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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ARGENTINA
RAÚL RICARDO ALFONSÍN*

Viernes 11 de diciembre de 1987

 

Señor Presidente:

1. Es para mí motivo de viva satisfacción recibir esta mañana al Supremo Magistrado de la Nación Argentina y a las Personalidades que lo acompañan. A todos doy mi más cordial bienvenida.

En esta circunstancia vienen a mi memoria las dos ocasiones en que he tenido el gozo de pisar el suelo argentino. La primera, en junio de 1982, cuando como mensajero de paz quise hacerme presente en unos momentos particularmente difíciles en la historia de la Nación. La segunda, en este año que termina, me permitió encontrarme con las amadas gentes de todo el país, cuyo recuerdo conservo aún vivo en mi memoria. Fueron días de ricas vivencias espirituales y humanas, compartidas en intensas celebraciones de fe y esperanza, en las que los argentinos mostraron sus profundos sentimientos religiosos que brotaban de sus corazones en un clamor de paz y de justicia.

Esta visita fue una peregrinación de gracias al Señor por el don de la paz –restablecida y asegurada– entre dos países hermanos, Argentina y Chile, cuyas relaciones se habían visto seriamente perturbadas a causa del diferendo austral.

Las gentes de ambos países, que durante aquellos días me acompañaron durante mi peregrinar a lo largo y ancho del cono sur americano, han sido elocuente testimonio de la firme voluntad de conservar la paz que anima a los dos pueblos y que se plasmó en el vigente Tratado de paz y amistad.

2. En la Argentina, además, se había iniciado ya el proceso de pleno restablecimiento de las instituciones democráticas, lo cual –como tuve ocasión de señalar en mi encuentro con el mundo político en la Casa Rosada– “constituye un momento privilegiado para que los argentinos sean cada vez más conscientes de que todos están llamados a participar responsablemente en la vida pública, cada uno desde su propio puesto” (Discurso a los gobernantes argentinos en al Casa Rosada, 6 de abril de 1987, n. 3). Por su parte, los Obispos de la Nación, movidos por su solicitud pastoral, no han dejado de alentar, desde el campo que les es propio, el esfuerzo solidario y colectivo para superar las dificultades que obstaculizan la voluntad de construir una comunidad que tenga como fundamentos la búsqueda de la verdad, el amor por la justicia, la vocación a la libertad. En un reciente documento afirmaban ellos: “Debemos reconocer que el presente estado de derecho, en el cual es necesario progresar, favorece un mayor aprecio por la libertad, el respeto por la autoridad legítima, una participación efectiva en distintos niveles, la ocasión para promover una auténtica modernización, y el ejercicio de la solidaridad en un pueblo que busca, sin haberlos encontrado todavía, los definitivos caminos de reconciliación”.

3. El futuro, ciertamente, se presenta como un gran desafío a la capacidad creadora y a la voluntad de entendimiento de los argentinos. Por ello, es más necesario aún que, inspirados por los valores morales que han configurado su ser histórico, descubran con ojos nuevos sus propias raíces y progresen en su caminar siempre abierto a la esperanza.

Esta esperanza cobra aún más consistencia, si evaluamos las metas conseguidas sobre el trasfondo del pasado histórico de la República. En efecto, Argentina desde su nacimiento se inspiró en una decidida voluntad de acogida para todos. Los próceres argentinos dieron vida a un país grande y generoso, en el que cualquier ciudadano pudiese lograr una existencia digna de la persona humana. A ellos les movió la esperanza, fundada en Dios “fuente de toda razón y justicia” (Constitución, preámbulo), de formar una comunidad nacional próspera y justa.

4. Hoy es particularmente necesaria una conciencia colectiva fundada sobre estos principios. En efecto, el mundo contemporáneo –surcado por tantas tensiones y desequilibrios– busca la realización de modelos de convivencia civil, de principios seguros y experimentados capaces de mantener unida la familia humana. A escala nacional, la Argentina se empeñó desde sus orígenes por hacer realidad esa convivencia entre razas y pueblos; de aquí que su proyecto originario tenga aún plena actualidad y merezca la pena de que todos, en esfuerzo unitario, hagan cuanto esté en su mano por hacer fructificar en nuestros días la experiencia de ciudadanía iniciada el siglo pasado.

Somos conscientes de que este empeño tan noble atraviesa un momento cargado de dificultades. Por ello, es necesaria una gran responsabilidad social a todos los niveles; es imprescindible que cada uno reconozca y trabaje por el bien común de todo el país.

5. En este sentido, durante mi reciente viaje apostólico, quise referirme en repetidas ocasiones a la reconciliación de los argentinos. A ello me movía el convencimiento de que para superar las diferencias es necesario buscar puntos comunes de entendimiento y consenso. Por su parte, la Iglesia en Argentina –desde su propia misión– acompaña y alienta este proceso de acercamiento y fraternidad a todos los niveles. No se puede olvidar que muchos problemas que afectan a la vida social e incluso política, tienen su raíz en el orden moral. Por ello la Iglesia, con su acción evangelizadora y educadora, dignifica las relaciones humanas, favorece la convivencia y orienta para vivir libremente en el marco de la justicia y del respeto mutuo.

Finalmente, deseo hacer notar que a esta ardua tarea de construir valores se opone una pretendida actitud secularista que lleva al hombre a hacer referencia a sí mismo de modo exclusivo, olvidando su dimensión transcendente. Se crea así una innegable indiferencia, sea respecto del bien común antes señalado, sea respecto de la identidad histórica y permanente de un pueblo. Consecuencia lógica es el oscurecimiento de aquella plataforma originaria de valores comunes, por lo que el futuro se torna incierto, y se hace difícil proponer objetivos comunes capaces de suscitar la participación de todos.

Señor Presidente, antes de concluir este encuentro, deseo reiterarle mi vivo agradecimiento por esta visita, y en su persona rindo homenaje a toda la Nación argentina, mientras pido a Dios que derrame abundantemente sus dones sobre todos los ciudadanos, especialmente la sabiduría y la prudencia, para que puedan plasmar un presente proyectado hacia el futuro, en bien de todos los hombres.


*AAS 80 (1988), p. 736-737.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. X, 3 1987 pp.1370-1373.

L’Attività della Santa Sede 1987 pp. 1017-1019.

L'Osservatore Romano 12.12.1987 pp.1, 4.

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 51, p.7.



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