DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE FIELES UCRANIOS RESIDENTES EN ROMA
Lunes 1 de diciembre de 1980
Queridos hermanos y hermanas ucranios:
Os doy la bienvenida a todos los aquí reunidos con el saludo tan entrañable para mí y para vosotros: "Slawa Isusu Chrystu!". Me alegro cordialmente de poder veros, dirigiros la palabra y bendeciros de cerca. Vosotros para mí no sois sólo simples peregrinos, sino que sois de la familia, porque tenéis la suerte de vivir en Roma, sede del Sucesor de San Pedro Apóstol.
Habéis venido hoy a verme con esta particular ocasión, que es el Sínodo de los obispos ucranios, convocado por mi voluntad y deseo. Y el Sínodo de los obispos ucranios, sostenido por vuestras santas oraciones, realiza aquí la gran tarea para el bien de la Iglesia y de las almas inmortales, y de modo especial para gloria de Dios y para la difusión y robustecimiento del reino de Jesucristo en vuestro pueblo, tan querido para mi corazón.
Para mí es un gran consuelo el hecho de que vuestra comunidad en Roma sea tan numerosa y apreciada por su calidad. Se compone fundamentalmente de numerosos candidatos a la vida espiritual, es decir, de seminaristas, y también de sacerdotes, monjes y religiosas, estudiantes laicos y de otros buenos ucranios, que viven "sub umbra Petri". Merece particular estima la dignísima persona de Su Eminencia el cardenal Josyf Slipyj, tan benemérito de la Iglesia, y la de su arzobispo coadjutor, Miroslav Ivan Lubachivski, como también de estos representantes de vuestra Iglesia, que en nuestra Curia Romana desarrollan su importante servicio, tanto para mí, Vicario de Cristo en la tierra, como para esta Sede Apostólica. Os bendigo de corazón a todos los aquí presentes y a todos vuestros seres queridos, a vuestros padres y amigos, y con vosotros bendigo a todo el pueblo ucranio, tanto al que vive en la patria, como al que está aquí en la diáspora. Como prenda de las copiosas gracias divinas os imparto a todos mi bendición apostólica.
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