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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE GRECIA ANTE LA SANTA SEDE
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Lunes 17 de febrero de 1992

 

Señor Embajador:

Me alegra acogerlo en el Vaticano y aceptar las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Grecia ante la Santa Sede. Le agradezco las cordiales y generosas palabras que me acaba de dirigir. Le ruego transmita mi saludo a Su Excelencia, el Presidente Karamanlis, que le ha confiado la elevada responsabilidad que hoy asume. Le ofrezco también mis mejores deseos de éxito en su misión. Ciertamente, se sentirá como en su casa en la ciudad eterna en la que la historia y la arqueología ofrecen un recuerdo constante de lo mucho que el mundo latino debe a la cultura griega, que sigue siendo una herencia de valor inestimable no sólo para su pueblo, sino también para toda la humanidad.

Me complace de manera especial recibirlo en este período en que su País se ha unido a los demás miembros de la Comunidad Económica Europea en la firma del Tratado de Maastricht. El acuerdo representa un notable paso adelante en la edificación de una nueva Comunidad Europea, y ofrece a los pueblos del continente una oportunidad de contribuir a la creación y al desarrollo de iniciativas y estructuras de colaboración que, sin eliminar las características que distinguen a cada nación, permitan poner los dones, las experiencias y las tradiciones de unos al servicio de los otros.

La nueva Comunidad Europea afronta el gran desafío de asistir a los Estados en los que la inestabilidad económica y política impide la consecución de los inestimables beneficios de la paz. Además de la cuestión de la asistencia económica inmediata, una parte fundamental de ese desafío consiste en proporcionar apoyo moral a esas naciones que, ya libres del yugo del totalitarismo, desean gozar de su legítima libertad, pero cuyos pueblos no han adquirido aún la experiencia de trabajar juntos al servicio del bien común.

Su País ha sido bendecido con una antigua comprensión filosófica y cultural de los principios de la democracia. El ideal de gobierno libre que inspiró la Ciudad-Estado de la Grecia clásica, puede ser una inspiración para las naciones que desean vivir juntas en armonía y construir una sociedad marcada por la fraternidad y la cooperación. La concepción de la vida social dentro de la polis se hallaba enraizada en un profundo aprecio de la dignidad de los individuos, en cuanto personas libres. Los pensadores que contribuyeron al desarrollo de la antigua cultura helenística señalaron en la inalienable dignidad de la persona humana la base misma de la vida social; esta dignidad es la que garantiza el derecho de todo individuo a ser respetado en su vida personal, en sus convicciones, en su credo y en su opción religiosa. La difusión de estos ideales se realizó por el dominio de la cultura griega sobre muchas áreas del Mediterráneo, así como por el hecho de que los grandes caudillos macedonios llevaron la cultura helenística hacia el Este, hasta las orillas del río Indo. El lema de su País «Mi poder es el amor de mi pueblo. Libertad o muerte» da un testimonio perenne del compromiso de la República Helénica en favor de la defensa de los principios universales, en los que se basa la verdadera libertad.

Señor Embajador, las relaciones diplomáticas que existen entre Grecia y la Santa Sede dan expresión a profundos lazos de naturaleza cultural e histórica, así como a muchos puntos de vista comunes en lo que respecta a la vida de la comunidad internacional. Pero adquieren un carácter único si se tienen en cuenta los orígenes de la fe cristiana y el camino que siguieron los primeros cristianos en su expansión. Usted ha mencionado las predicaciones de san Pablo en Grecia, que de hecho constituyen parte integrante de la doctrina de la Iglesia. También se ha referido a los santos hermanos Cirilo y Metodio, herederos de la fe, pero también de la cultura de la antigua Grecia, continuada por Bizancio. Al conmemorar el décimo primer centenario de sus empresas, escribí: «Su obra constituye una contribución eminente para la formación de las comunes raíces cristianas de Europa; raíces que, por su solidez y vitalidad, constituyen uno de los más firmes puntos de referencia, del que no puede prescindir todo intento serio para recomponer de modo nuevo y actual la unidad del continente» (Slavorum apostoli, 25; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua Española, 14 de julio de 1985, pág. 10). Hoy la fuerza de la unidad europea no puede menos de ponerse en relación con el papel que la fe cristiana ha desempeñado en el desarrollo de la identidad europea y que sigue desempeñando en la formación de un sentimiento capaz de inspirar el movimiento hacia una integración mayor aún.

El nacimiento de una Europa más profundamente enraizada en la justicia y en la solidaridad depende en gran medida del testimonio conjunto de todos los cristianos. Es esencial en estos últimos años del segundo milenio que los cristianos católicos y ortodoxos se comprometan en la edificación de la comunión y comprensión tan anheladas después de la dolorosa separación que tuvo lugar hace casi mil años. Los hermanos de Salónica son, como antes, los campeones y los patrones del esfuerzo ecuménico de las Iglesias hermanas del Este y del Oeste (cf. ib., 27). Como he dicho en numerosas ocasiones, el compromiso ecuménico debe ser una de nuestras prioridades. Las incomprensiones y dificultades del momento no deben detener nuestro camino. Los pueblos del mundo, y en especial los de Europa, esperan que todos los seguidores de Cristo se unan en la profesión y en la vivencia del Evangelio. Ojalá que la conciencia de las razones fundamentales que existen para la comprensión y la cooperación ayuden a crecer y crear las condiciones favorables para un ulterior progreso en el campo de las relaciones eclesiales.

Por su parte, los católicos de Grecia, como ciudadanos patriotas, permanecen firmemente adheridos a los valores fundamentales que regulan la vida civil. Su anhelo es servir a su País y proclamar el Evangelio junto con sus hermanos y hermanas ortodoxos, portadores de las tradiciones y concepciones del Este cristiano.

Señor Embajador, asegurándole la cooperación de todos los dicasterios de la Santa Sede en el desempeño de su misión, invoco la bendición de Dios sobre usted y sus compatriotas.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n.11 p.16 (p.160).



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