VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY
ENCUENTRO CON LOS FIELES Y LOS NIÑOS DE TARIJA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Aeropuerto de Tarija (Bolivia)
Viernes 13 de mayo de 1988
“Yo te bendigo, Padre Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11, 25).
1. Al llegar a Tarija mi corazón se desborda en alabanzas al Padre celestial por esta tierra que El os ha dado, y que está como oculta por las montañas a los ojos del mundo; quiero alabar al Creador por vuestras selvas que bajan desde los valles al Chaco, por las flores, los viñedos y árboles frutales, que son un don del Padre para sus hijos en este rincón del sur de Bolivia. Vuestro alegre folklore “chapaco”, los rostros de los aquí presentes y sobre todo vuestras tradiciones cristianas llenan mi alma de gozo, al comprobar como Sucesor del Apóstol Pedro, la fecundidad del mensaje de Cristo en estas tierras, regadas por el río Guadalquivir.
Con ese gozo y alegría saludo a Monseñor Abel Costas, obispo de esta diócesis, y a los otros obispos aquí presentes, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a las autoridades, a cuantos han venido del sur de Potosí, de Chuquisaca, y de otros lugares, y a todo el Pueblo de Dios aquí reunido. Mi saludo y mi bendición va hoy, a los niños en especial y a todos los que tienen relación con el mundo de la infancia: a los padres y a los maestros, a los catequistas y a los agentes de salud. A todos vosotros os dirá el Señor, cuando lo veáis cara a cara: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
2. El Papa, desde que llegó a tierra boliviana, ha tenido siempre presente en sus mensajes de un modo particular a los niños, los más afectados en realidad por tantos problemas y, a la vez, porque son el futuro del continente de la esperanza. En efecto, la infancia y la juventud son siempre el auténtico tesoro de un país. Cuantos esfuerzos se realicen para mejorar sus condiciones físicas y espirituales repercutirán, en un plazo muy breve, en todos los campos de la vida. Vosotros, los educadores en el sentido más amplio y genuino, tenéis en vuestras manos la grandiosa tarea de cuidar este tesoro, en el que debéis poner vuestro corazón (cf. Ibíd., 6, 21). Sois como ese “siervo fiel y prudente, a quien el Señor puso al frente de su servidumbre para darle la comida a su tiempo” (Ibíd., 24, 25). Sois en verdad ese siervo que se quedará al frente de toda la hacienda –esto es, que llegará al reino de los cielos–, si, “cuando vuelva el Señor, lo encuentra haciendo así” (Ibíd., 24, 46-47).
Los niños son los predilectos de Dios, hasta tal punto que –como leemos en el Evangelio– es a ellos a quienes reserva de manera primordial el reino (cf. Mc 10, 14). “Si no cambiáis y os hacéis como los niños –dice Jesús– no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3). Los niños son a su vez el tesoro y la esperanza de la Iglesia, que hace suyas las palabras de Cristo: “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre” (Ibíd., 18, 10).
3. Sin embargo esos niños, los predilectos de Dios, son muchas veces las primeras víctimas de la pobreza material, con todas sus consecuencias. “Si hay niños que mueren antes de nacer, hay otros que tienen sólo una breve y dolorosa existencia, truncada por enfermedades que, muchas veces, podrían evitarse con facilidad” (Mensaje para la Cuaresma 1988). En muchos países, “precisamente entre los niños se encuentra el número más elevado de muertes debido a infecciones parasitarias, al agua contaminada, al hambre, a la falta de vacunación contra las epidemias e, incluso, a la falta de afecto” (Ibíd.).
Frente a este panorama debéis reaccionar con una atención especial hacia la salud de la infancia. Las vacunaciones oportunas, las medidas de higiene y todos los demás cuidados médicos y sanitarios son parte de vuestras obligaciones para con los niños.
Junto con la promoción de la salud, se debe poner un esmero particular en la adecuada educación sanitaria de las familias, para facilitar más y mejor la protección de la infancia.
