DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES DE LA ONU*
Viena, lunes 12 de septiembre de 1983
Distinguido Director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica,
Director general de la Oficina de las Naciones Unidas
y Director ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para el desarrollo Industrial;
representantes y empleados de las varias Organizaciones internacionales
que tienen el cuartel general aquí, en la Ciudad de la ONU:
A todos presento mi respeto y estima, y lo hago más gustoso aún al saber que los miembros de sus familias están siguiendo también con gran interés esta reunión nuestra al igual que siguen todas sus actividades y las apoyan como sólo la familia puede hacerlo.
1. Permítanme les diga el aprecio sincero en que tengo su invitación a visitar este lugar donde tantos Organismos importantes trabajan por proteger y promover la vida en espacios cruciales del comportamiento humano: uso pacífico de la energía nuclear, promoción de la industria especialmente en el mundo en vías de desarrollo, leyes comerciales, progreso social y humanitario, y serias cuestiones referentes al control de narcóticos.
Todos estos Organismos y Oficinas son prueba de la necesidad acuciante que tenemos hoy en el mundo, de trabajar juntos para actuar constructivamente en sectores complejos y polifacéticos de la vida humana. Trabajando en estos campos se ofrecen para bien o para mal, posibilidades en circunstancias que las generaciones precedentes no tuvieron que afrontar.
Por ello, la primera obligación que nos incumbe es la de trabajar juntos, compartir nuestras experiencias, construir consenso entre todos a través de un mismo esfuerzo y tesón. Los Organismos y Oficinas agrupadas aquí comparten la misma visión y espíritu propios de la Organización de las Naciones Unidas como tal que “une e incorpora, no separa ni opone”, como dije en Nueva York en 1979 (Discurso a la XXXIV Asamblea general de la ONU, 2 de octubre, 1979, n. 4). La característica más saliente que debe distinguir las obras que ustedes emprenden debe ser siempre unir e incorporar, no separar ni oponer. Esta característica nace del espíritu que hizo nacer a vuestras Organizaciones. Y se ha acentuado más por las demandas que les hace el contenido de sus campos de experiencia.
2. En mi Encíclica Laborem exercens hice reflexiones sobre el trabajo en sentido objetivo y me referí al desarrollo de la industria y tecnología modernas con toda la riqueza de sus expresiones en cuanto “base para plantear de manera nueva el problema del trabajo” y en cuanto “conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale en su trabajo”. Enfoqué “la justa afirmación de la técnica como coeficiente fundamental del progreso económico” (Laborem exercens, 5).
Pensando sobre esto y aplicándolo a sus intereses varios, se reta a ustedes a luchar con medios nuevos para explorar y desarrollar la relación del hombre con la tecnología. Porque sólo si examinamos los puntos de interacción mutua entre la persona humana y la tecnología, podemos conseguir criterios capaces de presidir los esfuerzos presentes y futuros que están ustedes llamados a hacer. A tal fin y consciente de que en estos puntos de acción recíproca hay abundantes elementos dignos de examen, quisiera atraer hoy su atención hacia dos factores indispensables que han de tener presentes constantemente.
3. La misma complejidad de sus trabajos exige un nivel de formación y preparación que puede llegar a acapararles su tiempo y talentos. Por ejemplo, dominar una sola de las disciplinas que nos ayudan a conocer la energía nuclear, supone una entrega y vocación que dura toda la vida. A causa de ello, puede ser grande la tentación a que el contenido y metodología de una disciplina determine con exclusividad nuestra visión de la vida, los valores que abrazamos y nuestras decisiones. A causa de ello, a causa de los fuertes reclamos sumamente absorbentes de estas disciplinas complejísimas, que tanto ofrecen a la humanidad, es importante en grado sumo que mantengamos siempre en nuestros juicios y decisiones el criterio de la primacía del hombre.
El hombre es el sujeto de todo trabajo y de todas nuestras disciplinas intelectuales y científicas. El hombre es, bajo Dios, la medida y finalidad de todos los proyectos que emprendemos en este mundo. Sea nuestro objetivo proyectos industriales para países en vías de desarrollo, reactores nucleares o programas de mejoras de la sociedad, la persona humana es el criterio que preside todo. Por muy perfecto que sea técnicamente o provechoso industrialmente un proyecto, jamás es admisible si pone en peligro la dignidad y derechos de las personas interesadas. Toda iniciativa de sus Organismos debe responder a la prueba de esta pregunta: ¿hace progresar la causa del hombre en cuanto hombre?
