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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL CONSEJO GENERAL DE LA UNIÓN MUNDIAL
DE PROFESORES CATÓLICOS


Viernes 25 de abril de 1980

 

Señor Presidente,
señoras, señores:

En ocasión del X Congreso de la Unión Mundial de Profesores Católicos celebrado el verano pasado sobre el tema "La enseñanza católica por la libertad, la justicia y la paz", quise testimoniar la estima que tengo de esta Unión y expresar mis deseos para sus actividades, a través de un mensaje de mi Secretario de Estado. Al recibiros hoy a vosotros, miembros del consejo general acompañados de vuestro consiliario eclesiástico, me complazco en confiaros personalmente mis pensamientos y esperanzas.

La U.M.E.C. cuenta ya con casi treinta años de existencia y actividades. Ha podido experimentar ya la necesidad y fecundidad de la coordinación a nivel mundial entre Asociaciones nacionales que comparten el mismo compromiso al servicio de la educación escolar, compromiso asumido según el Evangelio y dentro de la fidelidad a la Iglesia. Esta coordinación da posibilidad de acoger, valorar y poner en circulación las aportaciones originales de las distintas culturas. Fomenta asimismo la superación de nacionalismos y el crecimiento del sentido de fraternidad y universalidad, cuya urgencia es fácil de captar.

Quizá más que ningún otro, el ambiente educativo permite calibrar la gravedad de los problemas que preocupan a nuestra generación y la riqueza de soluciones inspiradas por un sentido renovado de solidaridad. También los proyectos surgidos en distintos países del mundo en el Año Internacional del Niño, han puesto en evidencia el primado de la educación entre los valores fundamentales de la vida como base de la formación permanente, con el fin de construir una civilización verdaderamente humana.

Pienso que las Asociaciones agrupadas en la U.M.E.C. están llamadas a prestar a esta tarea una aportación absolutamente particular y cualificada, por razón de la fe que profesan sus miembros. Es una aportación esencial, pues Cristo mismo es una respuesta, "la" respuesta a los interrogantes del hombre sobre el sentido de su vida. Acontece" que las generaciones nuevas reclaman precisamente y de modo más acuciante que en otras épocas, una propuesta verídica y creíble de vida y esperanza. Por ello, la Iglesia espera mucho de las Asociaciones de profesores católicos, pues reconoce que su servicio educativo es un elemento determinante en el desarrollo personal de los jóvenes y en el progreso social de toda la familia humana.

Para cumplir esta función los profesores católicos deben estar dispuestos a colaborar respetuosa y prácticamente con las familias y comunidades eclesiales, a fin de conseguir la educación completa y armónica de cada alumno, y orientarles asimismo con libertad hacia la verdad que es uno de los caminos hacia la paz. Todo esto les exige, además de la competencia cultural y pedagógica, un testimonio auténticamente ejemplar, y éste sólo puede nacer de la intimidad con Dios y del esfuerzo cotidiano por llegar a una síntesis serena entre la fe y la cultura, entre la fe y la vida.

Aun a riesgo de ser paradójico, permitid que el Papa con toda humildad, pues conoce vuestros méritos y vuestro sentido de responsabilidad, os invite a acudir a la escuela de Cristo. El es el "Maestro" de todos. El es "el camino, la verdad y la vida". Así lo pido para cada uno de vosotros, señoras y señores, y también para aquellos a quienes representáis, rogándole que os bendiga, y reiterándoos de lluevo mi plena confianza.

 



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