4. El empeño por mejorar la salud va íntimamente unido al compromiso por la educación. La enseñanza del lenguaje, escritura y lectura, así como el desarrollo de la inteligencia son derechos inalienables de la persona humana que no podemos negar a los niños. En algunos casos, proporcionar esa formación no será fácil, pero recordad siempre que “todo lo que favorece la alfabetización y la educación de base, que la profundice y complete, es una contribución directa al verdadero desarrollo” (Sollicitudo rei socialis, 44). Para ello es necesario crear un ambiente de solidaridad humana y cristiana frente al desafío de la escolarización –especialmente de los niños– porque, como ha recordado el último Concilio: “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tienen derecho a una educación que responda al propio fin” (Gravissimum Educationis, 1),
Igual que para resolver los problemas de salud, también cuando se trata de solucionar los de la educación hay que promover el concurso y la ayuda de todos: habitantes de las ciudades y del campo, educadores privados y estatales, instituciones privadas, Iglesia y Gobierno (cf. Ibíd.). Corresponderá a éste –en el ejercicio de su función esto es en su calidad de promotor del bien común– asegurar indefectiblemente en casos de necesidad una asignación privilegiada de recursos, incluso dentro de la escasez. Procurar las debidas remuneraciones a los docentes y agentes de salud, y proveerles de los medios necesarios para poder cumplir su tarea será para los gobernantes, en muchas ocasiones, una estricta obligación de justicia.
5. “La educación de los jóvenes, sea cual sea su origen social, debe ser orientada de modo que forme hombres o mujeres que no sólo sean personas cultas, sino de fuerte personalidad, tal como nuestro tiempo los reclama cada vez más” (Gaudium et spes, 31). Se trata, pues, de llevar a cabo una auténtica labor de formación que desarrolle armónicamente sus condiciones físicas, morales y intelectuales.
En concreto, “se ha de instruir de una manera oportuna y a tiempo a los jóvenes, y preferentemente en el seno de la misma familia, sobre la dignidad, valor y cometido del amor conyugal, para que, formados en la guarda de la castidad, cuando lleguen a edad conveniente, puedan pasar de un honrado noviazgo al matrimonio” (Ibíd., 49). Esta formación, que ha de ser personal, corresponderá primariamente a los padres (Congregación para la educación católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano, nn 48 y 84).
Por eso es necesaria la formación integral, no sólo para poder desenvolverse dignamente en la sociedad, sino también para servir a Dios con mayor facilidad. “Dejad que los niños vengan a mí”, (Mc 10, 14) nos dice el Señor. Ayudadles a acercarse. Poned los medios para que lo conozcan. Proporcionadles, desde su más tierna infancia, un conocimiento oportuno de ese Jesús que ha querido hacerse niño como ellos. Dios quiere encomendaros a los niños para que, a través de vuestro cariño, descubran el amor de Dios. No lo defraudéis.
“Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios” (Ibíd.), Son ellos, los más pequeños, quienes han recibido la revelación de secretos escondidos a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25).
6. Educaréis a los niños a través de vuestra palabra, por los cauces más diversos –ante todo, en el hogar familiar, y también en la escuela, en la catequesis–, pero, especialmente lo haréis con vuestro ejemplo.
Los niños aprenden a obrar imitando lo que ven hacer a sus semejantes. Por eso, aprenderán de vosotros a ser fuertes, trabajadores, sobrios, alegres y piadosos; ciudadanos rectos y cristianos ejemplares. Imitaréis también de esa forma al Señor que “obró y enseñó” (Hch 1, 1), es decir, que no se limitó a transmitirnos un mensaje, sino que vivió entre nosotros dándonos el ejemplo máximo de todas las virtudes.
No olvidéis la grave advertencia del Maestro: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mi, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino..., y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18, 6), El ejemplo de padres y educadores debe ir acompañado por el esfuerzo de los gobernantes y de toda la colectividad en defensa de la moralidad pública, especialmente en los medios de comunicación. Lo contrario es conculcar derechos de quienes están más indefensos, y exponerles al peligro de una lamentable manipulación.
7. Quiero ahora dirigirme a los niños de Tarija y de toda Bolivia, llamándolos como cariñosamente se les llama en estas tierras: “changuitos”. A los niños que desde muy corta edad deben ayudar a sus padres, como pastores en la puna y en los valles, como peones en los establecimientos agrícolas del Oriente, o cumpliendo duras tareas en las ciudades, y a los que no tienen necesidad de hacerlo. A los enfermos y a los sanos.
Queridos “changuitos”: El Señor quiso hacerse niño como vosotros, y crecía “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 52). Quiso que su venida fuese anunciada en primer lugar a unos pastores que estaban cuidando sus rebaños de noche (cf. Ibíd., 2, 8-20), y ser conocido como el carpintero (cf. Mc 6, 3) o “el hijo del carpintero” (Mt 13, 55). Recorrió, caminando, las largas distancias de Palestina (cf. Jn 4, 6) y, muchas veces, “no tenía ni siquiera dónde reclinar su cabeza” (Mt 8, 20).
Jesús espera que vosotros crezcáis como El. “En sabiduría”, no abandonando la escuela, estudiando y cumpliendo los deberes escolares. El Papa sabe que os cuesta sacrificio, porque muchas veces debéis hacerlo bajo la lluvia o la nieve, cubriendo grandes distancias a pie por páramos helados y afrontando el cansancio de jornadas de trabajo. Proseguid en este esfuerzo y no os desaniméis, sabiendo que el Señor os mira con alegría.
Aprended bien el catecismo. Así conoceréis cada vez mejor al Niño Jesús, que ha de ser vuestro mejor amigo, y amaréis a Dios sobre todas las cosas.
Jesús quiere que, como El, crezcáis también en “gracia”. Cumplid, para ello, el precepto dominical, siempre que las circunstancias no lo impidan, y creced en la gracia recibiendo los sacramentos. Preparaos bien para la primera confesión y para la primera comunión, y seguid recibiendo a Jesús con frecuencia. Luego, cuando seáis un poco mayores, preparaos para recibir el sacramento de la confirmación que os ayudará a ser testigos de Cristo.
Como El, que crecía “en estatura”, debéis desarrollaros en el cuerpo y en el alma como hombres y mujeres cabales. Obedeced a vuestros padres, amándolos y ayudándolos como es tradicional en vuestros pueblos. Compartid juegos y trabajos con vuestros hermanos y amigos. Decid siempre la verdad. No os apoderéis de lo ajeno. Sed fuertes en vuestras tareas, en el estudio y en el deporte.
Niños de Bolivia, el Papa reza por vosotros, pero también necesita apoyarse en vosotros. Por eso, os pido que me acompañéis con vuestras oraciones, y con esa parte del yugo del Señor que El ha permitido que toméis sobre vuestros hombros. Manteneos en este camino de amor, y Jesús os llenará siempre de alegría (cf. Mt 11, 28-30). Antes de terminar, deseo dirigir unas palabras de merecido aprecio a la mujer boliviana: a las madres y esposas, a las amas de casa, del campo y de la ciudad. Vuestra dedicación silenciosa y abnegada, cuidando a los hijos, trabajando no pocas veces junto al marido, os hacen acreedoras al respeto y admiración de toda la sociedad. Continuad cultivando ese papel insustituible que la mujer latinoamericana ha desempeñado a través de los tiempos: la custodia del alma cristiana de América Latina.
8. A todos los aquí presentes os agradezco las manifestaciones de cariño que me habéis dispensado. El Papa está feliz de haberos visitado.
Seguid por la senda de todos los que han contribuido al bien de esta Patria durante su historia. Haced un esfuerzo por promover el bien de la infancia, buscando un desarrollo integral de los niños que llegue hasta el último rincón de Bolivia.
El Señor, que “abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos”, (Mc 10, 16) que es dador de la salud y la sabiduría, fortifique vuestra voluntad para esta noble y ardua tarea.
Termino invocando a la Santísima Virgen: que Ella os proteja siempre y cuide con especial amor de la infancia, de la niñez, y de la juventud bolivianas.
De todo corazón imparto mi Bendición Apostólica a todos los presentes, en especial a los niños y niñas de Bolivia, a sus familias y a sus catequistas.
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