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VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL ALFREDO VICENTE SCHERER
Y A LOS CIUDADANOS DE PORTO ALEGRE


Viernes 4 de julio de 1980

 

1. Agradezco de corazón al amado Pastor de esta archidiócesis, el carísimo cardenal Vicente Scherer, las nobles palabras que me ha dirigido y en las que encuentro las virtudes que ya conocía de él: sencillez, sinceridad, absoluta fidelidad al Sucesor de Pedro.

De esas palabras deduzco que todos esperabais este momento. Puedo deciros que yo también esperaba ansiosamente este día en que, a lo largo de mi peregrinación por Brasil, vendría a encontraros en Porto Alegre. Loado sea Dios por tal oportunidad.

Junto al Eminentísimo cardenal Scherer, saludo a sus obispos auxiliares. Saludo a mis hermanos los obispos de la provincia eclesiástica de Río Grande del Sur. Saludo a los sacerdotes, diáconos, religiosos, aquí presentes. Saludo a los fieles de todas las procedencias, edad y condición. Un saludo especial a quienes han venido de más lejos —del vecino Estado de Santa Catalina, que no he podido visitar esta vez, de Argentina y de Uruguay— para ver al Papa. Sé que no es mi persona lo que cuenta, sino la misión que el Señor quiso confiarme. Me siento feliz al saber que, por encima del Papa, es al Sucesor de Pedro y, por tanto, al propio Pedro, es al Vicario de Cristo y, por tanto, al propio Cristo, a quien se dirigen vuestros homenajes. A El por siempre el honor y la gloria por los siglos sin fin.

2. Vengo, pues, como Pastor de la Iglesia universal, para conocer de cerca a las ovejas que el Buen Pastor, en sus designios de amor, me confió. Vengo como Sucesor de Pedro, para dar continuidad a su misión de confirmar a los hermanos. Vengo como Vicario de Jesucristo, portador de su bendición y de su paz.

Sé que la fe se encuentra profundamente arraigada en vuestra tierra y es vivida con intensidad en vuestros corazones.

Sé también que el secreto de la gran vitalidad en esa fe reside en las familias cristianamente constituidas y en los misioneros, sacerdotes de gran valor, que hace más de un siglo evangelizaron en profundidad esta región.

Para que seamos testimonio convincente de Jesucristo, es necesario que adquiramos una autenticidad cada vez mayor, es necesario ser firmes en la fe. Ahora bien; pienso —y procuré explicarlo en mi Exhortación Apostólica Catechesi tradendae—, que en nuestros días no hay posibilidad de supervivencia e irradiación de la fe, sin tratar de ahondar en esa misma fe. Es decir, sin una catequesis adecuada a las circunstancias, pero siempre conforme con el sentir de la Iglesia. Por eso, no quiero dejar pasar esta oportunidad sin exhortaros a vosotros, Pastores, obispos y presbíteros; a vosotros, padres y madres de familia; a vosotros, educadores, a un valiente y perseverante esfuerzo de catequesis para niños, jóvenes y adultos.

3. Una palabra de amistad para el presbiterado, tan ampliamente representado aquí. No necesito muchas palabras para deciros que el Papa os lleva en el corazón, que reza siempre por vosotros y para vosotros pide al Señor la gracia de la fidelidad al don un día recibido, para hacer de cada uno de vosotros un "sacerdos in aeternum". Vivid el misterio de la unidad de la Iglesia, permaneciendo unidos a vuestros obispos, "como las cuerdas a la cítara", para seguir la expresiva comparación de San Ignacio de Antioquía. Ese es el secreto de la fecundidad apostólica del presbítero.

Y, ¿qué decir a los religiosos y religiosas? Ocupáis un lugar que es sólo vuestro en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Sois la expresión y debéis ser la concreción de su vocación de santidad. Dios bendice vuestra vida haciéndola fructificar en su amor, lo que redundará sin duda en beneficio de vuestros hermanos.

Aquí en vuestra ciudad pretendo encontrarme con un grupo de aspirantes a la vida religiosa y con sus formadores. En la grata espera de ese encuentro, me basta ahora deciros que la Iglesia debe tener siempre en el alma una profunda compasión, ya que hay una multitud "cansada y abatida como ovejas sin pastor", y una oración: "manda, Señor, operarios para tu mies" (cf. Mt 9, 36-38).

Sé que vuestro Estado es rico en vocaciones y, con vosotros, doy gracias al Señor. Deseo que sepáis siempre apreciar este don, asumir esas vocaciones, ayudarlas a madurar en el amor de Dios y en la fidelidad incondicional a la Iglesia, para el bien de toda la comunidad.

Dios bendiga vuestras familias, portadoras de hermosas tradiciones, centro de irradiación de valores cristianos y graneros de nutridas vocaciones.

4. Por último, saludo a todo el pueblo de Porto Alegre y del Estado de Río Grande del Sur. Vivís aquí la armonía del encuentro de muchas razas, fundidas en auténtica brasilidad. Sois una lección viva de que es posible al hombre vivir en fraternidad con su semejante.

En esta archidiócesis, que nació con el título y bajo el patrocinio de San Pedro, el Sucesor del mismo Pedro saluda a todos y para todos invoca las bendiciones de Dios; pero sobre todo para los ancianos, los enfermos, los que sufren en el cuerpo o en el alma, para los niños... A todos abraza el Papa con sincero afecto; por todos el Papa reza, a todos el Papa les bendice.

Que la Virgen María, "Madre de Dios", como la invocáis con amor en vuestra catedral, os ayude y os conduzca a su Hijo amado.

 



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