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VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PUEBLO JAPONÉS AL LLEGAR A LA CATEDRAL DE TOKIO


Lunes 23 de febrero de 1981

 

Es para mi una alegría poner los pies en tierra de Japón. Es realmente una hora de gran júbilo venir a este país acogedor, en el que la madre naturaleza ha producido maravillas de incomparable belleza, que hablan a todo el mundo de la gloría del Creador. Sobre todo me hace inmensamente feliz estar en medio de los japoneses mismos, en su propia tierra, que ha dado origen a una venerable cultura que abarca muchos siglos.

Vengo a Japón como peregrino de paz, trayendo un mensaje de amistad y de respeto para todos vosotros. Deseo comunicar el afecto y amor que siento por todos los hombres, mujeres y niños de este archipiélago. Es más, con espíritu de agradecimiento deseo devolver la visita que miles de japoneses me han hecho a mí y a mis predecesores en Roma, comenzando con Gregorio XIII en 1585. A lo largo de los años, un número incalculable de ciudadanos de este país nos han honrado con su presencia. Muchos japoneses han acudido al Vaticano para hablar de sus valores religiosos, para manifestar su arte y para expresar cordialmente sus buenos deseos. Por todo esto una vez más quiero dar las gracias hoy.

Quisiera, en recíproca correspondencia, expresar a todo el pueblo de esta noble nación mi deseo de prosperidad y de paz para todos. De manera especial, mis respetuosos saludos a Su Majestad el Emperador y a su augusta familia. Expreso también mi reconocimiento a las autoridades del Gobierno, que han puesto todos los medios para facilitar mi visita.

Saludo gozosamente por anticipado a todos los miembros de las diferentes religiones de Japón. Como consecuencia de los diversos contactos celebrados en el Vaticano, me siento muy cerca de vosotros en la amistad. Mientras espero encontrarme con los distintos grupos de personas que veré durante mi visita, quiero expresar mis mejores y más cordiales deseos a los jóvenes de Japón, a los que tienen que llevar adelante las esperanzas de un mundo mejor, en el que la auténtica protección de la dignidad de todo ser humano sea la medida del progreso y la garantía de la paz.

Permitidme ahora decir unas palabras a la comunidad católica de este país. Estoy agradecido a los obispos que me dirigieron la invitación y a todos los fieles que con tanta dedicación han preparado mi venida. Saludo con el mayor afecto fraternal a mis hermanos y hermanas católicos que trabajan junto con los demás hermanos japoneses en perfecta libertad de conciencia y de religión. Además de ser auténticos ciudadanos, constituyen una parte importante y entrañable de la comunidad universal de la Iglesia católica. Quiero rendir homenaje a su fe religiosa, que se ha manifestado a lo largo de generaciones en las buenas obras y se ha verificado mediante el testimonio extraordinario y heroico de los mártires. Entre éstos se encuentran los mártires japoneses que acaban de ser beatificados en Manila y que hoy tributan honor a todo Japón y son aclamados en el mundo entero. Por vosotros, fieles católicos de Japón, hago la ferviente oración con las palabras de San Pablo, a fin de que "la paz de Dios, que sobrepuja a todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4, 7).

Al comenzar hoy mi visita en Tokio, visita que me llevará a Hiroshima y Nagasaki, mi mayor deseo es manifestar a cuantos haya de visitar los sentimientos propios de un hermano y amigo, sentimientos de amor y de paz. Que el Altísimo haga descender copiosamente, sobre Japón sus mejores bendiciones.

 



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