VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ESTUDIANTES EN EL «MADISON SQUARE GARDEN»
Nueva York
Miércoles 3 de octubre de 1979
Queridos jóvenes:
Soy feliz de poder estar con vosotros en Madison Square Garden. Este es hoy un jardín de vida, donde puede verse a jóvenes con vida: vivos de esperanza y amor, vivos con la vida de Cristo. Precisamente en nombre de Cristo os saludo hoy a todos.
Me han dicho que la mayoría de vosotros provenís de escuelas superiores católicas. Por este motivo, me gustaría hablar algo sobre la educación católica, deciros por qué la Iglesia la considera tan importante y gasta tantas energías en proveeros a vosotros y a millones de jóvenes como vosotros de una educación católica. La respuesta puede resumirse en una palabra, en una persona, Jesucristo. La Iglesia desea comunicaros a Cristo.
En esto se resume la educación, éste es el sentido de la vida: conocer a Cristo. Conocer a Cristo como amigo: como alguien que se preocupa de vosotros y de las personas que os rodean, de todas las personas que viven aquí o en otros sitios, sin distinción de lengua, ropa o color.
Por eso, el propósito de la educación católica es comunicaros a Cristo, para que vuestra actitud hacia los demás sea la de Cristo. Os estáis aproximando a ese estadio de la vida en el que debéis adoptar una responsabilidad personal respecto a vuestro destino. Pronto estaréis tomando importantes decisiones que afectarán al curso de vuestra vida. Si estas decisiones reflejan la actitud de Cristo, entonces vuestra educación habrá sido un éxito.
A la luz de la cruz y resurrección de Cristo, tenemos que estar dispuestos a aprender a enfrentarnos a retos e incluso crisis. Parte de nuestra educación católica consiste en aprender a ver las necesidades de los demás, a tener el coraje de practicar lo que creemos. Con ayuda de la educación católica tratamos de hacer frente a todas las circunstancias de la vida con la actitud de Cristo. Sí, la Iglesia desea comunicaros a Cristo para que lleguéis a la madurez plena en Aquel que es el ser humano perfecto y, al mismo tiempo, el Hijo de Dios.
Queridos jóvenes: vosotros, yo, todos nosotros juntos formamos la Iglesia, y estamos convencidos de que sólo en Cristo encontramos un amor auténtico y la plenitud de la vida.
Por eso, hoy os invito a mirar a Cristo.
Cuando os preguntéis por el misterio de vosotros mismos, mirad a Cristo, que es quien os da el sentido de la vida.
Cuando os preguntéis qué es lo que significa ser una persona madura, mirad a Cristo, plenitud de humanidad.
Y cuando os preguntéis por vuestro papel en el futuro del mundo y de les Estados Unidos, mirad a Cristo. Sólo sen Cristo podréis realizar vuestra potencialidad de ciudadano americano y de ciudadano de la comunidad mundial.
Con ayuda de vuestra educación católica habéis recibido el más grande de los dones: el conocimiento de Cristo. San Pablo escribe respecto a este don: "Todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo" (FIp 3, 8).
Estad siempre agradecidos a Dios por el don del conocimiento de Cristo. Estad también agradecidos a vuestros padres y a la comunidad eclesial por haber hecho posible, con muchos sacrificios, vuestra educación católica. La gente ha puesto mucha esperanza en vosotros y espera vuestra colaboración en el testimonio de Cristo y en la transmisión del Evangelio a los demás. La Iglesia os necesita. El mundo os necesita, porque necesita a Cristo, y vosotros pertenecéis a Cristo. Por eso, yo os pido que aceptéis un puesto de responsabilidad en la Iglesia, la responsabilidad de vuestra educación católica: ayudar (con palabras, pero sobre todo con el ejemplo de vuestras vidas) a difundir el Evangelio. Lleváis esto a cabo con la oración, pero también siendo justos, fieles y puros.
Queridos jóvenes: Estáis llamados a dar testimonio de vuestra fe a través de una auténtica vida cristiana y de la práctica de vuestra religión. Y, porque una acción vale más que mil palabras, estáis llamados a proclamar, mediante la conducta de vuestra vida diaria, que creéis realmente que Jesucristo es Señor.
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