DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LITUANIA*
Viernes 2 de diciembre de 1994
Señor Presidente:
1. Le doy mi cordial bienvenida, que extiendo con gusto a su esposa y a todos los miembros de su séquito. Me complace encontrarme nuevamente con usted, con ocasión de su visita oficial a la Santa Sede. Vuelven a mi mente los inolvidables días que pasé en Lituania, durante el histórico viaje de septiembre del año pasado a las tres Repúblicas Bálticas. He sabido que, como recuerdo de esa visita, también se ha querido dejar una huella en el nombre que se ha dado a una plaza en las cercanías de la Nunciatura Apostólica.
Agradezco ese amable gesto, así como toda la cordial hospitalidad que me brindaron el pueblo lituano y sus responsables en los cuatro días de mi permanencia en la capital Vilna y en otros importantes centros del País. Entre los momentos más significativos de ese viaje apostólico, deseo recordar aquí la intensa visita a la Colina de las cruces, de Šiauliai, el 7 de septiembre. Recuerdo ese momento con emoción aún mayor, al saber que usted, Señor Presidente, quiso recientemente rendir homenaje a ese auténtico memorial de los sufrimientos de tantos ciudadanos lituanos. Esas cruces, elevadas por el pueblo, siguen testimoniando la terrible prueba que soportó bajo el régimen totalitario; y son, al mismo tiempo, el signo de la grandeza de alma de la gente que supo encontrar en sus propias tradiciones culturales y espirituales el valor necesario para seguir esperando en un futuro mejor.
Es preciso partir de la conciencia de un pasado tan duro para proyectar el futuro de toda Lituania, que ha de afrontar en estos años tareas y desafíos de gran importancia. Podrá crecer en un clima de libertad, de diálogo y de progreso, si sabe responder a su propia vocación natural de unión entre los países europeos, encaminados hacia una comprensión cada vez más profunda y respetuosa de las diversas identidades nacionales.
2. La noble nación lituana vive hoy un tiempo de libertad y de esperanza. Al dar gracias a la Divina Providencia, expreso especial satisfacción por el hecho de que, una vez reconquistadas las libertades constitucionales se ha dado un oportuno reconocimiento de la libertad religiosa. Ese reconocimiento, además de revestir un gran significado de civilización, constituye también una sólida garantía de auténtico progreso para la sociedad. En efecto, en el nuevo clima democrático, la Iglesia puede organizar su actividad apostólica y catequética, tanto dentro de sus propias estructuras pastorales como en las escuelas estatales, donde la mayoría de los estudiantes sigue los cursos de formación religiosa. Eso le permite prestar un servicio insustituible a la comunidad civil: al encaminar a los jóvenes al redescubrimiento del patrimonio de fe y de civilización que se desarrolló en Lituania a lo largo de muchos siglos, les ayuda a formarse en los valores que constituyen el alma genuina de la nación.
De ese modo, la Iglesia sabe que puede contribuir con su presencia y su acción al verdadero bien del País, ya que sólo remontándose a sus propias raíces culturales y acudiendo a los valores de su tradición, la Nación podrá afirmar su identidad e insertarse con una contribución original en el diálogo con los demás países. La Iglesia, además, desea corroborar el anuncio de la verdad del Evangelio mediante el testimonio de la caridad. Y lo hace también gracias a obras de promoción humana concreta, en las que se sirve de la eficaz solidaridad de las comunidades eclesiales de otras naciones europeas.
3. La primavera, originada tras la caída del régimen totalitario comunista, ha hecho surgir, en el corazón de muchos, expectativas y esperanzas. El peligro que corren ahora las personas y la misma comunidad consiste en limitarse a perseguir falsos ideales y falaces perspectivas de bienestar material, renunciando al esfuerzo por alcanzar metas más exigentes de orden espiritual. Si así fuese, se perdería la ocasión providencial e histórica, y quedaría seriamente comprometido el proyecto de construir el futuro sobre las bases sólidas del respeto al hombre y de la búsqueda sincera de un progreso libre y solidario. Es preciso garantizar en el País una fundamental justicia social, que asegure la protección de los estratos más débiles de la población, también gracias a un diálogo abierto entre todos los lituanos. La Iglesia Católica está dispuesta a trabajar en este sentido. Como recordé en el discurso pronunciado en Vilna, en el momento de despedirme de Lituania, «la Doctrina Social de la Iglesia, cada vez más conocida especialmente en las propuestas que se refieren a los Derechos Humanos, al desarrollo y a la promoción de la solidaridad, constituirá un instrumento precioso de renovación y una contribución oportuna para la construcción de una sociedad realmente libre y solidaria» (L'Osservatore Romano, edición en Lengua española, 17 de septiembre de 1993, pág. 8).
4. Volviendo al tema de las relaciones entre el Estado y la Iglesia, parece que ha llegado el momento de que sean reguladas, si es preciso, mediante acuerdos oficiales. De esa forma se facilitará la tarea de una solución equitativa de las cuestiones que aún quedan pendientes en ese ámbito.
Y entre los problemas planteados por la normal reanudación de la vida religiosa, tanto por lo que atañe a la Iglesia Católica como a las demás confesiones tradicionalmente presentes en Lituania, figura seguramente el de la restitución de los bienes destinados al culto.
La Lituania libre, País de grandes tradiciones religiosas, siempre ha visto en las diversas estructuras pertenecientes a las confesiones religiosas instrumentos al servicio del progreso espiritual y material del País. Por este motivo, aun teniendo en cuenta los diversos, y a menudo complejos, problemas humanos vinculados al restablecimiento de la situación anterior, es de desear que los medios de trabajo pastoral de que disponían antes las instituciones eclesiásticas sean devueltos a sus familias religiosas originales. De ese modo, por lo que atañe a la Iglesia Católica, se facilitaría el programa educativo, caritativo y social promovido por la Conferencia Episcopal, al igual que por cada uno de los obispos. No es necesario subrayar las grandes ventajas que eso produciría al País.
5. La Iglesia sabe muy bien que no forma parte de su misión el compromiso político directo. Pero, al mismo tiempo, es también consciente de que no puede rechazar una implicación en la vida del País que se exprese en la contribución a su reconstrucción, especialmente mediante intervenciones específicas y su peculiar aportación institucional.
Señor Presidente, al tiempo que me complace el clima de recíproca confianza y de sincera colaboración que caracteriza en su País las relaciones mutuas entre el Estado y la Iglesia, deseo formular cordiales votos de un futuro de paz y de bienestar para Lituania, con el anhelo de que se consolide el proceso democrático y se respeten los Derechos Humanos, incluidos los de las minorías nacionales, para el progreso integral, material y espiritual, de toda la comunidad.
Al renovarle a usted y a todos los ilustres miembros de su séquito mi cordial agradecimiento por este encuentro, invoco sobre la amada Nación Lituana la protección del Señor y de la celestial Madre de Dios, Madre de misericordia, particularmente venerada en el Santuario de la Puerta de la Aurora de Vilna, donde tuve el privilegio de orar en el curso de mi peregrinación, el 4 de septiembre de 1993. Quiera Dios, por intercesión de la Virgen Santísima, sostener el camino del pueblo lituano hacia un futuro de auténtico progreso y de verdadera paz.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.50, p.12, 13.
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