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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS AUTORIDADES ACADÉMICAS, PROFESORES Y ALUMNOS
EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DÁMASO ANTONIO LARRAÑAGA


Sábado 7 de mayo de 1988

 

Excelentísimos e ilustrísimos señores,
autoridades académicas y profesores,
amigos de la cultura y de la ciencia,
queridos estudiantes,
señoras y señores:

1. Agradezco profundamente las amables palabras con las que el señor rector y los estudiantes de esta Universidad me han dispensado tan calurosa bienvenida. Quiero decir ya por adelantado, que el encuentro de esta noche con los representantes de la cultura en Uruguay me es particularmente grato. En vosotros saludo con aprecio a todos los que en esta noble nación no ahorran esfuerzos en favor de la sustentación, transmisión y creación de esa singular riqueza humana que son los bienes culturales.

En vuestro país no han faltado quienes siempre se han distinguido por un incansable afán en cultivar y ensanchar los campos de la cultura. Me uno al reconocimiento a que son acreedores tantos hombres y mujeres que en el pasado dedicaron sus energías a este servicio privilegiado a vuestro pueblo, y me congratulo por vuestro renovado empeño en tan importante labor.

Todos nosotros reconocemos el alto valor de esta tarea, porque la cultura es el modo peculiar como los pueblos asumen la realidad de su ser y de su entorno, se la apropian y transforman, dando a todo una dimensión de humanidad, es decir, haciendo del mundo un universo del hombre.

Los cristianos, guiados por la revelación divina, creemos que el hombre es hacedor de cultura, como expresión de su propio ser, creado a imagen y semejanza de Dios; y que del mismo Creador ha recibido el mandato de dominar la tierra, imponiendo un nombre a los demás seres (cf. Gén 1, 27-28; 2, 19). Así, por la palabra y el trabajo ha de cuidar la creación y, a la vez, desarrollarse personal y socialmente.

La conciencia de ser creatura salida de las manos de Dios y salvada por Jesucristo, Palabra y Sabiduría hecha carne, ha sido siempre un impulso para el cristiano a estar presente en la formación de cultura, en diálogo con todos los hombres y pueblos. Tal búsqueda por relacionar las distintas formas del saber llevó a la Iglesia, en un determinado momento de la historia, a crear esa original institución que llamamos Universidad, donde se intentan conjugar los distintos aportes del acervo cultural de la humanidad.

Mirando a la gloriosa historia de vuestra nación, vemos cómo la cultura de vuestro pueblo hunde sus raíces en el Evangelio de Cristo, que ilumina la elevada dignidad del hombre en este mundo y su vocación a la eternidad; que llama a la reconciliación con Dios y a la concordia entre los hombres. De esta matriz cultural católica bebieron en el pasado los forjadores de vuestra independencia, que dieron bases firmes a la cultura nacional.

Y así podríamos enumerar un sinfín de personas, clérigos y laicos, que cimentaron vuestra historia cultural. Recordemos al presbítero José Pérez Castellano, observador agudo y práctico de las realidades agrícolas; al también presbítero Dámaso Antonio Larrañaga —de quien esta Universidad toma su nombre— que tanto aportó con sus investigaciones sobre vuestro medio cultural, y cuyo esfuerzo está en la base de instituciones ilustres y fecundas como la Biblioteca Pública y la Universidad de la República.

A aquellos precursores habría que agregar otros muchos. Bástenos mencionar al brillante arzobispo Mariano Soler, el primero que enseñó desde el Club Católico y cuyo abundante magisterio episcopal iluminó aun más allá de vuestras fronteras. Entre los innumerables laicos cristianos, para ser breves, evoquemos sólo tres grandes figuras: Juan Zorrilla de San Martín, Francisco Bauzá y Juana de Ibarbourou.

En el marco de esta historia secular, el encuentro de hoy es un símbolo del fecundo y permanente diálogo entre el Evangelio —del que la Iglesia es portadora—y el pueblo uruguayo, que se expresa en su cultura.

2. En efecto, la cultura, que es fruto de la apertura universal del pensamiento, se crea y desarrolla como un diálogo mantenido a diversos niveles.

