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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PATRIARCA PAUL II CHEIKO Y A LOS OBISPOS DE RITO CALDEO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM


Martes 7 de octubre de 1980

 

Beatitud y venerables hermanos:

Acogeros con ocasión de vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles es para mí un gozo profundo. Pues efectivamente en esta ilustre Villa de Roma el Príncipe de los Apóstoles derramó su sangre. Y su martirio hizo precisamente de esta ciudad la sede de la Iglesia que preside en la caridad, y la Cátedra de verdad destinada a confirmar a los otros hermanos.

Nuestro encuentro quiere ser un momento bendecido por el Señor para expresar a Vuestra Beatitud y a los obispos de la Iglesia caldea, mis sentimientos de satisfacción por vuestro ardor en la difusión de la Palabra de Dios y vuestro celo pastoral al servicio de las comunidades cristianas confiadas a vosotros.

Estoy cierto de que al volver a vuestras diócesis, que estarán más que nunca a la espera de vuestra presencia y dedicación afectuosa dadas las actuales circunstancias, trabajaréis con impulso nuevo en la expansión del Reino de Dios, que es un reino de amor y de paz.

Vuestra preocupación fundamental será sin duda la de estimular a vuestra Iglesia a dar testimonio cristiano, decidido y fiel. A este fin resultará útil ciertamente la deseada reforma de la liturgia que se ha de llevar a cabo según las indicaciones de la Santa Sede, con miras a fomentar una mayor participación de los fieles en la celebración de los misterios divinos.

Esta obra, venerables hermanos, os concierne a vosotros los primeros, así como a vuestros diligentes colaboradores, los sacerdotes consagrados al servicio pastoral de las comunidades cristianas, para que se rinda a Dios un culto agradable y se infunda en las almas estima y amor por las cosas celestes.

Deseo que el Señor os bendiga dándoos vocaciones en número creciente que os exigirán, en consecuencia, la obligación permanente de velar por su adecuada formación espiritual e intelectual.

Me agrada poner de relieve también la presencia y la obra realizada por las congregaciones religiosas. Gracias a ellas, el ideal de la perfección evangélica resplandece para honor y servicio de la Iglesia caldea. A los religiosos y religiosas expreso mi gozo y les estimulo a ir cada vez más adelante en su vida de piedad y caridad, de acuerdo con las normas dadas por el Concilio Vaticano II y las nuevas exigencias pastorales. Que se esfuercen por llevar a cabo su "puesta al día" con equilibrio y perfección, para lograr una auténtica renovación espiritual e insertarse mejor en las actividades pastorales, en armonía con el carácter peculiar de cada instituto y bajo la guía iluminada de la jerarquía.

Que el encuentro de hoy con todos vosotros —encuentro visiblemente colegial en torno al Vicario de Cristo— os estimule a vivir juntos vuestra tarea pastoral, sea el que fuere el país donde tenéis misión de desempeñarla. La Santa Sede aprecia estos encuentros a nivel nacional bajo forma de asambleas o Conferencias Episcopales incluso entre ritos diferentes. Pues responden a las directrices del Concilio Vaticano II, y constituyen un instrumento eficaz y prácticamente indispensable si se quiere garantizar la unidad de acción entre varios países y mantener la armonía y comprensión fraterna entre los distintos ritos "con los vínculos de la paz". Y todo ello se puede hacer sin lesionar en modo alguno las atribuciones del Patriarca y de su Sínodo.

Quiero, en fin, aprovechar la ocasión para aseguraros que la Santa Sede hará todos los esfuerzos posibles para proporcionar atención religiosa más adecuada a los fieles de rito oriental diseminados actualmente por todas las partes del mundo.

A vosotros. Beatitud y queridos hermanos en el Episcopado; a vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas; a todos vosotros, fieles de la Iglesia caldea, renuevo la manifestación de mi profundo afecto y doy una paterna bendición apostólica.

 



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