva para la construcción del Líbano es el amor. Si acudís a la intimidad con el Señor, manantial del amor y de la paz, seréis también vosotros artífices de paz y de amor. Como dice Cristo, en esto nos reconocerán como sus discípulos.
La riqueza del Líbano sois vosotros, que tenéis sed de paz y fraternidad, y que anheláis comprometeros cada día en favor de esta tierra a la que estáis profundamente vinculados. Con vuestros padres, vuestros educadores y todos los adultos que tienen responsabilidades sociales y eclesiales, estáis llamados a preparar el Líbano del futuro, para hacer de él un pueblo unido, con su diversidad cultural y espiritual. El Líbano es una herencia llena de promesas. Esforzaos por adquirir una sólida educación cívica y moral, para ser plenamente conscientes de vuestras responsabilidades en la reconstrucción nacional. Uno de los elementos que contribuyen a la unidad en el seno de una nación es el sentido del diálogo con todos los hermanos, respetando las sensibilidades específicas y las diferentes historias comunitarias. En vez de alejar a las personas unas de otras, esta actitud fundamental de apertura es uno de los elementos morales esenciales de la vida democrática y uno de los instrumentos esenciales del desarrollo de la solidaridad, para rehacer el entramado social y para dar nuevo impulso a la vida nacional.
6. Para manifestaros mi estima y mi confianza, dentro de algunos instantes, al final de la homilía, firmaré ante vosotros la exhortación apostólica postsinodal. Con vuestras reflexiones habéis dado una notable contribución a la preparación de la Asamblea, en la que habéis sido representados y escuchados. Hoy, yo os escojo como testigos privilegiados y como depositarios del mensaje de renovación que necesitan la Iglesia y vuestro país. Os exhorto a tomar con empeño parte activa en la aplicación de las orientaciones de la Asamblea sinodal. Con los patriarcas y los obispos, pastores de la grey; con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas; y con todo el pueblo cristiano, tenéis la misión de ser testigos del Resucitado con las palabras y con toda vuestra vida. En la comunidad cristiana cada uno de vosotros está llamado a asumir una parte de responsabilidad. Escuchando a Cristo que os llama y que quiere garantizar el éxito de vuestra existencia, responderéis a vuestra vocación particular, en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio. En cualquier estado de vida, comprometerse a seguir al Señor es fuente de gran alegría.
La iglesia en que nos encontramos está situada en la cima del monte: la pueden contemplar fácilmente los habitantes de Beirut y de la región, y los visitantes que llegan a vuestra tierra. Del mismo modo, ¡ojalá que también vuestro testimonio sea para vuestros amigos un ejemplo luminoso! No olvidéis vuestra identidad cristiana y vuestra condición de discípulos del Señor. Es vuestra gloria, es vuestra esperanza y es vuestra misión. Recibid la Exhortación como un don que la Iglesia universal hace a la Iglesia que está en el Líbano y a vuestro país, con la certeza de que vuestro dinamismo y vuestra valentía darán lugar a transformaciones profundas en vosotros y en la sociedad entera. Tened fe y esperanza en Cristo. Con él no quedaréis defraudados.
7. Pidamos a la Virgen María, Nuestra Señora del Líbano, que vele por vuestro país y por sus habitantes, y que os asista con su ternura maternal, para que seáis los dignos herederos de los santos de vuestra tierra. Así contribuiréis a hacer que vuelva a florecer el Líbano, país que forma parte de los santos lugares que Dios ama, porque vino a poner aquí su morada y a recordarnos que debemos construir la ciudad terrena con la mirada puesta en los valores del Reino.
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