VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE
ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA VISITA A LA COLINA DE LOS MÁRTIRES DE NAGASAKI
Jueves 26 de febrero de 1981
Queridos amigos:
1. Quiero ser hoy uno de los muchos peregrinos que vienen aquí, a Nagasaki, a la Colina de los Mártires, al lugar en que unos cristianos sellaron su fidelidad a Cristo con el sacrificio de sus vidas. Ellos triunfaron sobré la muerte en un acto inigualable de alabanza al Señor. En reflexión orante ante el monumento a los mártires, quisiera penetrar en el misterio de sus vidas, dejarles que me hablen a mí y a toda la Iglesia, y escuchar su mensaje que permanece vivo aún, después de cientos de años. Como Cristo, ellos fueron llevados a un lugar donde los criminales comunes eran ejecutados. Como Cristo, también ellos dieron su vida para que todos nosotros podamos creer en el amor del Padre, en la misión salvadora del Hijo, en la infalible guía del Espíritu Santo. El 5 de febrero de 1597 veintiséis mártires dieron testimonio en Nishizaka del poder de la cruz; ellos fueron los primeros de una rica falange de mártires, pues muchos más consagrarían después este suelo con sus sufrimientos y su muerte.
2. "Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto" (Jn 12, 24). Algunos cristianos murieron en Nagasaki, pero la Iglesia en Nagasaki no murió. Tuvo que caminar en la clandestinidad, y el mensaje cristiano fue transmitido de padres a hijos hasta que la Iglesia volvió a la luz. Enraizada en esta Colina de los Mártires, la Iglesia en Nagasaki creció y floreció, hasta convertirse en un ejemplo de fe y fidelidad para los cristianos de todas partes, una expresión de la esperanza fundada en el Cristo resucitado.
3. Vengo hoy a este lugar como un peregrino para dar gracias a Dios por la vida y la muerte de los mártires de Nagasaki —por aquellos veintiséis y por los que les siguieron después— incluyendo los héroes de la gracia de Cristo recientemente beatificados. Doy gracias a Dios por las vidas de todos aquellos que sufren, dondequiera que estén, por su fe en Dios, por causa de su adhesión a Cristo, el Salvador; por su fidelidad a la Iglesia. Cada época —la pasada, la presente y la futura— proporciona, para la edificación de todos, resplandecientes ejemplos del poder que reside en Jesucristo.
Vengo hoy a la Colina de los Mártires para dar testimonio de la primacía del amor en el mundo. En este santo lugar, hombres de todas las clases sociales dieron prueba de que el amor es más fuerte que la muerte. Encarnaron la esencia del mensaje cristiano, el espíritu de las bienaventuranzas, para que todos los que alcen su vista hacia ellos se vean impulsados a conformar su vida por el amor desinteresado a Dios y al prójimo.
Yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, vengo hoy a Nishizaka a orar para que este monumento hable al hombre moderno del mismo modo que las cruces clavadas en esta colina hablaron a aquellos que fueron testigos oculares hace siglos. ¡Que este monumento hable siempre al mundo acerca del amor, acerca de Cristo!
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