ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS
DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD URBANIANA
Domingo 19 de octubre de 1980
Venerados hermanos y queridos hijos:
1. Debo manifestaros, ante todo, con gran sinceridad mi profunda alegría por esta visita a la Pontificia Universidad Urbaniana, visita que es continuación de las otras que ya realicé a las Pontificias Universidades de Santo Tomás de Aquino, Gregoriana y Lateranense.
En tales visitas he podido encontrarme con los dirigentes, profesores y alumnos, a quienes he podido expresar la sincera estima, el profundo afecto y la ansiosa solicitud que la Iglesia y el Papa nutren por los centros culturales que tienen su sede en la Ciudad Eterna y que son verdaderas forjas de ciencia y de formación humana, cristiana y sacerdotal.
Hoy, en la significativa circunstancia de la "Jornada Misionera mundial", me encuentro aquí, en la sede de la Pontificia Universidad Urbaniana, que debe su nombre a mi predecesor Urbano VIII, el cual, con la Carta Apostólica Inmortalis Dei Filius, erigía canónicamente el 1 de agosto de 1627, el Pontificio Seminario Urbano, en el que piadosos y doctos clérigos seculares se educaban y formaban para ser enviados a cualquier parte del mundo, con el fin de propagar la fe católica, aun a costa de la vida.
Me encuentro aquí en este Ateneo, que acoge hoy, en feliz unión y emblemática concordia, a estudiantes que proceden de todas las partes del mundo, traen a Roma las múltiples riquezas de las culturas de sus pueblos y el desbordante entusiasmo de su juventud ofrecida a Cristo y a la Iglesia, y que volverán luego a sus lejanas naciones para hacer partícipes a sus hermanos del magnífico y misterioso don de la fe.
Me agrada recordar que el 1 de mayo de 1931, mi predecesor Pío XI inauguraba personalmente aquí, sobre el Janículo, la nueva sede del Colegio; mientras que el 1 de octubre de 1962 Juan XXIII, con el "Motu proprio" Fidei Propagandae, confería al Ateneo el título de "Universidad" y, en el transcurso de la visita que realizó a esta sede, pronunciaba aquellas espléndidas palabras que quiero hacer mías: "Nuestras dos residencias del Vaticano y del Janículo se miran frente a frente; se miran, se hablan, se entienden; una misma inspiración, una misma oración por la redención del mundo entero en Cristo".
2. Carísimos superiores, profesores, alumnos: En este nuestro encuentro quisiera brevemente presentar a vuestra consideración las notas específicas que deben caracterizar la vida de esta Pontificia Universidad Urbaniana.
La primera debe ser la de la eclesialidad. Pertenecéis a la Iglesia, sois la Iglesia; especialmente vosotros, estudiantes, os formáis en el estudio severo, en la ordenada disciplina, en la oración continua, para trabajar a fin de que la Iglesia se extienda cada vez más en el mundo, manifestando con eficacia siempre creciente su esencial e intrínseca catolicidad. Vuestra vida está enlazada y unida con la de toda la Iglesia. Con las Iglesias jóvenes que os esperan ansiosamente para recibir de vosotros luz, consuelo, esperanza; con esos miembros de la Iglesia que han realizado no pocos sacrificios para poder contribuir, incluso económicamente, a vuestra preparación y formación; con esas iglesias más antiguas que esperan de vosotros una nueva fuerza y una juvenil energía que se difunda en toda la articulación de la Iglesia universal.'
El amor a la Iglesia —Cuerpo místico de Cristo, Esposa de Cristo, Pueblo de Dios, Edificio de Dios— debe estar profundamente arraigado en vuestro corazón. Volvamos a escuchar y meditemos las conocidas y emotivas palabras del gran obispo y mártir de Cartago, San Cipriano: "Habere non potest Deum Patrem qui Ecclesiam non habet matrem"; y, hablando de la unidad de la Iglesia, añade: "hanc unitatem qui non tenet, non tenet Dei legem, non tenet Patris et Filii fidem, vitam non tenet et salutem" (De catolicae Ecclesiae unitate, 6: CSEL, 3, 1, 214).
Vuestra vida cultural, que se desarrolla a través de serios y metódicos cursos académicos, como también vuestra formación espiritual preparatoria para el sacerdocio, deben estar animadas por la dimensión eclesial.
La teología, que es el corazón de los estudios propios de esta Universidad, es una ciencia eclesial; crece en la Iglesia, habla de la Iglesia, se desarrolla a la luz del Magisterio de la Iglesia. "In doctrina catholica investiganda et docenda —he afirmado en la Constitución Apostólica Sapientia christiana— fidelitas erga Ecclesiae Magisterium semper eluceat. In docendi munere explendo, praesertim in ciclo institutionali, ea imprimís tradantur, quae ad patrimonium acquisitum Ecclesiae pertinent. Probabiles et personales opiniones, quae ex novis investigationibus oriantur, nonnisi ut tales modeste proponantur" (Pars I, art. 70).
Esto lleva consigo un estudio detenido, una investigación apasionada, una gran seriedad científica, el empeño conjunto de la específica preparación de los profesores y del trabajo personal de los alumnos. Esa sed de verdad y de lo absoluto que es típica del hombre de todo tiempo y de toda civilización, y que se encuentra de manera singular en las concepciones religiosas y en otras tantas tradiciones ancestrales de vuestros pueblos, debe ser un continuo estímulo para el estudio cada vez más profundo de las diversas disciplinas teológicas, evitando las fáciles sugestiones de la superficialidad y del conformismo.
Pero el estudio, si se separa de la vida espiritual, no puede plasmar verdaderos teólogos y mucho menos auténticos apóstoles de Cristo. Por eso, la formación espiritual —basada y enraizada en la fe viva, en la serena esperanza y en la operante caridad— debe ser la primera meta de las diversas fases de la vida de esta Universidad y de los Colegios que en la Urbe os hospedan con tanto amor. Y tal formación debe ser típicamente "eclesial", porque os preparáis a ser obreros fieles, que den dignos frutos en la viña del Señor, que es la Iglesia.
La oración constante —tanto personal como comunitaria— os ayudará a profundizar en la doctrina teológica y a vivir los misterios de la Revelación cristiana.
3. Otra nota que caracteriza esta Universidad es su romanidad.
Todos vosotros, hijos carísimos, os sentís felices de poder completar vuestros estudios en Roma, en esta ciudad hecha sagrada por la fe y por la sangre de los Apóstoles Pedro y Pablo y de tantos mártires, que nos han dejado como tesoro y como herencia el ejemplo luminoso de su testimonio de Cristo; en esta ciudad que, no sin disposición divina, es el centro de la catolicidad, la sede del Sucesor de Pedro, hacia la cual se orientan el corazón y la fe de millones de creyentes.
Entre vuestros condiscípulos y vuestros profesores os encontráis personas de toda nación, de lenguas diversas, pero unidos todos por la misma fe y en la misma fe; podéis vivir aquí en Roma la experiencia exaltante de la unidad y de la catolicidad de la Iglesia; unidad y catolicidad en las que debéis continuamente formar vuestras respectivas Iglesias particulares. "Cuanto más ligada-—ha dicho Pablo VI— esté una Iglesia particular por vínculos sólidos a la Iglesia universal —en la caridad y la lealtad, en la apertura al Magisterio de Pedro, en la unidad de la lex orandi, que es también la lex credendi, en el deseo de unidad con todas las demás Iglesias que componen la universalidad—, tanto más esta Iglesia... será evangelizadora de verdad, es decir, capaz de beber en el patrimonio universal para lograr que el pueblo se aproveche de él, así como de comunicar a la Iglesia universal la experiencia y la vida de su pueblo, en beneficio de todos" (Evangelii nuntiandi, 64; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de diciembre de 1975, pág. 10).
4. ¡Sí, hijos carísimos! Cada Iglesia particular debe ser "evangelizadora", es decir, debe vivir en una continua tensión misionera. Es precisamente la misionalidad la tercera característica de la Pontificia Universidad Urbaniana, en cuanto que está abierta a muchos grupos culturales diversos.
