AUDIENCIA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL SEÑOR JAIME PAZ ZAMORA,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE BOLIVIA*
Viernes 22 de noviembre de 1991
Señor Presidente:
Es para mí motivo de viva satisfacción tener este encuentro con el Primer Mandatario de Bolivia, acompañado de altos funcionarios de su Gobierno, y me es muy grato darles la más cordial bienvenida.
Su visita a la Santa Sede es una feliz circunstancia que viene a reafirmar los estrechos lazos que existen entre ella y la noble Nación boliviana y que me permite reiterar ante su persona el sincero afecto que siento por todos y cada uno de sus conciudadanos, a los que tuve el gozo de poder visitar hace ahora tres años. A este propósito vuelven a mi mente las entrañables celebraciones de fe y esperanza que tuvieron lugar en La Paz, Cochabamba, Oruro, Sucre, Santa Cruz, Tarija y Trinidad, donde pude apreciar los más genuinos valores del alma boliviana: su calor humano, hospitalidad, entusiasmo, así como las aspiraciones de justicia y pacífica convivencia de un pueblo que se siente unido por los fuertes vínculos de la fe católica y de una antigua cultura.
El nombre de Bolivia evoca una gloriosa civilización que forma parte irrenunciable de vuestra identidad histórica. Es cierto que las presentes circunstancias por las que atraviesa el país plantean toda una serie de retos que hay que afrontar con esperanza y espíritu solidario. A este respecto, vienen a mi mente las palabras que dirigí en Santa Cruz a los líderes bolivianos y representantes del mundo de la cultura: “Vuestro desafío ha de tener como objetivo común servir al hombre boliviano en sus apremiantes necesidades concretas de hoy y prevenir las de mañana; luchar contra la pobreza y el hambre, el desempleo y la ignorancia; transformar los recursos potenciales de la naturaleza con inteligencia, laboriosidad, responsabilidad, constancia y honesta gestión en bienes y servicios útiles para todos los bolivianos, sin injustas diferencias que ofenden a la condición de hermanos, de hijos de un mismo Padre y copartícipes de los dones que el Creador puso en manos de todos los hombres” (Discurso a los representantes del mundo intelectual y de la clase dirigente, Santa Cruz, Bolivia, n. 5, 12 de mayo de 1988).
Las nobles gentes de su país, Señor Presidente, a lo largo de su historia, han hecho suyos los valores cristianos que han inspirado su vida y costumbres. Por ello, en el momento presente, el cristiano está llamado a tomar una mayor conciencia de las propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, ha de empeñarse con renovado entusiasmo en construir una sociedad más justa, fraterna y participativa. Es precisamente en este terreno donde se sitúa el importante papel que desempeñan los valores espirituales que, desde dentro, transforman la persona y la mueven a hacerse promotora de una mayor justicia social, de un mayor respeto de la dignidad del ser humano y sus derechos, de unas relaciones más fraternas donde reine el diálogo y el entendimiento frente a la tentación de la ruptura y el conflicto.
Entre los factores que obstaculizan el logro de unas condiciones que permitan responder más adecuadamente a las legítimas aspiraciones de tantos bolivianos a un mayor bienestar y desarrollo se encuentra la crisis económica y el problema de la deuda exterior. En repetidas ocasiones la Iglesia ha abogado por la búsqueda de soluciones que permitan articular medidas a corto y largo plazo en orden a hacer posible un sistema económico en el que imperen los criterios de justicia, equidad y solidaridad. Las implicaciones sociales de esta problemática han adquirido dimensiones mundiales, y los pueblos pobres no pueden pagar costos sociales intolerables, sacrificando el derecho al desarrollo. El diálogo entre los pueblos es indispensable para llegar a acuerdos equitativos, en los que no todo quede sujeto a una economía únicamente tributaria de las leyes del mercado, sin alma y sin criterios morales. En este punto es patente la urgencia de la solidaridad internacional para hacer posible el desarrollo integral de “todo el hombre y de todos los hombres” (Populorum progressio, 14).
Para realizar los ideales de solidaridad y alcanzar las metas de desarrollo a que aspiran los bolivianos, es imprescindible el esfuerzo conjunto de todos los ciudadanos en favor del bien común. Pero también es necesario que se afiance en todos la convicción de que no existe verdadero progreso al margen de la verdad integral sobre el hombre y si no se respetan los principios morales. En efecto, para construir una sociedad más justa y fraterna es preciso que la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia inspiren el comportamiento de las personas y de la colectividad. El Episcopado boliviano, movido por su solicitud pastoral, ha reiterado en numerosas ocasiones la necesidad de aunar los esfuerzos solidarios y colectivos para superar las dificultades que obstaculizan la voluntad de construir una comunidad que tenga como fundamentos la búsqueda de la verdad, el amor por la justicia, la vocación a la libertad; pero dichos esfuerzos serán vanos si no están inspirados en valores espirituales y transcendentes. Puedo asegurarle, Señor Presidente, que la Iglesia en Bolivia, fiel al mandato de su divino Fundador, continuará incansable en su vocación de servicio al hombre, ciudadano e hijo de Dios.
Su presencia en Roma coincide con el simposio organizado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, bajo el lema “Droga y alcoholismo contra la vida”, al cual Vuestra Excelencia ha accedido a participar. Como tuve ocasión de manifestar durante mi visita pastoral a su País, “el comercio de la droga se ha convertido en un auténtico tráfico de la libertad por cuanto lleva a la más terrible forma de esclavitud y siembra vuestro suelo de corrupción y muerte. Por ello, es urgente no sólo proteger a los jóvenes del consumo de la droga, sino combatir el tráfico mismo, por tratarse de una actividad a todas luces infame” (Homilía en el aeropuerto "El Trompillo" de Santa Cruz, n. 9, 13 de mayo de 1988). Como hombres libres a quienes Cristo ha llamado a vivir en libertad, debemos luchar decididamente contra esa nueva forma de esclavitud que a tantos subyuga en muchas partes del mundo.
Mi mensaje de hoy quiere ser de aliento para continuar caminando por la vía de la superación, del esfuerzo, de la confianza en Dios. Los principios cristianos que han informado la vida de la Nación boliviana a lo largo de su historia, tienen que infundir una esperanza viva y un dinamismo nuevo que lleve a su País a ocupar el puesto que le corresponde en el concierto de las naciones.
Al concluir, Señor Presidente, deseo reiterarle mi vivo agradecimiento por esta visita, y en su persona rindo homenaje a Bolivia, mientras invoco sobre todos sus hijos las bendiciones de Dios.
*AAS 84 (1992), p.1075-1078.
Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XIV, 2, 1991 pp.1220-1225.
L'Osservatore Romano 23.11.1991 p.6.
L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 48 p.15.
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