No será siempre fácil hacer esta reflexión, pero es necesaria. Nadie negará que la complejidad de la industria, tecnología y ciencia nuclear, y las muchas Organizaciones de la sociedad moderna deben abordarse con pleno respeto a todos los elementos que, a su vez, reclaman nuestra atención cuidadosa. A la luz de estas realidades y consciente del potencial que contienen, puedo y debo insistir en que el tesón y esfuerzo que con razón ponen ustedes en los aspectos intelectuales, tecnológicos, científicos y educativos, deben ir parejos siempre con la sensibilidad y dedicación a la causa del hombre, hecho —proclamamos— a imagen y semejanza de Dios y digno, por consiguiente, de total dignidad y respeto.
4. El segundo criterio que mencionaré brevemente nos sitúa en el contexto del mundo en que vivimos. Es la obligada preocupación por el bien de las personas en conjunto, el bien de la sociedad, lo que llamamos tradicionalmente bien común. Para ustedes significaría ver en su trabajo una aportación en favor de todas las personas de la tierra. Así, medirán el valor de un proyecto por el impacto que tenga en los valores humanos culturales o de otro tipo, y en el bien económico y social de un pueblo o nación. De esta manera ustedes enmarcarán su trabajo en el amplio y desafiador contexto del bien actual y futuro del mundo. Se interesan ustedes por todas las naciones de esta tierra. La promoción del bien común por medio de su trabajo, pide a las culturas de las naciones y pueblos respeto, unido a un sentido de solidaridad con todos los pueblos y naciones bajo la guía de un Padre común. Los avances de una nación nunca pueden hacerse a expensas de otro país. El progreso de todos con el uso equitativo de la experiencia que ustedes tienen, es la garantía mejor del bien común, que asegure a cada pueblo la disponibilidad de lo que necesita y merece.
5. Les brindo estas pocas palabras hoy para estimularles. Como jefe de la Iglesia católica cuyos miembros están esparcidos por el mundo entero, deseo animarles a ponerse al servicio de este mundo que necesita estar cada vez más unido gracias a los esfuerzos que estamos llamados a realizar cada uno de nosotros en nuestras esferas respectivas. Al servicio de la verdad sobre el hombre y de la verdad de nuestras disciplinas, al servicio del bien común de toda nación y pueblo, procuren estar cada vez más íntimamente unidos entre ustedes en las tareas en que emplean sus talentos y conocimientos, a fin de incrementar el bienestar, armonía y paz de todos los pueblos para las generaciones futuras.
6. Séame permitido aludir a una persona extraordinaria de una generación anterior, persona conocida y admirada como apóstol de la paz, cuya figura reproducida por el arte con frecuencia es familiar a muchos de ustedes, y cuyas ideas han cristalizado en manifestaciones que expresan prácticamente al mundo entero su espíritu. Sí, los ideales de San Francisco de Asís son lazos que unen generaciones ensamblando a hombres y mujeres de buena voluntad de todos los siglos en la búsqueda de la paz; y sus metas espirituales se alcanzan con esfuerzos honrados v trabajo duro y unido, realizado cada día por los expertos de muchos campos y disciplinas. Con este espíritu me permito hablarles de sus aportaciones al mundo, de lo que ustedes son capaces de hacer por la humanidad, trabajando juntos como hermanos y hermanas bajo una misma paternidad de Dios. ¡Señor!, haznos instrumentos de tu paz. Que donde hay odios, sembremos amor; donde hay ofensas, perdón; donde hay dudas, fe; donde hay desesperación, esperanza; donde hay oscuridad, luz; donde hay tristeza, alegría; donde hay muerte, sembremos la vida; donde hay guerra, concédenos sembrar paz. ¡Señor! Haznos auténticos siervos de la humanidad, al servicio de la vida, al servicio de la paz.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 39, p. 12, 13.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana