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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DEL CLERO ESPAÑOL

Lunes 30 de marzo de 1987

 

Venerables hermanos en el Episcopado,
amadísimos sacerdotes y seminaristas
:

Deseo manifestaros ante todo mi profunda satisfacción por tener este encuentro sacerdotal con vosotros, con ocasión de la solemne beatificación de Don Manuel Domingo y Sol, fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús y del Pontificio Colegio Español San José de Roma, así como de otros centros vocacionales en la querida España.

El nuevo Beato, a quien la Iglesia ha calificado como “el santo apóstol de las vocaciones sacerdotales”, nos evoca su intensa dedicación a ese ministerio tan urgente y tan necesario siempre en la Iglesia. A1 final del siglo pasado y comienzos del presente, el Beato Domingo y Sol es una figura destacada que encarna esa preocupación eclesial. Sus Colegios de Vocaciones, puestos bajo la advocación y el patrocinio de San José, así como su labor en la dirección de seminarios, nos ofrecen ahora abundante tema de reflexión para este encuentro.

Dos ideas me parece que deben quedar como recuerdo vivo de estas jornadas romanas en honor del nuevo Beato. Os las comunico junto con mi cordial saludo y mi mejor deseo para todos.

1. Fomento y primeros cuidados de la vocación sacerdotal. La llamada particular al sacerdocio —al igual que toda vocación religiosa— llega, en los planes normales de la Providencia divina, a través de unos signos por los que el cristiano va descubriendo el firme designio de Dios. Ahí es donde el sacerdote, por medio de su palabra —a veces incluso por la invitación directa— y sobre todo mediante el testimonio de su vida dedicada generosamente a Cristo, tiene un papel decisivo: aconsejando, orando, alentando y siguiendo de cerca el crecimiento de esta vocación en germen que, en su día, culminará con la llamada oficial de la Iglesia.

Es, a la vez, en la familia cristiana, en la catequesis —especialmente en la de preparación para el sacramento de la Confirmación—, en la actividad parroquial, en los movimientos juveniles eclesiales y en la labor educativa en general, donde tiene lugar esta siembra vocacional. El creyente, pero sobre todo vosotros, sacerdotes y los que ya habéis recibido la primera llamada del Señor, debéis considerar como una tarea ineludible esta siembra permanente, este fomento constante de la vocación para que, con vuestra valiosa ayuda, pero especialmente con la oración asidua (Lc 10, 2), “la Iglesia tenga siempre aquellos sacerdotes que necesita para cumplir su misión divina” (Presbtyerorum Ordinis, 11).

Ojalá que de esta venida vuestra a las fiestas de la glorificación del Beato Domingo y Sol surja en vuestra alma el decidido propósito de contagiar a otros la gracia del Señor que se dio en vuestra vida, al saberos llamados por el Espíritu al ministerio sacerdotal.

2. Formación de los futuros sacerdotes. Muchos de vosotros estáis dedicados intensamente a este apostolado, tan necesario en la Iglesia; y todos, de alguna manera, desde vuestra labor ministerial, podéis y debéis, sin duda, colaborar en esa tarea eclesial.

Os aliento, amadísimos, a formar a los futuros sacerdotes en una fe firme, que los capacite para ser, en este mundo nuestro tan secularizado, “hombres de Dios”, verdaderos creyentes en Cristo; sin posturas ambiguas que puedan desvirtuar el sentido verdadero del misterio divino, sin el cual apenas puede comprenderse qué es el sacerdocio.

Formadlos también para ser servidores de Cristo (1 Co 4, 1), entregados de verdad al bien del Pueblo de Dios, sin apetencias de honras y privilegios que empequeñecen el sacrificio total de la persona; enseñadles a darlo todo con generosidad, para hacer viable el anuncio de la Buena Nueva en un mundo al que no convencen las palabras, sino los testimonios silenciosos pero eficaces de la propia vida. Y formados, asimismo, en una profunda vida interior, porque sólo podrán ser “administradores de los misterios de Dios” (Ibíd..) en la medida en que estén llenos de los mismos. Esta posesión se logra, poco a poco, en la búsqueda humilde de Dios, en la oración constante y enriquecedora, en el cultivo de las virtudes cristianas y en una abnegada labor pastoral. Sólo así se irá reavivando en vosotros el carisma, gratuito y vinculante, que habéis recibido por la imposición de las manos (2Tm. 1, 6).

En esta circunstancia no puedo dejar de recordar también la beatificación del Cardenal Spínola y de las tres Monjas Carmelitas mártires en Guadalajara, gloria de la Iglesia española y de la Orden del Carmelo, los cuales han reunido en Roma a numerosas personas del pueblo fiel. A vosotros, hermanos en el Episcopado, y también a vosotros sacerdotes y seminaristas —de modo especial a los Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús— os encomiendo bajo la protección de los nuevos Beatos y os aliento a ser difusores de sus virtudes en la Comunidad eclesial y en la sociedad española. Con gran afecto os imparto la Bendición Apostólica, junto con mis mejores deseos de felicidad y paz en Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.



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