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CAPILLA PONTIFICIA PARA  LA ORDENACIÓN DE NUEVE OBISPOS 
EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Lunes 19 de marzo de 2001

 

 

1. "Este es el siervo fiel y prudente  a  quien  el Señor ha puesto al frente de su familia" (cf. Lc 12, 42).

Así nos presenta la liturgia de hoy a san José, esposo de la santísima Virgen María y custodio del Redentor. Él, siervo fiel y prudente, aceptó con obediente docilidad la voluntad del Señor, que le confió "su" familia en la tierra, para que la cuidara con solicitud diaria.

San José perseveró con fidelidad y amor en esa misión. Por eso la Iglesia nos lo presenta como modelo singular de servicio a Cristo y a su misterioso designio de salvación. Y lo invoca como patrono y protector especial de toda la familia de los creyentes. De modo especial, nos presenta hoy a san José, en el día de su fiesta, como el santo bajo cuyo eficaz patrocinio la divina Providencia quiso poner a las personas y el ministerio de cuantos están llamados a ser "padres" y "custodios" en el pueblo cristiano.

2. «"Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando". (...) "Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?"» (Lc 2, 48-49).

En este sencillo diálogo familiar entre la Madre y el Hijo, que el evangelio acaba de proponernos, se encuentran las coordenadas de la santidad de José. Responden al designio divino sobre él, que, como hombre justo, supo secundar con admirable fidelidad.

"Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando", dice María. "Yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre", replica Jesús. Precisamente estas palabras del Hijo nos ayudan a comprender el misterio de la "paternidad" de san José. Al recordar a sus padres el primado de Aquel a quien llama "mi Padre", Jesús revela la verdad del papel de María y de José. Este es verdaderamente "esposo" de María y "padre" de Jesús, como ella afirma cuando dice:  "Tu padre y yo te andábamos buscando". Pero su esponsalidad y paternidad es totalmente relativa a la de Dios. José de Nazaret está llamado a convertirse, a su vez, en discípulo de Jesús dedicando su vida al servicio del Hijo unigénito del Padre y de María, la Virgen Madre.

Se trata de una misión que él prolonga con respecto a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, a la que siempre brinda su próvida asistencia, como hizo con la humilde Familia de Nazaret.

3. En este marco, es fácil dirigir nuestra atención a lo que constituye hoy el centro de nuestra celebración. Dentro de pocos momentos impondré las manos a nueve sacerdotes, llamados a asumir la responsabilidad de obispos en la Iglesia. El obispo desempeña en la comunidad cristiana una función que tiene muchas analogías con la de san José. El Prefacio de esta solemnidad lo pone muy bien de relieve, indicando a san José como "siervo fiel y prudente puesto al frente de la Sagrada Familia para que, haciendo las veces de padre, cuidara al Hijo de Dios". "Padres" y "custodios" son los pastores en la Iglesia, llamados a actuar como "siervos" fieles y prudentes. A ellos se ha confiado la solicitud diaria del pueblo cristiano que, gracias a su ayuda, puede avanzar con seguridad por el camino de la perfección cristiana.

Venerados y queridos hermanos ordenandos, la Iglesia os acompaña y os asegura su oración, para que desempeñéis con fiel generosidad, a ejemplo de san José, vuestro ministerio pastoral. Os aseguran su oración, en particular, quienes os acompañan en este día de fiesta:  vuestros familiares, los sacerdotes y los amigos, así como las comunidades de las que procedéis y a las que estáis destinados.

4. Las ordenaciones episcopales, que suelo conferir el día de la Epifanía, este año han sido aplazadas a causa de la conclusión del gran jubileo. Así, tengo la oportunidad de realizar este rito en la solemnidad de San José, tan querida para el pueblo cristiano. Esto me permite encomendaros con particular insistencia a cada uno de vosotros a la incesante protección de san José, patrono de la Iglesia universal.

Queridos hermanos, os saludo con gran cordialidad a vosotros y a todos los que se unen a vuestra alegría. Os deseo de corazón que prosigáis con generosidad renovada el servicio que ya prestáis a la causa del Evangelio.

5. A ti, monseñor Fernando Filoni, se te ha confiado la misión de nuncio apostólico en Irak y Jordania, para que sostengas a las comunidades cristianas esparcidas por esas tierras:  estoy seguro de que serás para ellas un mensajero de paz y esperanza. Tú, monseñor Henryk Józef Nowacki, después de trabajar mucho tiempo a mi lado, serás, como representante de la Sede apostólica en Eslovaquia, solícito heraldo del Evangelio en ese país de antigua tradición cristiana. Y tú, monseñor Timothy Paul Broglio, a quien agradezco la fiel cooperación brindada al cardenal secretario de Estado, irás a las puertas del continente americano como nuncio en la República Dominicana y delegado apostólico en Puerto Rico:  en medio de esas queridas poblaciones sé testigo del afecto del Sucesor de Pedro.

También a ti, monseñor Domenico Sorrentino, te agradezco el valioso servicio que has prestado en la Secretaría de Estado, y ahora, al confiarte la prelatura de Pompeya y su célebre santuario mariano, pongo tu ministerio bajo la mirada y la bendición de la Virgen del Santo Rosario, pidiéndole que guíe tus pasos tras las huellas de san Paulino, obispo de Nola, tu tierra natal, y orgullo de la Campania. La Virgen santísima siga velando también sobre tus pasos, monseñor Tomasz Peta, llamado a encargarte de la Administración apostólica de Astana, en Kazajstán, donde desde hace varios años ya trabajas con laudable celo apostólico.

Tú, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, proseguirás en el apreciado servicio de canciller de la Academia pontificia de ciencias y de la de ciencias sociales, instituciones a las que atribuyo gran importancia para el diálogo de la Iglesia con el mundo de la cultura. A ti, monseñor Marc Ouellet, he querido confiarte el cargo de secretario del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, tarea de particular relieve por la nobilísima finalidad que lo inspira y por las renovadas esperanzas que la celebración del Año jubilar ha suscitado en el corazón de tantos cristianos.

Y tú, monseñor Giampaolo Crepaldi, desempeñarás la función de secretario del Consejo pontificio Justicia y paz, prosiguiendo con mayores responsabilidades tu ya cualificado servicio en ese dicasterio. Por último, te abrazo con afecto a ti, monseñor Djura Dzudzar, a quien he elegido como auxiliar del eparca de Mukacevo en Transcarpacia, Ucrania, país que, si Dios quiere, dentro de poco tendré la alegría de visitar y al que desde ahora envío un saludo cordial así como mis mejores deseos.

6. Queridos hermanos, como san José, modelo y guía de vuestro ministerio, amad y servid a la Iglesia. Imitad el ejemplo de este gran santo, así como el de su Esposa, María. Cuando encontréis dificultades y obstáculos, no dudéis en aceptar sufrir con Cristo en favor de su Cuerpo místico (cf. Col 1, 24), para que con él podáis alegraros de una Iglesia toda hermosa, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada (cf. Ef 5, 27). El Señor, que os dará siempre su gracia, hoy os consagra y os envía como apóstoles al mundo. Llevad grabadas en vuestro corazón sus palabras:  "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mt 28, 20), y no temáis. Como María, como José, confiad siempre en él. Él ha vencido al mundo.

 



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