Es un diálogo con el mundo inanimado, observado con los métodos propios de la ciencia, a fin de reconocer y poner sus potencialidades al servicio de la humanidad. Es deber de todos, particularmente en nuestra época, procurar que la relación del hombre con el mundo esté cada vez más marcada por una cierta mesura para así cuidar el equilibrio ecológico y hacer mejor uso de las cosas, teniendo en cuenta las necesidades reales de la humanidad y evitando que sean encaminadas hacia el despilfarro o la destrucción. Es también necesario defender al hombre de hacerse esclavo de las cosas que pretende dominar, porque siempre será verdad que él vale más por lo que es, que por lo que tiene. Por consiguiente, es menester educar también a una actitud capaz de respetar y admirar el mundo que nos rodea, para escuchar el silencioso mensaje que transmite al corazón del hombre.

La cultura es además diálogo entre personas y grupos, y de aquí su dimensión social y comunitaria. Lo que caracteriza a un pueblo es precisamente su cultura, sus formas de expresar el propio ser y sentir, sus valores y desvalores, sus creaciones, sus modos de relacionarse, de trabajar, de celebrar la vida. Por eso, vosotros, desde el lugar de singular relieve que ocupáis en la vida de la nación, tenéis una gran responsabilidad ante vuestro pueblo, en el noble empeño por defender lo mejor de sus peculiaridades culturales, para que pueda desarrollarse y crecer desde sus propias raíces, estando, al mismo tiempo, abierto a los demás pueblos.

En esta difícil tarea de búsqueda e intercambio, el hombre de cultura necesita mantener un creador diálogo consigo mismo. A él se le exige autenticidad y honestidad, para comunicar a los otros lo verdadero, lo noble, lo bello, lo que puede ser sustentado por una conciencia recta.

3. En la apertura a la totalidad de la existencia, la cultura implica también disponibilidad para el diálogo con Dios en las diversas formas con que puede expresarse la relación con la trascendencia. Por ello —como afirmaron los obispos latinoamericanos en la Conferencia General de Puebla (México)—"lo esencial de la cultura está constituido por la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios, por los valores o desvalores religiosos. Estos tienen que ver con el sentido último de la existencia y radican en aquella zona aún más profunda, donde el hombre encuentra respuestas a las preguntas básicas y definitivas que lo acosan, sea que se las proporcionen con una orientación religiosa o, por el contrario, atea. De aquí que la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura... en cuanto los libera hacia lo trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente" (Puebla, 389).

El diálogo de la cultura requiere consiguientemente el cuidado de algunas condiciones que lo hacen posible. En primer lugar la libertad, que es imprescindible para el progreso y la creatividad, unida a una actitud de tolerancia y al esfuerzo por comprender otras posturas. Como tuve ocasión de decir hace algunos años en Río de Janeiro, "la cultura, que nace libre, debe además difundirse en un régimen de libertad. El hombre culto tiene el deber de proponer su cultura, pero no puede imponerla. La imposición contradice a la cultura, porque contradice a ese proceso de libre asimilación personal por parte del pensamiento y del amor que es peculiar de la cultura del espíritu" (Encuentro con los hombres de cultura, Río de Janeiro, 1 de julio, 1980.

El respeto por las personas y sus convicciones lleva consigo el derecho a una información veraz y amplia; el derecho —primero de los padres y después de cada uno— a acceder a formas educativas conformes con las propias convicciones vitales y religiosas. Una auténtica libertad de enseñanza incluye la posibilidad real de que las personas, familias e instituciones intermedias puedan crear sus propios centros de educación, sin discriminaciones. Con respecto a la enseñanza de los niños y jóvenes, abrigo el deseo de que los responsables aseguren que las subvenciones estatales sean distribuidas de tal manera que los padres, sin distinción de credo religioso o de convicciones cívicas, sean verdaderamente libres en el ejercicio de su derecho a elegir la educación de sus hijos sin tener que soportar cargas inaceptables.

4. La cultura tiene como fin el pleno desarrollo de los hombres y de los pueblos. A ello deben conducir tanto el crecimiento de las ciencias y de las técnicas, como las distintas formas de comprender y servir a la sociedad humana. Por consiguiente, ha de estar a disposición de todos, atendiendo con prioridad a la solución de los problemas de los más necesitados económica y culturalmente.

Recordemos que el hombre concreto, en quien hemos de reconocer sin excepción una dignidad y una responsabilidad única e irrepetible, es el sujeto y el objeto de toda la actividad cultural. Vuestra tarea se ha de ir desenvolviendo sin parar, como un servicio a la libertad humana y un empeño por conseguir mejores condiciones para su correcto ejercicio. A ello ha de tender vuestra labor, contribuyendo a liberar de las ataduras de la ignorancia y del error, abriendo posibilidades de perfeccionamiento progresivo, aliviando los dolores de vuestros conciudadanos, cooperando a solucionar las injusticias sociales y las estrecheces económicas.

El patrimonio cultural de vuestro pueblo cuenta con un hondo sentido de la libertad individual y de la fundamental igualdad de todos los hombres. Este valor que habéis heredado, y del que justamente os preciáis, ha alentado en el pasado la búsqueda de un modelo de sociedad más justa y podrá hoy, con la cooperación de todos, hallar caminos para solucionar los problemas que aquejan a vuestro pueblo.

La defensa de la libertad de cada hombre debe ir unida a la reflexión sobre el sentido de la libertad misma. Por ello, habrá que preguntarse: libres de qué y para qué.

En primer lugar, constatamos que la libertad es condición de la dignidad de los actos humanos. Ella incluye el deber de asumir la propia responsabilidad de ser libres y el desafío a discernir el bien y adherirse a él. Por eso, una cultura plenamente humana no puede contentarse con plantear los problemas éticos y religiosos, sino tratar de darles una respuesta honesta y congruente. "El hombre no puede ser plenamente lo que es, no puede realizar totalmente su humanidad, si no vive la trascendencia de su propio ser sobre el mundo y su relación con Dios" (Encuentro con los hombres de cultura, Río de Janeiro, 1 de julio de 1980).

5. En ejercicio del diálogo cultural sincero, permitidme vosotros, hombres y mujeres amantes de la verdad, que os anuncie con sencillez una honda convicción compartida por millones de hermanos, tanto del pasado como del presente, aquí en vuestra tierra y en el mundo entero. En efecto, no puedo menos de proclamar, con respeto para todos y con profundo convencimiento, que la dignidad de todo hombre y el sentido de su vida tienen su origen y culminación en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, y que Él es la iluminación última de toda cultura. Él nos revela al Padre, en quien se funda la unidad de la familia humana. Él nos revela el misterio de nuestra misma existencia, da luz a la historia y nos abre a la eternidad.

Me dirijo ahora a los católicos dedicados de manera especial a las actividades de la cultura: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas.

Os doy las gracias por el aporte que hacéis al servicio de vuestro pueblo en el campo de la educación y la cultura y os exhorto a armonizar cada vez más y mejor con la verdad de Cristo, el respeto por las diversas opiniones, ideas y actitudes. Vuestra presencia abierta y dialogante ha de estar siempre impregnada por la luz de lo alto, sin ceder a la tentación de fáciles reduccionismos que vacían la originalidad del mensaje cristiano. De vosotros depende en gran parte que la cultura de vuestra nación esté vivificada por la verdad del Evangelio.

6. Todos somos conscientes de que para la evangelización de la cultura tienen una particular importancia las instituciones católicas, desde la escuela hasta la Universidad. Si de veras quieren cumplir con su misión, es imprescindible que mantengan su identidad católica bien definida, en congruencia con la fe del Pueblo de Dios y en explícita y fiel sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Estos institutos católicos de enseñanza son obra y responsabilidad de toda la comunidad eclesial. Sé cuántos sacrificios y esfuerzos comporta el proveer a una enseñanza de calidad que llegue al mayor número posible de beneficiarios.