Podemos decir que vuestra universidad es como un signo concreto y visible de la universalidad de la Iglesia, que acoge en sí, en la propia unidad la diversidad de todos los pueblos. Unidad y diversidad que San Agustín, comentando el Salmo 44, descubre en el vestido precioso de la Iglesia-Reina, que es presentada al Rey-Cristo: "Vestitus reginae huius quis est? Et pretiosus est, et varius est; sacramenta doctrinae in linguis omnibus variis. Alia lingua afra, alia siria, alia graeca, alia hebraea, alia illa et illa; faciunt istae linguae varietatem vestis reginae huius. Quomodo autem omnid varietas vestis in unitate concordat, sic et omnes linguae ad unam fidem. In veste varietas sit, scissura non sit. Ecce varietatem inteleximus de diversitate linguarum et vestem intelleximus propter unitatem... Eamdem quippe sapientiam, eamdem, doctrinam et disciplinam omnes linguae, praedicant" (Enarr. in PS.,. 44, 24: PL 36, 509).
De modo absolutamente especial surge en esta sede, siempre vivo y actual, el problema de la relación entre el mensaje cristiano, y las culturas diversas. La fuerza del Evangelio debe penetrar en el corazón mismo de las diversas culturas y de las diversas tradiciones. En tal contexto —como he recordado en la Exhortación Apostólica sobre la catequesis— hay que tener presentes dos principios: "Por una parte, el mensaje evangélico no se puede pura y simplemente aislar de la cultura en la que está inserto desde el principio (el mundo bíblico y, más concretamente, el mundo cultural en que vivió Jesús de Nazaret); ni tampoco, sin graves pérdidas, podrá ser aislado de las culturas en las que ya se ha expresado a lo largo de los siglos... Por otra parte, la fuerza del Evangelio es en todas partes transformadora y regeneradora. Cuando penetra una cultura, ¿quién podrá sorprenderse de que cambien en ella algunos elementos? No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas" (Catechesi tradendae, 53; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de noviembre de 1979, pág. 11).
Y en mi reciente viaje a África, dirigiéndome en Kenia a los hermanos en el Episcopado, les decía: "La culturización o inculturación, que promovéis con razón, será verdaderamente un reflejo de la Encarnación del Verbo, cuando una cultura, transformada y regenerada por el Evangelio, genere de su propia tradición, expresiones originales de vida, celebración y pensamiento cristianos. Respetando, preservando y fortaleciendo los valores particulares y ricos de herencia cultural de vuestro pueblo, estaréis en posición de conducirlos hacia una mejor comprensión del misterio de Cristo, que ha de ser vivido en las experiencias nobles, concretas y cotidianas de la vida africana" (Discurso a la Conferencia Episcopal, 7 de mayo de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de mayo de 1980, pág. 13).
La Facultad de Teología, con sus varias disciplinas, el Instituto Misionero Científico y el Instituto de Catequesis Misionera, canónicamente erigido hace algunos meses, deberán profundizar, con rigor científico, en el problema de la inculturación del Evangelio y deberán formar adecuadamente los futuros heraldos que en todas las naciones sepan difundir el mensaje de Cristo, sin adultefarlo o desvirtuarlo, sino llevándolo hasta el corazón mismo de la vida y de las tradiciones de los diversos pueblos, para elevarlos a Cristo, camino, verdad y vida del hombre (cf. Jn 14, 6).
Para hacer esto, es necesario embarcarse valientemente por el mar sin límites de la evangelización, sobre la nave de Pedro, que es la Iglesia. "Nec... vilis est navis —nos advierte San Ambrosio— quae ducítur in altum. Cur enim navis pligitur —se pregunta el Santo Doctor— in qua Christus sedeat, turba doceatur, nisi quia navis Ecclesiae est, quae pleno Dominicae crucis velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo?" (De virginitate, 18: PL 16, 297). A todos vosotros os encomiendo a María Santísima, la Estrella de la evangelización, y al confirmaros mi aplauso, mi estímulo y mi afecto, os imparto de corazón mi bendición apostólica.
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