DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PRESOS DE LA CÁRCEL DE PAPUDA
Brasilia
Martes 1 de julio de 1980
Hermanos e hijos muy queridos en Nuestro Señor Jesucristo:
1. He oído con la mayor atención vuestras palabras, de boca de vuestro representante. ¡Muchas gracias!
La visita que hoy os hago, aunque breve, significa mucho para mí. Es la visita de un Pastor que quisiera imitar al Buen Pastor (cf. Jn 10, 1 ss.), en su gesto de buscar con mayor desvelo a la oveja que se descarrió por cualquier motivo (Lc 15, 4) y de alegrarse al encontrarla.
Es la visita de un amigo. Como amigo, me gustaría traeros al menos un poco de serenidad y de esperanza, para encontrar la voluntad de ser mejores y valentía para ello.
Es la visita del Vicario de Cristo. Sabéis por la lectura del Evangelio que El, Cristo, exento de pecado, detestaba el pecado, pero amaba a los pecadores y los visitaba para proporcionarles el perdón. Me gustaría traeros la llamada y el consuelo del Redentor del hombre
2. En vosotros encuentro personas humanas y sé que toda persona humana corresponde a un "pensamiento" de Dios. En tal sentido, todo ser humano es fundamentalmente bueno y hecho para la felicidad.
Hubo en la vida de casi todos vosotros ese momento en que os distanciasteis del designio de Dios. Lo mal hecho debe pesaros, pero no ser considerado como algo fatal. Podéis volver a reflexionar sobre el pensamiento de Dios. Podéis ser felices nuevamente.
Encuentro en vosotros a hombres redimidos por la sangre preciosa de Jesucristo. Esta sangre os habla del infinito amor del Padre y de su Hijo Jesús por vosotros, como por todos los hombres. El os ofrece la mayor alegría del mundo, que es la de saber amar y sentirse amados. El infunde en vosotros la fuerza de lo alto, necesaria para cambiar de vida.
Encuentro en vosotros verdaderos hermanos y quiero deciros que, en los momentos de soledad y de tristeza, podéis estar seguros, podéis tener la certeza de que este Padre común está cerca de vosotros y que en él podéis encontraros con todos vuestros hermanos, que son los cristianos y católicos del mundo entero.
3. Deseo que el tiempo pasado aquí sea para vosotros, a pesar de todo, lo que fue para otros muchísimos en las mismas condiciones: un tiempo de gracia, de regeneración, de descubrimiento de Dios en Jesucristo. Que su Palabra sea vuestra lectura. Que su presencia invisible os sirva de consuelo.
Me gustaría ir, para una visita como ésta, a todas las prisiones del Brasil. Que sea ésta un símbolo y cada preso se sienta visitado por el Papa.
Un saludo fraternal para cuantos trabajan en esta casa y en todas las similares en Brasil. Que el Señor bendiga vuestros trabajo arduo, delicado, pero de una gran importancia. Ejercedlo con amor, en servicio de los hombres, vuestros hermanos.
Que pueda esta prisión, como todas las demás de Brasil y del mundo, decir en su idioma silencioso: NO al desamor, a la violencia, al mal; SÍ al amor, porque sólo el amor salva y construye.
Con mi bendición apostólica.
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