PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD JUDÍA
Arzobispado de Sarajevo, domingo 13 de abril de 1997
Señor presidente de la comunidad judía de Sarajevo;
queridos amigos y hermanos:
1. Bendigo al Señor, Dios de nuestros padres, y os agradezco a todos este encuentro, durante el cual puedo compartir con vosotros el anhelo de la paz. Al saludaros cordialmente a vosotros, aquí presentes, quiero dirigirme a todos vuestros hermanos y hermanas de fe que viven en el territorio de Bosnia- Herzegovina.
El gran patrimonio espiritual, que nos une en la palabra divina anunciada en la Ley y los Profetas, es para todos nosotros guía constante y segura en el camino de la paz, de la concordia y del respeto recíproco. En efecto, Dios anuncia la paz a su pueblo y garantiza los bienes que derivan de ella. Suscita en nosotros un fuerte compromiso de realizarla, porque ella es el programa dictado al pueblo de la Alianza.
2. ¡Shalom! La paz es don del Altísimo, pero también es tarea del hombre. Por tanto, debemos invocarla y, al mismo tiempo, comprometernos a hacer fructificar la obra divina mediante opciones concretas, actitudes respetuosas y actos de fraternidad.
Se trata de un compromiso que requiere de cada uno la conversión del corazón. Dios sale al encuentro de ella con la abundancia de sus bendiciones: «Si vuelves al Señor, tu Dios; si escuchas su voz en todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, el Señor, tu Dios, cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti, y te reunirá de nuevo de en medio de todos los pueblos a donde el Señor, tu Dios, te haya dispersado» (Dt 30, 2-3).
Por tanto, avancemos con valentía, como verdaderos hermanos y herederos de las promesas, por el camino de la reconciliación y el perdón recíproco. Esta es la voluntad de Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón», «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Dt 6, 5; Lv 19, 18). Nosotros, testigos de los diez mandamientos, sabemos bien que la observancia perfecta del precepto «no matarás» se logra sólo con la generosa adhesión al compromiso de amar.
3. Queremos avanzar por este camino, sostenidos por la ayuda de Dios, para edificar una sociedad donde las acciones malvadas de los hombres no sean causa de lutos y lágrimas; una sociedad donde todos participen en la construcción de una civilización nueva, cuyos cimientos sean únicamente los que pone el amor hacia todos.
Dirijamos nuestra mirada y nuestro corazón al Señor, y bendigámoslo por este feliz encuentro, con la esperanza de que, también gracias a él, pueda nacer la aurora nueva de una comunidad humana que ponga como fundamento los valores perennes de la justicia, la solidaridad, la colaboración, la tolerancia y el respeto.
Y digámonos unos a otros: «¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!» (Sal 136, 1).
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