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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
PARA LA XVII JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN
POR LAS VOCACIONES

 

Venerados hermanos en el Episcopado y
amadísimos hijos e hijas de todo el mundo:

1. Mi inolvidable predecesor Pablo VI, al instituir la Jornada mundial de Oración por las Vocaciones, quiso que su celebración tuviera lugar entre dos grandes solemnidades litúrgicas: Pascua de Resurrección y Pentecostés. Fue, ésta, una elección especialmente feliz, porque estos gloriosos misterios de la fe cristiana arrojan una intensa luz sobre la vocación sacerdotal y sobre cada una de las vocaciones consagradas de modo especial al servicio de Dios y de la Iglesia.

Dice el Concilio Vaticano II: "Cristo..., habiendo resucitado de entre los muertos, envió sobre los discípulos a su Espíritu vivificador, y por Él hizo a su Cuerpo, que es la Iglesia, sacramento universal de salvación..." (Lumen gentium, 18).

Así sucedió al principio: una transformación misteriosa y profunda se verificó en los primeros discípulos, que creyeron en Cristo Resucitado y recibieron el don del Espíritu Santo. Eran los mismos hombres sencillos que Jesús había escogido, uno por uno, entre la gente de su pueblo. Conocemos sus dudas y sus miedos (cf.Mt 28, 17; Jn 20, 19); pero ellos creyeron en el Resucitado y, al mismo tiempo, tuvieron plena conciencia de su vocación y de su misión, en la que los confirmaría el Espíritu Santo, según la promesa del Señor mismo: "Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra" (Act, 1, 8).

Con la fuerza del Espíritu Santo ellos fueron los Apóstoles, los sacerdotes, los testigos de Cristo resucitado. Conformaron su vida y sus obras con los ojos fijos en la imagen imborrable de Jesús Buen Pastor de los hombres. Anunciaron al mundo su mensaje y trabajaron por la salvación de los hombres con sus mismos poderes sagrados. Sabían que la misión de Jesús Sacerdote, Maestro y Pastor continuaba a través de sus personas: "Como me envió mi Padre, así os envío yo" (Jn20, 21). Sabían, en efecto, que habían sido puestos, en medio del mundo, como el signo e instrumento visible de la presencia viva y operante del Señor resucitado, y también para formar, por un don inefable del Espíritu Santo, un cuerpo nuevo de hombres dotados de un carácter original e inconfundible: el carácter de sacerdotes, maestros, pastores del Nuevo Testamento.

2. Como sucedió al principio, así ha sucedido siempre. Han pasado los siglos y los milenios, pero la Santa Iglesia sigue siendo la Iglesia de Cristo resucitado y de Pentecostés. Los obispos, sucesores de los Apóstoles, y los sacerdotes, cooperadores de los obispos, son los obispos y los sacerdotes de Jesús resucitado y de Pentecostés. Así sucederá en los tiempos futuros, ya que el Resucitado ha garantizado a su Iglesia su asistencia perenne: "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20; Lumen gentium, 19, 28).

Junto a los obispos y a los sacerdotes diocesanos, en comunión fraterna y filial con ellos, hubo, hay y habrá otras personas llamadas por el Señor a una vida de especial consagración. Surgieron y siguen surgiendo los diáconos, servidores del Pueblo de Dios. Han surgido multitud de misioneros, enviados a fundar y a dirigir las nuevas comunidades cristianas. Han surgido innumerables formas de vida consagrada en las órdenes y congregaciones religiosas y en los institutos seculares, que "muestran ante todos los hombres la soberana grandeza del poder de Cristo glorioso y la potencia infinita del Espíritu Santo, que obra maravillas en la Iglesia" (Lumen gentium, 44). Todos estos hombres y mujeres siguen encontrando la fuente pura de su vocación en la fe en el Resucitado y en los dones inagotables del Espíritu.

3. Amadísimos hermanos en el Episcopado, y a vosotros todos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, personas consagradas, he querido recordar estos pensamientos para dirigiros una calurosa invitación: evangelizad cada vez más y mejor al Pueblo de Dios, especialmente a las familias y a los jóvenes, sobre estas santas verdades que se refieren al sacerdocio, a las misiones, a la vida consagrada. El Pueblo de Dios, cuando reza por las vocaciones, debe saber bien por qué reza y por quién reza. Los misterios de la Resurrección y de Pentecostés os ayudan a hablar, de la manera más precisa y convincente, de las vocaciones sagradas. Los fieles, las familias, los jóvenes deben conocer cada vez con mayor claridad que la Iglesia, sus sacerdotes, los misioneros, las demás personas consagradas no tienen su origen en causas, motivos o intereses humanos, sino en el designio misericordioso de Dios, que quiere la salvación de todos por la fuerza de Cristo muerto y resucitado y por la fuerza del Espíritu Santo. Por tanto, el testimonio personal de vuestra vida, dedicada toda al servicio de los hombres, confirmará vuestras palabras y les dará, con la ayuda de Dios, una mayor eficacia de persuasión.

