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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA DELEGACIÓN OFICIAL
DEL PATRIARCADO DE CONSTANTINOPLA


Jueves 28 de junio de 1979

 

Bienvenidos seáis, queridos hermanos, que venís a asociaros a la Iglesia de Roma para festejar a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Por aquel a quien representáis y por lo que representáis, vuestra presencia —en honor de la memoria de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo— aumenta el gozo que experimentamos en esta fecha. Os estoy profundamente agradecido por ello.

El intercambio anual de Delegaciones entre Roma y Constantinopla para las fiestas de los Santos protectores de nuestra Iglesia no es simplemente la ocasión para un encuentro que podía convertirse en una costumbre.

La participación de una Delegación católica en la fiesta de San Andrés, hermano de San Pedro, en el Patriarcado Ecuménico, y la de una Delegación ortodoxa en Roma para la fiesta de San Pedro y San Pablo, con participación recíproca en la celebración litúrgica de la conmemoración de los Santos Apóstoles protectores de nuestras Iglesias, tienen una significación muy fecunda y están llenas de esperanza. La fe apostólica, depósito que se nos ha transmitido, es la base inquebrantable de todos nuestros contactos.

Estos contactos, que continúan intensificándose, nos acercan cada vez más a la plena unidad tan deseada. El tiempo, las circunstancias adversas, las debilidades y las faltas de los hombres colocaron, en el pasado, a nuestras Iglesias en una ignorancia mutua, cuando no en una abierta hostilidad. Actualmente, gracias a Dios y merced a la buena voluntad de hombres atentos a escuchar al Salvador, existe por ambas partes la resolución firme de hacer todo lo posible para restablecer la plena unidad. Los contactos entre las Iglesias, tanto por parte de quienes tienen en ellas especiales responsabilidades como de los propios fieles, contribuyen a que aprendamos a vivir conjuntamente en la oración, en las consultas de cara a soluciones comunes que hay que dar a los problemas que se plantean hoy a las Iglesias, en la ayuda mutua, en la vida fraternal. Por eso me produce una especial alegría este encuentro de hoy.

Al iniciar este año la Semana de Oración por la Unidad, yo había sugerido también hacer elevar hacia el Señor una oración de acción de gracias. Es Dios, en efecto, quien ha suscitado el deseo de unidad y ha bendecido nuestros intentos, haciéndonos tomar conciencia más clara de la profundidad de comunión existente entre nuestras Iglesias. El diálogo teológico que nos preparamos a iniciar tendrá, en este contexto, un papel determinante. Está llamado a resolver las dificultades doctrinales y canónicas que han constituido hasta ahora un impedimento a la unidad plena. Para este diálogo debemos implorar incesantemente la luz y la fuerza del Espíritu Santo que nos dará el valor para tomar decisiones.

Yo puedo aseguraros que la Iglesia católica aborda este diálogo con un ferviente deseo de restablecer la plena unidad, con toda franqueza y honradez respecto a sus hermanos ortodoxos, en un espíritu de obediencia al Señor, que fundó su Iglesia una y única y que la quiere plenamente unida, a fin de que sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de la humanidad entera, así como el medio más eficaz de la predicación del Reino de Dios entre los hombres.

Os doy gracias una vez más por vuestra presencia en Roma en estas solemnes circunstancias. A través de vuestras personas, yo saludo cordialmente a nuestro Venerado Hermano, el Patriarca Dimitrios, y os ruego que le participéis nuestro afecto y nuestra solidaridad.

 



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