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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Jueves 5 de marzo de 1981

 

Queridísimos hermanos,
miembros, consultores y colaboradores
de la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales:

Es para mí una gran alegría el poder saludaros con motivo de vuestra reunión. Las asambleas plenarias constituyen un tiempo fuerte muy importante para los organismos de la Curia. Su importancia es aún mayor cuando se trata de una Comisión que tiene como objetivo la promoción de las comunicaciones sociales. Me parece que es del máximo interés recoger los testimonios y sugerencias de quienes, en sus países, están en continuo diálogo con los diversos artífices de los mass-media y perciben por eso más fácilmente sus exigencias.

Por mi parte, he procurado, desde el comienzo de mi pontificado, aprovechar todas las ocasiones favorables para dirigirme a los representantes de la prensa, de la radio y de la televisión. A través de vuestras personas y de vuestro apostolado, he podido hoy conocer un poco mejor el grado de desarrollo de la pastoral de los medios de comunicación y de la adecuación de sus realizaciones, tanto en el centro de la Iglesia como en las Iglesias particulares en cada país o continente.

Podemos decir que esta pastoral es una herencia que hemos recibido del Concilio Vaticano II, primero con el Decreto Inter mirifica y luego con la Instrucción pastoral Communio et progressio, preparada por mandato del mismo Concilio, solemnemente aprobada por Pablo VI, y que constituye el texto de referencia de vuestra actividad apostólica específica.

Los recientes Sínodos de los Obispos ofrecieron ocasión de utilizar frecuentemente los medios de comunicación social en la obra de evangelización.

Llegar al hombre de hoy, tan condicionado por estos medios, hacerse escuchar, hacerse comprender, hacerse aceptar, constituye una problemática pastoral nueva que hace necesario precisamente el saber utilizar estos medios. Es indispensable, pues, aceptar sus exigencias, conocer su lenguaje y sus mecanismos. "Quien siembra poco, poco recoge". Pero nosotros, lo que queremos es recoger para Cristo una cosecha abundante. Y nos sentimos impulsados a ello porque nos esperan millones de fieles en todas las regiones del mundo. Quieren escuchar, comprender y vivir el ideal que, desde hace dos mil años, ilumina y atrae la civilización que tuvo aquí mismo su cuna.

Quisiera de veras que no quede todo en una declaración de buenos deseos, sino que se encuentre en estos hechos un estímulo para un apostolado de la Iglesia adaptado al tiempo moderno, apostolado al que los Episcopados y el clero, las Asociaciones y los Organismos católicos deberían dedicar más energías y más tiempo.

Como está escrito en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, se trata de un verdadero desafío. Para cumplir la misión de predicar el Evangelio "sobre los terrados" por todo el mundo, "y a toda criatura", por emplear las mismas palabras del Señor, que es tarea primordial de todo Pastor, se debe poder contar con las posibilidades de los medios de comunicación social, maravillosos instrumentos por su eficacia y su resonancia, pero que, a la vez, tienen sus límites y resulta delicado utilizar bien de forma que el mensaje evangélico o el testimonio de la Iglesia sean presentados en su profundidad.

Os deseo que la reunión sea muy fecunda para todos, y especialmente para este centro romano que tiene que afrontar un trabajo enorme, sobre todo durante los viajes pastorales del Papa.

Estoy junto a vosotros y quiero seguir estándolo en este trabajo difícil pero indispensable. No me he extendido sobre los temas concretos de vuestra asamblea, que no he tenido oportunidad de estudiar. Estoy seguro de vuestra competencia y de vuestras convicciones a este respecto. Aprovecho más bien para tomar contacto con vosotros.

De todo corazón os concedo a vosotros, a todos los miembros de las Comisiones episcopales para los Medios de Comunicación Social de los diversos países, y a todos vuestros colaboradores, clérigos y laicos, una especial bendición apostólica, pidiendo al Espíritu Santo, por medio de María, las gracias necesarias para este apostolado vuestro tan importante.

 



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