4. Queridísimos jóvenes, en esta ocasión quiero dirigiros una invitación muy especial: reflexionad. Comprendéis que os hablo de cosas muy importantes. Se trata de consagrar la vida entera al servicio de Dios y de la Iglesia. Se trata de consagrarla con fe segura, con convicción madura, con decisión libre, con generosidad a toda prueba y sin arrepentimiento. Las palabras de Jesús: "Yo estaré todos los días con vosotros hasta el fin del mundo" aseguran la continuidad de aquel "vosotros". Las llamadas del Señor siempre existirán, y siempre encontrarán respuesta por parte de personas disponibles. Vosotros, también, debéis poneros en actitud de escucha. Debéis penetrar con vuestro pensamiento, iluminado por la fe, en la dimensión ultraterrena del designio divino de salvación universal. Sé que muchas cosas y acontecimientos actuales de este mundo os turban. Precisamente, por este motivo, os invito a reflexionar. Abrid vuestro corazón al encuentro gozoso con Cristo resucitado. Dejad que la fuerza del Espíritu Santo actúe en vosotros y os inspire las opciones justas en vuestra vida. Pedid consejo. La Iglesia de Jesús debe continuar su misión en el mundo; ella os necesita, pues es mucha la labor a realizar. Al hablaros de la vocación y al invitaros a seguir este camino, soy yo el humilde y apasionado servidor de aquel amor, que movía a Cristo cuando llamaba a los discípulos a su seguimiento.

5. Finalmente, queridísimos hijos e hijas del mundo entero, una invitación a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades: orad. Es el punto fundamental en el que Jesús ha insistido: "Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt9, 38).

Oremos todos juntos en compañía de la Santísima Virgen, confiando en su intercesión. Oremos para que los santos misterios del Resucitado y del Espíritu Paráclito iluminen a muchas personas generosas, dispuestas a servir a la Iglesia con mayor disponibilidad. Oremos por los Pastores y sus colaboradores, para que encuentren las palabras justas al proponer a los fieles el mensaje de la vida sacerdotal y consagrada. Oremos para que, en todos los ambientes de la Iglesia, los fieles crean con renovado fervor en el ideal evangélico del sacerdote dedicado completamente a la construcción del Reino de Dios y sostengan tales vocaciones con decidida generosidad. Oremos por los jóvenes, a los que el Señor dirige su invitación a seguirlo más de cerca, para que no se distraigan con las cosas de este mundo, y abran su corazón a la voz amiga que los llama; para que se sientan capaces de dedicarse, de por vida, "con corazón indiviso" a Cristo, a la Iglesia y a las almas; para que crean que la gracia les da la fuerza necesaria para tal donación y vean la belleza y la grandeza de la vida sacerdotal, religiosa y misionera. Oremos por las familias, para que sepan crear un clima cristiano adecuado a las grandes decisiones de sus hijos. Y, asimismo, agradezcamos de corazón al Señor el que en estos últimos años, en muchas partes del mundo, tantas personas jóvenes y menos jóvenes están respondiendo a la llamada divina en número creciente.

Oremos para que todos los sacerdotes y religiosos sean ejemplo y estímulo para los llamados con su disponibilidad y humilde prontitud —como decía en la Carta a los sacerdotes, con ocasión del Jueves Santo de 1979—: "para aceptar los dones del Espíritu Santo y para dar generosamente a los demás los frutos del amor y de la paz, para comunicarles la certeza de la fe, de la que derivan la comprensión profunda del sentido de la existencia humana y la capacidad de introducir el orden moral en la vida de los individuos y en los ambientes humanos" (núm. 4)

Con el deseo de que los jóvenes sepan acoger con compromiso coherente las exigencias de esta llamada al sacerdocio y a las demás formas de vida consagrada, los bendigo de todo corazón, junto con todos aquellos miembros de la comunidad eclesial que los asisten y los sostienen durante el período de la necesaria preparación.

Vaticano, 2 de marzo del año 1980, II de mi pontificado.

 

JOANNES PAULUS PP. II



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