DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE FIJI ANTE LA SANTA SEDE*
Sábado 21 de junio de 1986
Señor Embajador:
Me complace recibir a Vuestra Excelencia con ocasión de presentar las Cartas que os acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Fiji. Mi satisfacción al aceptar vuestras credenciales en el comienzo de vuestra misión diplomática ante la Santa Sede aumenta por los saludos y buenos deseos que habéis expresado en nombre del Gobierno y el pueblo de vuestro País. Agradezco mucho la cordialidad y los corteses sentimientos que reflejan. Espero fervientemente que las relaciones diplomáticas entre Fiji y la Santa Sede, iniciadas hace algunos años, continuarán ejemplificando la confianza y comprensión mutuas y el espíritu de cooperación que las han caracterizado desde el principio.
Deseo aseguraros, Señor Embajador, que espero ardientemente la visita que realizaré a vuestro País a finales de este año. Mi viaje a Fiji tenderá ante todo al cumplimiento de mi misión pastoral en la Iglesia, agradeciendo a Dios Todopoderoso que el Evangelio de Jesucristo haya echado firmes raíces en las islas del Pacífico Sur. Constato con satisfacción vuestra alusión a que el Evangelio cristiano del amor, tolerancia y fraternidad predomina en todos los aspectos de la vida cotidiana.
El Cristianismo se halla bien establecido en vuestra Nación, en la que como Vos mismo afirmabais, hay también muchos seguidores del Hinduismo y del Islam. Mi visita a Fiji me ofrecerá, así, una oportunidad de manifestar el respeto de la Iglesia Católica a las otras tradiciones religiosas. Según la Doctrina de la Iglesia, tal y como se halla expresada en el Concilio Vaticano II, la dignidad y la libertad de conciencia de cada persona debe ser respetada, sin distinción de raza o credo. Considerando este particular, elogio la paz y armonía existentes entre los distintos sectores raciales, religiosos y culturales de vuestra sociedad. Manteniendo su carácter específico, cada uno de los grupos presta su contribución especial al bien común de todos, sintiéndose continuamente impulsado a colaborar con las otras razas y religiones en su espíritu de respeto mutuo y armonía social.
Aprecio muchísimo, Señor Embajador, vuestra alusión a la llamada que he hecho durante este Año Internacional de la Paz para que las tensiones entre Norte y Sur, Este y Oeste se transformen en un nuevo clima de relaciones hechas de solidaridad y diálogo. Es realmente necesario establecer nuevas formas de relaciones internacionales que aseguren la justicia y la paz sobre la base estable de la fraternidad universal. Resulta imposible imponer este tipo de acuerdos internacionales desde fuera, sin que cambie la actitud de las personas, pues la raíz de las tensiones que amenazan la paz se hallan en el corazón humano. Esta conversión del corazón se producirá en primer lugar mediante un diálogo que capacite a las personas para superar sus prejuicios y descubrirse recíprocamente como miembros de la única familia humana que comparten las mismas esperanzas de paz. En este sentido me complace reconocer la presencia activa de vuestra Nación en los organismos regionales, así como su contribución a la causa de la paz.
Excelencia: Confío en que vuestra misión aquí producirá muy buenos resultados. Deseo aseguraros la cooperación plena de la Santa Sede en el cumplimiento de vuestra misión, cargada sin duda de responsabilidades. Yo os pediría que transmitierais mis buenos deseos al Gobernador General, al Primer Ministro y a los miembros del Gobierno. Sobre Vuestra Excelencia, y sobre todo el pueblo de Fiji, invoco la abundancia de bendiciones de Dios Todopoderoso.
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 37, p.7 .
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