Quiero alentar de manera particular a todas aquellas personas e instituciones, que, de una u otra forma, colaboran con esta Universidad Católica del Uruguay que hoy nos recibe en su sede. Este centro académico tiene ante sí una misión importante al servicio de la tarea evangelizadora de la Iglesia y al servicio de toda la nación, de acuerdo con los objetivos que le son propios: "Calidad, competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico, y con una visión cristiana del hombre, de la vida de la sociedad, de los valores morales y religiosos (...). Por otra parte, queda fuera de duda que en su servicio a la cultura han de mantenerse claramente algunos principios: la identidad de la fe sin adulteraciones, la apertura generosa a cuantas fuentes exteriores de conocimiento puedan enriquecerla y el discernimiento crítico de esas fuentes conforme a aquella identidad" (Discurso en la Pontificia Universidad Católica de Chile, 3 de abril, 1987).

Con el mismo afecto deseo expresar mi gratitud a quienes componen el Instituto Teológico del Uruguay "Mons. Mariano Soler" y están dedicados a la inestimable tarea de formar a los futuros sacerdotes. Vaya también mi saludo y mi agradecimiento al seminario interdiocesano de Cristo Rey y a cuantos colaboran en sus tareas. No es necesario subrayar la importancia de estos centros, que tanto peso tienen en el ámbito de la cultura propiamente teológica y religiosa. A todos, profesores y alumnos, os agradezco y os animo a continuar en vuestro abnegado trabajo.

7. En esta ocasión quiero saludar también a los artistas que expresan y dan vida a la cultura, plasmando en sus obras la belleza. La Iglesia, experta en humanidad, siempre ha defendido y promovido las artes, por ser un bien que ennoblece a los hombres y porque logran comunicar algo de lo que es realidad inefable. Vosotros, los artistas, tenéis una vocación muy elevada, pues podéis ayudar a los hombres con lo mejor de vosotros mismos: la creación artística.

Deseo asimismo dirigir unas palabras a quienes de manera tan relevante inciden en la formación de la cultura moderna: los profesionales de los medios de comunicación de masas. Os agradezco, en primer lugar, vuestra contribución al desarrollo de este encuentro y de los que seguirán en el transcurso de mi visita. Al mismo tiempo os recuerdo que vuestra actividad, honrada y admirada, conlleva una gran responsabilidad, porque tenéis en vuestras manos unos instrumentos que de alguna forma son de todos y en todos influyen. Por eso, empleadlos pensando en el bien común, al servicio de la verdad. Respetad los valores culturales de vuestro pueblo, ayudando al desarrollo de vuestra sociedad, en los distintos órdenes. No os dejéis llevar por intereses particulares o conveniencias de parte y procurad que vuestra abnegada dedicación profesional contribuya al progreso moral de la nación.

A vosotros, estudiantes, os abro mi corazón. El Papa os ama y os acompaña. Estáis viviendo una etapa importantísima de vuestra vida en la que forjáis el futuro de vosotros mismos y de vuestra patria. Tened ideales altos. Por eso aprovechad al máximo este tiempo en que podéis dedicaros al estudio, a la investigación, a la búsqueda de la verdad y a la indeclinable formación de vuestra voluntad. Recordad siempre que vuestra futura capacitación es sumamente importante para vosotros, para vuestra futura familia, para vuestro país. Sed responsables y generosos en el uso de las posibilidades que se os ofrecen. No dejéis de buscar a Cristo el cual iluminará con su luz cuanto vais descubriendo y viviendo.

8. Este encuentro va llegando a su fin. Cuánto me gustaría poder detenerme más tiempo y escucharos; aprender más de vuestra cultura, de sus logros y anhelos, llevar adelante un diálogo cultural. Pero debo proseguir la marcha. Os agradezco vuestra presencia y os reitero mi gran estima por la tarea que desempeñáis en favor de la cultura. Sigamos trabajando unidos para formar un mundo más fraterno y humano, una cultura más verdadera y más bella, más acogedora de cada hombre y que sea reflejo más perfecto de la sabiduría, de la bondad y la belleza del Creador que nos ha dado parte en su gloria.

Mi plegaria se eleva a Dios pidiendo por vosotros, vuestras familias y las instituciones de que formáis parte. Que el Señor os conceda a todos luz y fuerza para seguir adelante y hacer avanzar con vuestra contribución la cultura de esta noble nación. Con afecto os imparto mi bendición apostólica.



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